martes, abril 16, 2024

El trenecito maya de López Obrador

Adrián García Aguirre / Bacalar, Quintana Roo

* Megaproyecto faraónico en que se ha empeñado hasta la necedad.
* Recorrido con Miguel Chan por los vestigios de Calakmul.
* “Pasen a la casa de mis abuelos”, invita el guía maya.
* En las profundidades selváticas de la reserva de la biósfera.
* El Instituto Nacional de Antropología sugería dejarla intacta.

“Ya hemos llegado”, dice el guía Miguel Chan señalando el verdor de la selva, y cuyo rostro se ilumina al ver un montículo frondoso sobre una loma de vegetación por la que bajan enormes raíces que abrazan la tierra en la reserva de la biosfera más grande del continente después de la Amazonia, compartida por varios países de América del Sur.

Para llegar hasta ahí hay que viajar a Bacalar, en Quintana Roo, y después adentrarse una hora por el corazón de la reserva de Calakmul hasta Nuevo Jerusalén en el sur de la península de Yucatán, y caminar media hora por la floresta que rodea su pueblo.

Con zancadas de piernas cortas y duras como troncos, Miguel, nacido en 1964, dirige el paso sobre el fango cuando acaba de pasar la última tormenta tropical de 2020 y las ranas croan en el lodazal.

”Pasen a la casa de mis abuelos”, dice, moviendo las dos enormes piedras que taponan el montículo, se encoge, mete una pierna, luego la otra y se adentra suavemente por el cráter que se abre en la montaña, y una vez dentro, avanza por un estrecho pasillo de diez metros de largo y hace un quiebre, luego otro hasta que se detiene junto a una puerta que ilumina con su celular.

Cuando Miguel enfoca con su lámpara sorda, una nube negra de murciélagos comienza una alocada desbandada que deja al descubierto una impresionante pared perfectamente pulida con detalles mayas tallados hace más de mil años.

En la pared donde antes pendían los animales boca abajo se ve ahora otra puerta que conduce a una nueva sala de seis metros cuadrados, más adelante hay otra, y otra más, y así, sucesivamente, aparecen siete habitaciones y pasillos en perfecto estado rematados con un arco maya, triángulo terminado en trapecio, con una oscuridad y un calor húmedo, asfixiantes ahí dentro.

Oculta por el verde de la selva se esconde esta majestuosa construcción de origen maya que, por su cercanía con Calakmul, podría haberse levantado entre el año 600 y 900 d.C. durante el Clásico tardío.

“Creemos que eran viviendas de nobles”, deduce Miguel. “Mire estos grabados. La vivienda hasta tiene para colgar la hamaca”, añade mientras apunta con la lámpara hacia un travesaño incrustado en la piedra.

Miguel mide 160 centímetros de altura y es robusto y de frente ancha, se mueve por la excavación como por el salón de su casa. Imposible ocultar que estas puertas se hicieron para él. Dice que los restos arqueológicos no tienen nombre ni han sido examinados nunca por ningún experto.

Ni siquiera han sido visitados por nadie con secundaria terminada. Tampoco ha venido un solo turista desde que hace unos años, moviendo unas piedras en el camino que conduce a la milpa, los vecinos descubrieron la construcción.

Entonces llamaron al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) para anunciar el hallazgo, pero al otro lado del teléfono alguien les dijo que lo mejor era no tocar nada y dejarlo como estaba; pero ellos desobedecieron y lo limpiaron, lo dignificaron, guardaron el secreto y nadie ha vuelto a preguntar jamás por el lugar.

No regala muchas sonrisas; pero “la casa de sus abuelos” lo pone de buen humor. Así que cuando sale, corre a taponar nuevamente la entrada, “porque como lo vea López Obrador nos pone una estación”, bromea, tomando la piedra más grande.

Nuevo Jerusalén es una comunidad de 300 familias a 60 kilómetros de la estación que el tren tendrá en Bacalar. La mayoría de sus vecinos, dice, se opone al tren, “porque entre otras cosas nos ha robado la palabra maya”. Para una pequeña comunidad como esta, decir no al tren supone mucho más que estar en contra de una obra.

Se oponen al proyecto estrella del sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador, un ferrocarril de 1.525 kilómetros que recorrerá de punta a punta toda la península de Yucatán y parte de los estados de Chiapas, Campeche y Quintana Roo

Es un megaproyecto faraónico en el que el mandatario ha empeñado hasta la necedad todos sus esfuerzos y con el que pretende revitalizar el sureste del país: se trata de un tren que circulará a 160 kilómetros por hora destinado a mercancías, pasajeros locales y turistas, con el que promete traer a tres millones de extranjeros: “Es su sueño dorado”, dice otro lugareño, habituado a escuchar los delirios de los políticos.

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