Pablo Cabañas Díaz
La definición de “posverdad” que nos da el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española, da cuenta de un fenómeno que es tan viejo como la humanidad: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Pero hay, evidentemente, algo nuevo, y lo nuevo es, precisamente, que se pretenda que el fenómeno es nuevo. La “posverdad” cumple una función de reclamo y de pantalla de humo al mismo tiempo. ¿Qué fuerzas o qué lógica están detrás de esa puesta en escena de la verdad o de la mentira? ¿Qué que desencadena la representación de lo verdadero y de lo falso?. Cuando se busca el antídoto para la “posverdad”, se apela a “los hechos”, la definición del Oxford Dictionary da por supuesta la existencia de eso que denomina “hechos objetivos”, al definir la “posverdad” como “relacionada con circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que las apelaciones a la emoción o a la creencia personal”. La mayor parte de las veces, lo que denominamos “hechos” en realidad, se trata de declaraciones, fragmentos de audio, vídeo, fotografías, o imágenes sometidas a un contexto determinado. No hay hechos, o mejor, no hay hechos fuera de un contexto que los hace emerger como tales. Los hechos no pertenecen ni a un mundo objetivo ni a un mundo subjetivo, sino al mundo del relato y del discurso. La mentira no se refuta con “hechos”, sino con argumentos y documentos .
La capacidad de establecer la agenda pública, se da desde el poder, no la de la verdad. Cuando intentan convencernos, de manera consciente o dejándose arrastrar de que vivimos en la era de la “posverdad”, porque las mentiras circulan a gran velocidad en las redes y no tenemos manera de contrastar la información y de verificarla, podríamos afirmar con idéntica contundencia que nunca la hemos tenido. En términos informativos, los usuarios de las redes sociales, no poseemos la posibilidad de verificar lo que se produce . La información recibida cae fuera de nuestra posibilidad exploratoria y de verificación sea de orden político, científico o económico. Aunque tuviésemos los medios y el poder para verificar alguno de los mensajes, tendríamos también la posibilidad de tener el poder de convertir la verdad en un acto públicamente relevante, es decir, de acceder a aquellos foros desde los que se establece la agenda pública y se determina el estatuto de emisor “autorizado”. Hay que tener en cuenta, inevitablemente, que lo que conocemos como información se ha basado más en la “fe” que en la corroboración de supuestos hechos que, como se ha dicho, están generalmente fuera de nuestro alcance. La información se ha basado en la autoridad y confianza que atribuimos a quien nos las dice. Como bien decía Oscar Wilde refiriéndose a la representación artística y a los modos de recepción : “Mirar una cosa es muy distinto que verla (…) .