Gregorio Ortega Molina
*AMLO juega con fuego; considera que así es como debe gobernar. ¡Pobre México!
El presidente constitucional de los mexicanos debiera ser ajeno a fomentar confrontaciones. Él considera que al hacerlo refuerza su autoridad y recupera esa función política olvidada: la de juez supremo. El Poder Judicial es otro, hasta este momento autónomo.
Ni siquiera con el enorme y concentrado poder de un presidencialismo que dejó de existir hace varios sexenios -carece de camino de regreso-, el titular del Poder Ejecutivo “picaba la cresta” a los diversos grupos que conforman el escenario político. Todo lo contrario, en cuanto asomaba la menor sombra de pugna social copiaba el esquema de concertación del IMSS. Luis Echeverría convocó a la Comisión Nacional Tripartita. Jolopo llamó a las reuniones de la República, MMH convocó a la renovación moral y construyó el primero de los pactos. Le siguieron por ese sendero Ernesto Zedillo y Enrique Peña Nieto. Carlos Salinas movilizó a México en Solidaridad.
Fox creyó suficiente el bono democrático, y Calderón supuso que su guerra al narco bastaría para unir a los mexicanos. Los resultados son visibles.
Los peores momentos de México en el escenario binacional e internacional, fueron propiciados e impulsados por las confrontaciones internas. Ahora que el país es acechado ante el riesgo de incumplimiento de compromisos firmados por el anterior gobierno, dividir y confrontar a los mexicanos equivale a escribir de nuevo esos cuentos crueles y bestiales de Horacio Quiroga, en los que el domador es devorado por las fieras que domesticó, cuidó y alimentó, hasta que el instinto superó al entrenamiento.
Es cierto que al dividir se vence a los opositores y, me pregunto, ¿a quiénes desea vencer nuestro presidente, si todos aquí somos mexicanos? Derrotar a cualquiera de los grupos sociales o políticos o empresariales o culturales, para dar satisfacción al pueblo bueno y sabio, equivale a vencer a la institución presidencial, debilitarla, enrarecerla, hasta hacerla irrespirable y solitaria.
Ya hizo a un lado la transición, el cambio de modelo político; también decidió olvidar la reforma del Estado y colocar las piedras fundacionales de la IV República, ¿qué pretende al motivar la confrontación entre sus gobernados? No es manera de oficiar la presidencia, sí opción para abrir las puertas a la intervención de Estados Unidos y el poder económico, lo que a nadie haría feliz, aunque el castillo de Miramar parece estar a la vuelta de la esquina.
AMLO juega con fuego, considera que así es como debe gobernar. ¡Pobre México!
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