Adrián García Aguirre / Bacalar, Q. Roo
*Las pérdidas en cifras porcentuales.
*Eran 130 mil hectáreas de cobertura arbórea.
*Equivalen al 24 % de territorio municipal
*La selva fue reemplazada por monocultivos.
Entre 2001 y 2022, de acuerdo a mediciones de Global Forest Watch, esa entidad no gubernamental estadounidense que trabaja en Quintana Roo, se han perdido casi 130 mil hectáreas de cobertura arbórea, superficie equivalente al 24 % del territorio del municipio de Bacalar.
En ese lapso, la selva fue rápidamente reemplazada por monocultivos de soya, sorgo y maíz a partir de una agroindustria practicada por los menonitas que ganó tamaño, también, mediante prácticas de compra y renta de tierras ejidales y privadas.
La deforestación de la selva quintanarroense inicia con la apertura de caminos que permiten la expansión de la frontera agrícola por parte de comunidades menonitas asentadas a partir de 2003 en el oriente de la península de Yucatán.
El rol de las colonias menonitas ha sido determinante en ese sentido, y el inicio de la avanzada de estos grupos religiosos tuvo su primer capítulo hacia 2003, cuando integrantes de esa comunidad provenientes del norte del país y de Belice se estacionaron en la selva de Bacalar, al fundar el poblado de Salamanca.
A ese posicionamiento inicial le siguieron los de El Bajío, Paraíso y San Fernando hasta completar quince ejidos con presencia menonita: Salamanca nació tras la adquisición de cinco mil hectáreas del ejido de Bacalar.
Ya en 2004, y a partir del tamaño y la concentración de colonos ostentada por el asentamiento, Salamanca obtuvo la categoría de ejido menonita en sí mismo, en lo que fue un proceso inaudito hasta ese momento en Quintana Roo.
Fernando Canul, integrante del Consejo Indígena Maya de Bacalar y Colectivo de Semillas Much’ Kanan I’inaj, se refiere a cómo ocurrió aquel arribo: “El primer asentamiento de menonitas fue en Salamanca. De allí fueron buscando colocarse en otros ejidos. Llegaron ofreciendo una cantidad de dinero que nunca habíamos visto”.
“Dijeron que venían a trabajar, no a cuidar el monte; pero ahora los menonitas deben asumir su responsabilidad”, recuerda Canul al irse al pasado y denunciar que Salamanca es fuente de contaminación de los ecosistemas de la zona a raíz del uso indiscriminado de pesticidas que los menonitas ejecutan en su labor agrícola.
Con el cancerígeno glifosato a la cabeza entre los herbicidas que más resultan aplicados sobre los cultivos de soya que se multiplican en el ejido -también de uso común para combatir las hierbas en lotes de maíz y sorgo-, los productores de Salamanca realizan fumigaciones que llegan a los acuíferos por efecto kárstico del suelo.
Símbolo de la deforestación y el incremento de la presencia menonita en la zona, Salamanca exhibe hoy un tamaño once veces mayor al delimitado por la mancha urbana de la cabecera municipal de Bacalar.
En paralelo a lo ocurrido con ese asentamiento, los ejidos de El Bajío, Paraíso y San Fernando también acumulan años de depredación agroindustrial por causa de los menonitas, y en cada caso el despliegue de los colonos tomó forma a partir de 2012, mediante la estrategia de comprar lotes.
Una vez avecindados en esos espacios, los menonitas adquirieron derechos ejidales, y en concreto esa acción les permitió comenzar a participar en las decisiones sobre el futuro de las tierras comunales disponibles en esas mismas áreas.
Parece un contrasentido y una burla ante tantos daños denunciados, que en 2022 el Estado mexicano conmemoró los cien años de la llegada de los menonitas a México mediante la emisión de una moneda de veinte pesos, acusa Fernando Canul, integrante del Consejo Indígena Maya de Bacalar.
El posicionamiento de los colonos llegó a un punto tal que, por estos días, se dan situaciones de ejidos en los que más del 50 por ciento del padrón de, justamente, ejidatarios, corresponde a productores menonitas.