Fernando Irala
Podría pensarse que después del atentado en el que se salvó de ser asesinado el destacado periodista Ciro Gómez Leyva, veríamos una actitud mesurada de las autoridades, en donde recae la responsabilidad de investigar y aclarar el episodio, atrapar a los matones y a los autores intelectuales, proteger al comunicador agredido y respetar el ejercicio de la libertad de expresión.
Pero no. Lo que siguió a los disparos, luego de un momento de aparente solidaridad y de gastadas palabras de apoyo, ha sido la reanudación de los ataques que desde Palacio Nacional y a través de la cadena nacional mañanera se dirigen a él y a otros comunicadores de muy diversas tendencias, quienes sólo tienen en común que discrepan de las posiciones gubernamentales.
Así ha sido desde el inicio del actual régimen; la novedad es que luego de años de azuzar a la jauría, a alguien se le ocurrió pasar a las acciones contundentes.
Lo notable es que a más de diez días de la agresión, y de las primeras imágenes que nos muestran cómo ocurrió, nada más se ha sabido de las averiguaciones.
A cambio, desde las mañaneras y en las redes sociales, hay una campaña de especulaciones que en el extremo llevan a introducir la idea de un autoatentado, o de un ataque orquestado para dañar al régimen. “Ahora se quieren hacer las víctimas”, escuchamos con asombro y estupefacción decir la semana pasada a quien debería reflexionar que sus insultos y rencores vertidos todos los días envenenan el ambiente público y pueden dar pauta, como ya lo están haciendo, a violencias homicidas.
Todo ello ocurre mientras se aproxima el fin de año, esa época en que nos deseamos paz, armonía familiar, y bienestar en el nuevo ciclo que está por comenzar.
La realidad que vivimos en México contrasta brutalmente con esos buenos deseos. Lamentablemente.