Gregorio Ortega Molina
*Desconoce si hicieron público, o no, un estudio confiable de mecánica de suelos, para determinar el estado en que se encuentra lo que fue el lecho cenagoso del lago de Texcoco, y saber así, a ciencia y paciencia, si ese fondo puede resistir una construcción de ese tamaño y para ese uso, recibiendo el peso cotidiano de cientos de aviones que aterrizan y cimbran las pistas
Las fisuras de las versiones iniciales de las causas y responsabilidades empresariales y de gobierno en el socavón exprés, tardaron poco en aparecer, y menos en adquirir la consistencia de indelebles. Cuando la corrupción pecuniaria cuesta vidas, a todos los corresponsables les urge escurrir el bulto. Todo concluyó en culpar a los otros, para que una cañería fuese el pretexto de exonerar.
Pero si hay voluntad de investigación por parte de la prensa y las autoridades encargadas de hacerlo, si las filtraciones -que nunca faltan- son sólidas, y están bien documentadas, lo que se anuncia es el principio del fin de Gerardo Ruiz Esparza, porque hay otras obras públicas con problemas de calidad y seguridad; también porque es posible -y en el futuro, probable- que lo que fue el lecho del lago de Texcoco -garantía de sustentabilidad de Tenochtitlán y de la ciudad colonial hoy convertida en mega urbe- anide socavones del tamaño de la ambición, indolencia e irresponsabilidad de muchos de los políticos que hoy mangonean desde el poder.
Por lo pronto es motivo de inquietud, quizá infundada, el hecho de que por requerimiento de la construcción del inmenso proyecto, en las inmediaciones de la obra aparecieran minas de diversos materiales de construcción. Poco importa la especulación en bienes raíces que se hiciera para obtener los terrenos donde ahora se ubican esos negocios; lo que asusta, por lógica, es que no hay vacío que resista la usura del tiempo. Tarde o temprano habrá asentamientos en los terrenos que hoy dejan como queso gruyere. Con seguridad no afectarán directamente la construcción del aeropuerto, pero la zona aledaña puede convertirse en una trampa para el desarrollo suburbano.
Me encuentro con regularidad con un ingeniero civil, mi amigo y además miembro del Colegio de Ingenieros. Una mosca le zumba en el caletre, y me hace partícipe de ese ruido, que puede tener resultados fatales.
Me dice -el ingeniero- que desconoce si hicieron público, o no, un estudio confiable de mecánica de suelos (la confiabilidad exige repetirlo muchas veces, me subrayó), para determinar el estado en que se encuentra lo que fue el lecho cenagoso del lago de Texcoco, y saber así, a ciencia y paciencia, si ese fondo puede resistir una construcción de ese tamaño y para ese uso, recibiendo el peso cotidiano de cientos de aviones que aterrizan y cimbran las pistas.
Advierte que está consciente de que hacen un gran trabajo de cimentación, pero también me cuenta que desconoce de qué manera determinaron que esa manera de cimentar entre lodo y arcilla es la adecuada.
Quizá ahora sabemos la razón fundamental por la cual Gerardo Ruiz Esparza ha de permanecer en el cargo, cuando menos hasta el 30 de noviembre de 2018.