*Sólo hay que poner frente a frente la fotografía de Zipolite y la playera amarilla, para compararla con la del muerto en el piso del hospital Enrique Cabrera. Así asume sus funciones, con lealtad, pero sin responsabilidad
Gregorio Ortega Molina
Todo ser humano se aferra a sus caprichos. Unos son inanes, similares a los infantiles. Otros, los de mujeres y hombres de poder, cuestan caro a la sociedad. Poco importa si son sociales, económicos o estrictamente políticos. La permanencia de Hugo López-Gatell Ramírez como responsable del combate al Covid-19 y la dosificación de las vacunas pesa en el ánimo de los familiares de las víctimas, y también es ya un espinoso lastre para el resultado electoral de junio próximo.
Estoy lejos de la ciencia de la psiquiatría, pero el “sentido común” me dice que hay una relación equívoca, perniciosa y casi indisoluble, entre el doctor y su patrón. Creo, con temor, que es más que un capricho, se convierte en una necesidad, idéntica a ese tonto desafío en contra de la razón, que es negarse a ser ejemplo y servirse del cubrebocas, que de una u otra manera alivia los contagios y, además, transmite sensación de seguridad y solidaria relación gobierno-electores. Es el principio del respeto a la salud del otro, es la certeza de que la alteridad permanece viva.
La relación de la 4T con sus gobernados está claramente definida por los personajes de Sándor Márai en El último encuentro. Es de un calculado y fino desprecio hacia el gobernado, sea simpatizante de la impostura del cambio, o un opositor razonado y justo. Ejercerán el poder tope donde tope, como lo hizo Donald Trump hasta confrontarse con la razón histórica que permitió a los padres fundadores de Estados Unidos establecer su República y redactar su Constitución, con tan solo unas cuantas enmiendas, no como el rosario de reformas constitucionales que aquí se hacen sexenio a sexenio.
Lo que se percibe es que los integrantes más destacados de la 4T adquirieron pronto la certeza de que la verdadera libertad sólo se obtiene con la posibilidad de elegir -lo que sea-, y esa capacidad de elección se sostiene en la riqueza colectiva y personal. Son grupo, pero sobre todo son individualidades que establecen esa necesaria complicidad para permanecer indemnes ante las contingencias y los contenciosos. En eso están, es lo que da hálito de vida administrativa y poder político a Hugo López Gatell.
El seis de enero último Ignacio Morales Lechuga publicó, en El Universal, un texto de necesaria lectura. Nos participa de lo que en realidad son las imágenes de Hugo López-Gatell Ramírez en Zipolite y en el pasillo del avión, sin mascarilla o cubrebocas, exudando poder y con el brillo en los ojos que le da la certeza de que todo lo puede por gozar del apoyo del Don.
La reflexión es inequívoca. Denunciar y luchar contra la mafia del poder es hacerlo en contra de ellos mismos, de los que son el grupo en el gobierno. Los otros dejaron de tenerlo, gozarlo, imponerlo, como ahora lo hacen los integrantes de la 4T.
Sólo hay que poner frente a frente la fotografía de Zipolite y la playera amarilla, para compararla con la del muerto en el piso del hospital Enrique Cabrera. Así asume sus funciones, con lealtad, pero sin responsabilidad.
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En el caso Cienfuegos-DEA ya aparecen los errores de las precipitaciones. Nada más estulto que el argumento de la ortografía como punto positivo para la exoneración. ¿Quién cuida de la pulcritud al escribir con un dedo sobre un pequeño aparato de comunicación, con prisa para no ser sorprendido, pues se supone que oculta su complicidad con los barones de la droga?
Ahora seremos testigos de la confrontación, la palabra del general Salvador Cienfuegos contra la de la DEA como institución. Supongo que no se le dará reposo ni a Alejandro Gertz Manera ni a su patrón. A la 4T se le acabaron los días felices de su relación con Estados Unidos.
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