Federico Berrueto
En política no hay inmunidad, menos cuando hay abuso en el ejercicio del poder. En el país de la impunidad lo que prevalece es la sanción social, desproporcionada y con frecuencia cargada de encono y mala entraña. De alguna manera todos los presidentes al final de su mandato o después han visitado ese infierno, sobre todo quienes sintieron tocar el cielo. Ciertamente, el exceso y los malos resultados cobran factura. Ni siquiera la apuesta al olvido sirve de mucho.
Hay finales trágicos, otros amables, pero siempre ingratos. Así es porque el poder da mucho y su pérdida quita más de lo que dio. De alguna manera López Obrador lo sabe, particularmente cuando habla de que en la política los amigos son ficticios y los enemigos reales. Sin embargo, concede la condición de hermanos a tres de los aspirantes; sólo en su secretario de Gobernación hay afinidad personal, en los demás la identidad es frágil, aunado a que el poder no se comparte, esto por si López Obrador cultivara la idea de ascendiente sobre quien habría de sucederle.
Llegará el momento de rendir cuentas. Por ahora ha tenido la habilidad de blindarse con una retórica en la que el pasado es culpa de todo. En el último tercio de su gobierno mucho de lo que dice y hace tiene como destinatario recrear un pasado como origen de todos los males, de todos los pecados. Le ha dado resultado al presidente porque los dos extremos, los muy pobres y los muy ricos, por las mismas consideraciones -dádivas y privilegios- pueden contemplar el presente, los primeros con alivio y los segundos con regocijo.
El problema con los pobres es que la gratitud con facilidad se vuelve exigencia. Mucho más si las entregas monetarias están acompañadas del deterioro de la red social de salud y educación, así como una economía que no genera bienestar ni oportunidades. Lo que más crece es la economía informal y no lo hace al paso de las necesidades de la población, mucho menos de sus aspiraciones de superación. Efectivamente, el aspiracionismo es veneno que lleva a la insatisfacción y al descontento. López Obrador erróneamente asume que será generosamente recordado por los beneficiarios; lo mismo pensaron Echeverría, Salinas y López Portillo, tres expresidentes en desgracia y con severa condena social.
Los ricos muy ricos además de interesados son ingratos. Invariablemente estarán con quien detente el poder. Ni la complicidad da para relaciones duraderas porque para ellos siempre lo entregado y recibido es insuficiente. Los agravios se acomodan al interés y así transitan de gobierno a gobierno sin importar partido o estilo personal de gobernar, con la claridad de que los presidentes se van, ellos y sus negocios se quedan.
Debe preocupar mucho a López Obrador el futuro. Tiene que ver no sólo con sus pretensiones históricas. Desde ahora deberá entender que muy lejos estará de los mexicanos ejemplares que él invoca, más que como ejemplo, como sus pares. También le debe de inquietar lo que habrá de ocurrir con él y los suyos. Decidir sucesor es de alguna manera escoger verdugo y todavía más, la necesidad de ganar la elección a toda costa. El plan B le sirve para ello y también la renovación a modo de los cuatro consejeros del INE. Elecciones con dados cargados y no sólo eso, disminuir la autoridad del Tribunal Electoral y de la Suprema Corte de Justicia para contener toda acción contraria a su proyecto.
Allí no concluye. López Obrador sabe el valor de la palabra. No en sentido de honradez o probidad, sino de maniqueísmo y argumentación arrebatada. Las comparecencias matutinas se han instituido como un recurso de propaganda que buena parte de los medios reproducen acríticamente, a pesar del abuso, medias verdades y francas mentiras. López Obrador buscará a toda costa su presencia mediática en paralelo a la elección, una manera grotesca e ilegal de interferir en la elección.
Llegará el término del gobierno. De una o de otra manera, independientemente de quien gane o pierda, habrá de hacerse presente la sanción social en medio de la maledicencia, el encono y el interés de los que siempre con singular facilidad migran de lealtad. Lo que se hace se paga y a veces hasta más, así de ingrata es la política en la adversidad.