viernes, abril 19, 2024

LA VIDA COMO ES… El último Papa

De Octavio Raziel

El hombre mató a Dios, sin haber entendido a Nietzsche; quiso ser comunista sin haber entendido a Marx; escuchó a Sartre como un guía que lo llevó al consumismo; creyó en el neoliberalismo y lo empobreció para siempre. Se ha convertido en un ser solitario, desamparado, herido de soledad, perdido en el absurdo del mundo que él mismo ha creado.

Las profecías de San Malaquías (1,139) se están cumpliendo. El Tercer Sello de Fátima, nos habla de un “obispo vestido de Blanco” (¿Pedro II?) a quien unos soldados dan muerte en la cima de una montaña donde hay una cruz.

El Concilio Vaticano II (1962-1965) fue el intento más serio de buscar el parteaguas entre una iglesia anquilosada con una identificada con los tiempos modernos. Tocó al papa Juan XXIII echar a andar esa urgente modernización de la vieja iglesia. Paulo VI, por su parte, consolidó ese movimiento con su Encíclica Populorum Progressio, fruto directo del Concilio Vaticano II, en la que se plantea la “necesidad de promover el desarrollo de los pueblos”.

Continuador de esta política sería Juan Pablo I; pero, 33 días después de asumir el pontificado, amaneció muerto en sus aposentos, lo cual había sido predicho también al pronosticar que sería un papa transitorio.

Wojtyla y Ratzinger, los cruzados del oscurantismo pararon en seco cualquier intento de modernidad. El fundamentalismo católico apoyado por la Casa Blanca y por las catedrales europeas vio el peligro no sólo en el modernismo como tal, sino en la toma de consciencia frente a las religiones y en la búsqueda por el hombre de su libre albedrío.

Juan Pablo II tuvo en sus manos los expedientes de las tropelías y asesinatos de sacerdotes (Romero, entre otros) que seguían la Teología de la Liberación; así como de los casos (cientos o miles) de pederastia por el mundo (Legionarios de Cristo, por ejemplo) sin levantar un dedo. La maquinaria de relaciones públicas con la ultraderecha era su prioridad.

Benedicto XVI, el responsable de la moderna Inquisición tuvo que enfrentarse a una Iglesia Católica infiltrada por grupos homosexuales (el Vatileaks) los casos de abusos sexuales a menores por clérigos y el escándalo del robo y filtración de documentos reservados del papa. Todo ello fue ahondando la sepultura católica.

Los tiempos modernos llevaron a la Silla Papal a Jorge Mario Bergolio, que asumió el nombre de Francisco. A él le corresponde, según los profetas, ser el Papa Negro. No por el color de su piel, sino por el hábito de los jesuitas. Será el penúltimo Vicario de Cristo y él mismo ha anunciado su pronta muerte y con ello, un cambio total de la civilización tal y como la conocemos.

Las profecías nos hablan de tres importantes pasos de la humanidad en el siglo XXI; “De medietate lunae (La media luna) que se refiere a la expansión musulmana, especialmente la recuperación del Al Andaluz y de la conquista de Europa; “De Labore solis” (El eclipse de sol) que hace referencia al ocaso de la iglesia, al Milenio del Anticristo mediante un complot internacional que incluye la destrucción del catolicismo; y el último lema, “Gloria ollivae” (La gloria del olivo) una referencia al pueblo judío y su fuerza. La próxima capital religiosa y política del mundo estará en Jerusalem.

Estamos viviendo el derrumbe de una Iglesia que vive una estructura de poder más temporal que espiritual.

Al Papa Negro (Francisco) le seguirá Pedro El Romano (nomine in pectore) a quién algunos llamarán Pedro II y tendrá en su báculo la responsabilidad de llevar a su grey por un camino que corre junto al precipicio.

San Malaquías, escribió:

In prosecutione extrema S.R.E. sedebit. Petrus Romanus, quipascet oves in multis tribulationibus: quibus transactis civitas septicollis diruetur, Et Iudex tremendus iudicabit populum suum. Finis.

Durante la última persecución de la Santa Iglesia Romana reinará Pedro el Romano, quien apacentará a su rebaño entre muchas tribulaciones; tras lo cual, la ciudad de las siete colinas será destruida y el tremendo Juez juzgará a su pueblo.

Dios es Dios. La fe pervive en cada uno de nosotros, en cada una de las formas que creemos; aunque encontrar la verdad en un mundo cada vez más global, más deshumanizado, no es fácil. Pervive milagrosamente una Iglesia que ha estado más preocupada por la vida no existente que por la que ya existe.

Dios ha muerto…lo matamos todos.

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