Un pequeño niño de 11 años detuvo un partido de fútbol para callar a los padres de sus compañeros que no paraban de lanzar insultos machistas a la árbitra.
Su advertencia no era una predicción mística, sino un análisis racional de tendencias sociales que ya observaba en la década de 1990: la pérdida de pensamiento crítico, el dominio mediático del entretenimiento superficial y el desplazamiento de la ciencia por la pseudociencia.