Luis Alberto García / Moscú, Rusia
* Trotski disfrutó obras expuestas en el Museo de El Prado.
* En España no estaban conformes por la pérdida de su imperio.
* Preguntó cuándo llegaron los rusos a la nación ibérica.
* Un domingo en una corrida de toros suspendida por lluvia.
* Conoció el hipódromo y las damas aristócratas madrileñas.
* A Nueva York con el marqués de ComiIlas, traficante de esclavos.
Perseguido en Rusia por el gobierno de Nicolás II por promover la revolución y el marxismo, Lev D. Trotski, como mochos otros camaradas, emprendió el exilio voluntario e hizo a un lado la política por una temporada y eligió disfrutar de la paz que vivía España en 1916, dedicado más a hacer recorridos y visitando sitios que únicamente conocía en lecturas y obras pictóricas.
Al llegar a la capital de una España que no se conformaba con haber perdido su antiguo imperio colonial, luego de la entrada en escena de una nueva potencia hegemónica representada por Estados Unidos, que le había arrebatado, casi al mismo tiempo, Puerto Rico, Cuba y Filipinas, poco había que analizar sobre hechos tan funestos.
Instalada en el centro de Madrid, quizás lo que más valía la pena de conocer era el museo más importante de la capital, que poseía una de las pinacotecas más impresionantes y valiosas de Europa, por lo que decidió entrar a El Prado.
“Es magnífico”, escribió en su diario de viajes, “y después del ruido de las calles madrileñas, en las cuales me sentía completamente extraño, contemplaba con verdadero placer las joyas inapreciables del Museo de El Prado y me deleitaba el elemento eterno de ese arte, impresionándome especialmente Rembrandt…”
Preguntó cuándo habían llegado los primeros rusos a España, y alguien le contestó que, tras la derrota de Napoleón Bonaparte en Waterloo el 18 de junio de 1814, los ejércitos de Nicolás I habían integrado la Santa Alianza, llegando hasta París, en donde numerosos militares residieron largo tiempo, algunos de ellos, deseosos de conocer España, viajaron a la península.
Así se estableció una buena relación entre los ganadores de las guerras que había iniciado Bonaparte desde fines del siglo XVIII, implementándose el comercio y el deseo de intercambiar ideas, en especial conocimientos históricos y geográficos; pero al salir del Museo de El Prado, quiso saber en qué lugar había corridas de toros.
Al concluir aquel primer domingo de octubre de 1916, al llegar al hotel se puso a escribir como era su costumbre: “Es evidente que hay que había ver una corrida de toros. España es neutral en la Gran Guerra y, por ese motivo, la gente no se quiere privar en ningún modo de esa distracción. El guía y yo nos dirigimos en tranvía a las afueras de la población”.
Sin embargo, Lev Davídovich no tuvo suerte, pues era el otoño, con clima lluvioso y la última corrida de toros de la temporada había sido suspendida; sin embargo, ansioso de ver el conocimiento de lo madrileños en alguna actividad cotidiana, el guía –que le hablaba en francés- le propuso presenciar las carreras de caballos, vio la función completa, sin apostar, y atrajo su atención que hubiese poco público.
“Todo el mundo se conoce. Niños bien vestiditos, con sombrero de copa. Todos saludan a una dama madura, con triple papada a quien hacen reverencia, tal vez fuera una duquesa, una marquesa o qué sé yo…”
Cuenta que, previo al inicio del evento, aparecieron los Húsares de la reina, llovió ligeramente y el público se formó frente a unas ventanillas para hacer puestas; pero lo más serio de esa jornada fue cuando un jinete sufrió una caída grave, porque el caballo se había acercado demasiado a la barrera.
Un mes duró su aventura española, hasta 9 de noviembre de 1916, cuando Trotski se encontró con dos jóvenes que le aguardaban en la puerta del hotel, que lo acompañaron hasta a la jefatura de policía de Madrid, donde le esperaba un intérprete para interrogarlo sobre sus ideas políticas.
Al hacérsele su ficha policial, el revolucionario se resistió al principio a marcar sus huellas dactilares; sin embargo, ante la amenaza de efectuarle ciertos apremios físicos, acabó aceptando el mandato policial para conseguir ser expulsado contra su voluntad: tras lanzarle una batería de preguntas, la policía le informó de que debía abandonar España de inmediato.
Hasta el momento de su salida del país, controlarían su libertad, al pedir Trotski explicaciones, recibió una contundente respuesta: “Sus ideas son demasiado avanzadas…Esta usted expulsado de un país católico y decente como España”.
Trotski consiguió permiso para reunirse con su familia y embarcó hacia Nueva York desde Barcelona en un camarote de primera clase del buque Montserrat que le brindó Claudio López Bru, segundo Marqués de Comillas y propietario de la Compañía Trasatlántica Española; pero sin enterarse de que el noble asturiano había sido traficante de esclavos entre Cuba y África en el siglo anterior.
Desde Estados Unidos, Lev Bronstein volvería a Rusia al año siguiente para llevar a buen puerto la revolución bolchevique, tal como se lo había propuesto, de acuerdo con Lenin y otros dirigentes bolcheviques que harían realidad y efectivas las Tesis de Abril de Ilich Uliánov.
En diciembre de 1917, una periodista del diario español ABC entrevistó al líder revolucionario, quien le dijo: “Conocí tan hermoso país del que tengo buenos recuerdos, y aunque la Policía me trató mal, visité Madrid, Barcelona, Valencia y a mi amigo Pablo Iglesias no lo vi, porque estaba indispuesto en un sanatorio; por eso y más sentí dejar España.”