Pablo Cabañas Díaz.
“Pasaron, ahora sí, años, y un día se me cayó el mundo encima. Se me diagnosticó un cáncer. En mi desamparo sentí necesidad de una mano amiga y fuerte. Lo busqué a él, en la Secretaría de Agricultura no lejos de mi casa. Me recibió inmediatamente… y casi, con una sonrisa solar, se adueñó de mí. Al día siguiente salí para Texas: él lo había organizado todo. Fui operado… Al atardecer me llamaba él personalmente a esa choza tejana; y hablaba. Insuflaba en mí optimismo, valor, gentileza, inteligencia; me volvía a dar todo lo que en mí la enfermedad había debilitado. Ahora no lo veo casi nunca, pero es como si lo viera siempre. Para mí es realmente el “gran hombre” de México, ¡que Dios siga haciéndolo prosperar como una aún joven sólida palmera, para el bien de todos!”.
El profesor Hank supo adaptarse a todos los tiempos sexenales. Se adapta bien al modelo posrevolucionario, al milagro mexicano, a la etapa del boom de la economía petrolizada y a la época de los tecnócratas priistas. Inteligente y encantador según aseguran muchos de quienes lo conocieron, Hank González entendía el valor del dinero pero también la presencia pública desfavorable de personajes como él. En un extenso auto- ensalzamiento que le dictó a Fernando Benítez explicaba: “Si creen que es cierto eso de que los políticos son malas personas, que roban y matan, ustedes suponen que un día van a llamar a los hombres buenos y puros y les van a decir: “aquí tienen el poder”. ¡No! ¡El poder hay que ganarlo! Y hay dos maneras de ganarlo: una es peleando por él y la otra es con habilidad. El México de 1999 no está para hacer revoluciones. Entonces hay que hacerlo con habilidad”.
Hank era experto en halagar a aquellos cuya adhesión le interesaba cultivar. En ese mismo texto consideró: “Mis amigos opinan que soy muy generoso… porque son mis amigos. Será porque jamás he amado el dinero; siempre pensé en ganar dinero y ya has visto que desde niño hice negocitos, y ya después negocios y más tarde negociotes. No amo el dinero, pero me gusta vivir bien, y vivir bien cuesta dinero. A mí no me pesa desprenderme ni de dinero ni de las cosas. Entonces, si puedo obsequiar a alguien, lo hago con mucho gusto”.
Un ejemplo de esto último fue el libro de Fernando Benítez: Viaje al centro de México, libro que fue escrito casi a la par de los dos últimos tomos de Los indios de México, a mediados de los setenta. El Viaje… fue un trabajo periodístico subsidiado por su muy amigo, Carlos Hank González, Benítez. Hay quien dice que ese encargo le trajo bienes materiales. Si así fue, qué bueno que le pagaron bien un libro hecho tan profesional y descarnadamente, que no tenía como finalidad “echarle porras” al regente. Aunque el libro no está exento de esos pasajes, son menores frente a lo que revela con crudeza: la aguda miseria de los gobiernos de la Revolución Mexicana.