martes, abril 23, 2024

TOQUE DE CRISTAL. Ramón Márquez C.

Durante casi cuatro siglos se escribió en Colombia sobre el peligro que, para la ciudad de Armero, representaba el eventual estallido del volcán  Nevado del Ruiz, El León Dormido. El 11 de septiembre de 1986, harto de que las autoridades gubernamentales no escucharan su voz de alarma, advirtió Ramón Antonio Rodríguez -alcalde de La Ciudad Blanca-, en el propio Congreso de la República: “si el nevado hace erupción, Armero va a poner los muertos porque la avalancha del deshielo rompe la represa y nos destruye a todos”. Despertó el león, rugió la fiera y su aliento de fuego derritió los glaciares. Agua y tierra convertidos en lodo incandescente desbordaron una vieja presa. En su loca carrera por la pendiente, el alud atrapó al río Lagunillas, le hizo desviar su cauce y pasó recto sobre aquella curva que bordeaba la parte alta de Armero. Millones de toneladas de lodo y piedra, saturadas de elementos volcánicos, se abalanzaron sobre la ciudad y la destruyeron. Armero puso los muertos: veinte mil de sus 29 mil habitantes… Durante meses, habitantes de la colonia Chipitlán denunciaron oficialmente ante las autoridades que el flujo de la barranca de Santo Cristo provocaría un grave accidente en el Paso Exprés México-Cuernavaca. Oídos sordos fueron los de las autoridades y el 12 de julio de 2017, apenas tres meses después de ser inaugurada la vía rápida, se abrió un socavón en la pista y se tragó a dos hombres –padre e hijo- que perdieron la vida… Durante tres años, organizaciones vecinales alertaron sobre el riesgo que implicaba el centro comercial Artz Pedregal. Voces mudas fueron las suyas. En marzo pasado Miguel Ángel Mancera inauguró el gigante erigido en Anillo Periférico y Santa Teresa, felicitó a arquitectos, ingenieros e inversionistas. “Ojalá que tengamos muchas plazas de estas en el futuro que estar inaugurando (sic)”, dijo. El gigante se derrumbó parcialmente. No hubo víctimas, por fortuna. La voz que ahora sí se escucha es la de José Ramón Amieva, sucesor de Mancera como jefe de Gobierno de la Ciudad de México: “es evidente que el derrumbe no fue algo controlado o inducido. A simple vista, hay que generar todo esto como una situación de omisión, de negligencia”…

A voces mudas, oídos sordos, omisión y negligencia, agreguemos otras palabras tan propias de quienes gobiernan en nuestra querida Latinoamérica: corrupción, avaricia, desidia, ambición desmedida, apatía, complicidad, y encontraremos la indignante explicación de estos desgarradores sucesos que forman parte de las muchas crónicas de muertes anunciadas –y no escritas por el gran Gabo.

Ramón Márquez C.

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