Miguel Ángel Ferrer
La amenaza por cuenta de Donald Trump del uso de la fuerza militar para derrocar al gobierno de Nicolás Maduro ha sido repudiada por casi todas las fuerzas políticas y sociales alrededor del mundo. Dicho con una frase clásica, ha sido condenada por tirios y troyanos. Incluso fue rechazada por los más activos adversarios del régimen venezolano, con los muy derechistas y criminales gobiernos de México, Colombia y España en primera fila.
Esa amenaza expresa de utilizar la fuerza militar, destinada a ejercer mayor presión internacional contra el régimen chavista, no logró tal objetivo y, en cambio, tuvo como resultado el fortalecimiento interno e internacional del gobierno de Nicolás Maduro. De modo que, como se dice popularmente, a Donald Trump le salió el tiro por la culata.
La desaforada declaración de Trump tuvo otro efecto involuntario: echó por tierra el largo y muy trabajado proceso de golpe blando contra Maduro. Porque para muchos gobiernos europeos y latinoamericanos una cosa es el declarado propósito de tumbar a Maduro, y otra muy distinta convalidar moral, jurídica y diplomáticamente el recurso de la invasión militar directa, como en Afganistán, Irak, Libia y Siria. O el expediente de los bombardeos masivos del territorio venezolano, una reedición de las carnicerías realizadas por Estados Unidos en Vietnam, Camboya, Panamá y Serbia, con sus decenas de miles e incluso centenares de miles de muertos, heridos, mutilados y desplazados.
Se puede decir que, con su descaro, Donald Trump dejó muy mal parados, entre otros, a los gobiernos mexicano y colombiano. Éstos, vasallos del Tío Sam por convicción, no se atrevieron a ser cómplices de semejantes atrocidades. Y al repudiar el uso de la fuerza militar contra Maduro, aunque sólo haya sido de dientes para afuera, indirectamente han conspirado contra sus propios y visibles propósitos de derrocar al chavismo.
En el fortalecimiento del gobierno chavista y en el consecuente debilitamiento de la alianza antimadurista poco tiene que ver si Trump hablaba en serio y conscientemente, o si sólo se trataba de un recurso retórico para conservar o ampliar su base electoral y política, acostumbrada al uso de las armas y deseosa de imponer con ellas su visión de la democracia.
En cualquier caso, experiencia y sensatez obligan a no echar en saco roto las amenazas yanquis. Y obligan igualmente a redoblar la preparación política, diplomática y militar para la defensa del país. Porque si bien las amenazas de Trump pudieron ser sólo un recurso retórico o una simple balandronada, lo cierto es que el deseo de liquidar al chavismo manu militari es una añosa aspiración de la cúpula gobernante de Estados Unidos.
Y no sólo de esa cúpula guerrerista. También de muchos de los gobiernos europeos, con la franquista España a la cabeza. Y de un tercio de los gobiernos latinoamericanos. Y no digamos de la propia oligarquía venezolana.
Es claro que no hay contradicción entre esos deseos y propósitos y el rechazo a las amenazas de Trump. Digamos que no es una cuestión de esencia sino de método. Porque una cosa es la invasión militar o los bombardeos masivos con respaldo internacional y fachada democrática y humanitaria, y otra, muy distinta, una intervención unilateral y sin aval internacional. Para esas cúpulas derechistas no está en cuestión el derrocamiento de Maduro. Pero prefieren hacerlo con la cara bien maquillada y, si se puede, hasta embellecida.