Pablo Cabañas Díaz
La china poblana, llegó a convertirse en símbolo de la identidad nacional , y según los dictados oficiales nacionalistas en el siglo XX, representaba las gracias y virtudes de la mujer mexicana. El historiador mexicano Joaquín García Icazbalceta (1825-1894) describió que las distinguía una forma característica de vestir, pero sobre todo un aire provocativo, airoso y desenfadado. Una descripción de la mujer que estaba detrás de la china fue Cecilia de Los bandidos de Río Frío, novela de Manuel Payno (1810-1894) que retrataba la sociedad al mediar el siglo XIX, y en la que ella representaba a la mestiza que le gustaba su trabajo en un mercado, que era relativamente rica, que se trasladaba sin problemas entre Chalco y la ciudad de México, pero sobre todo que vivía sus amores con mucha libertad.
El primero que en su tiempo describió el comportamiento sexual de la china fue el mismo Manuel Payno en 1843 Con su relato inauguró un estereotipo de china que tiene mucho que ver con su leyenda poética y con el costumbrismo de las elites, que perpetuaba a los tipos populares como salvaguarda ante los nuevos embates de la vida citadina. Sin embargo, al decir García Izcazbalceta, esa opinión en general estaba muy cerca de algunas chinas que él llegó a conocer en sus mocedades.
Payno definió a la china como la mujer de ojos ardientes y expresivos, cutis aceitunado, cabello negro y fino, pies pequeños, cintura flexible, formas redondas, esbeltas y torneadas, sin educación esmerada, muy limpia, que sabía leer, coser y cocinar al estilo del país, que zapateaba jarabes y otros sones en los fandangos, y podía repetir de memoria el Catecismo del padre Ripalda. Pensaba que era mujer celosa, aventurera, desinteresada y noble, y que toda su existencia era “de un amor que no variaba ni con el infortunio ni la prosperidad”. estrictas: era capaz de obtener la libertad de un esposo preso a cambio de sus favores.
Guillermo Prieto (1818-1897) se refirió en varias ocasiones a las chinas. En su libro Memorias de mis tiempos dejó testimonio de sus camisas descotadas —para él jaulas mal aseguradas “que impedían el vuelo de sus tortolitas”— y del encaje que se detenía respetuoso al principiar “la soberana pantorrilla” y mostraba la piel de media pierna, incluida la de su pie pequeño, “breve —dijo—, como el suspiro”. También señaló que en los colores de su traje dominaban el verde, el blanco y el encarnado, en la mezcla de las sedas, los algodones y el castor. Prieto transmitió la idea de que las chinas podían hacer que los hombres perdieran la posibilidad de su salvación.
Con respecto al origen de la ropa característica de la china, y a su fuerte presencia en otras regiones de México, incluida la capital, se discutió durante la época de su esplendor si había sido la ciudad de Puebla el lugar de su cuna. En los retratos que hizo Claudio Linati en 1828 de los trajes mexicanos más famosos, no la registró todavía. Fue hacia 1834 cuando el alemán Carl Nebel oyó decir que el vestido había sido diseñado en Puebla. En una de las primeras imágenes que dibujó de unas poblanas, las representó vestidas de castor con lentejuela; esto refleja sin duda una idea que predominó en todos los que desde el siglo XIX se ocuparon de desentrañar su origen. Payno, por ejemplo, era de la opinión de que a la verdadera chinahabría que buscarla en Puebla o en Guadalajara.
La censura también queda referida en el relato de Francis Erskine Inglis (1804-1892) mujer de origen escocés, que llegó a tierra mexicana como esposa del hispano Ángel Calderón de la Barca (1790-1861), primer embajador de España en México desde que el país había logrado su independencia en 1821. Contó en sus cartas que decidió vestir de “poblana” para un baile oficial en enero de 1840, y que la esposa de un general le obsequió para ello un traje muy lujoso. Dos señoras le ofrecieron los detalles necesarios de su uso y, junto con sus consejos, le transmitieron “la satisfacción” que generaba que hubiera decidido asistir al baile vestida de esa manera.
Sin embargo, el agrado no era compartido por los más moralistas. Además, el asunto se mezcló con la política y con la imagen que los mexicanos querían dar a España sobre sus costumbres. A la misma casa de los embajadores se presentaron tres ministros de Estado, para pedirle que desechara la idea de asistir con ese traje porque, le dijeron, las chinas eran femmes de rien, que “no usaban medias”. La dignidad de la esposa de un ministro español, concluyeron, impedía que se pusiese ese traje ni aun una sola noche.