José Antonio Aspiros Villagómez
El 20 de julio se cumplirá un siglo de que fue asesinado en Parral, Chihuahua, el jefe de la División del Norte durante la Revolución Mexicana, y con tal motivo 2023 fue declarado oficialmente como “Año de Francisco Villa, el revolucionario del pueblo”.
Según el “blog” www.gob.mx/palacionacional/es/
Y así lo sostuvo también la secretaria de Educación Pública, Leticia Ramírez Amaya, al referirse a “la lucha del general revolucionario por una educación como el ideal de un pueblo libre y a favor de niñas, niños y docentes”. Lo dijo el pasado día 14 en la escuela primaria ‘Centauro del Norte’, en la alcaldía Iztapalapa de la Ciudad de México.
En su libro, inmenso en todos sentidos, Pancho Villa. Una biografía narrativa (Planeta, 2014) el escritor Paco Ignacio Taibo II dedica al tema una de las 884 páginas que tiene la obra, donde dice que, como gobernador de Chihuahua, Villa creó 50 escuelas, se reunió en su tren con maestros y les dijo que la de ellos era “la profesión que más admiraba“; también visitó planteles para exhortar a los alumnos a ser “hombres de bien” y le repartió dinero.
Villa fue gobernador durante un mes, entre diciembre de 1913 y enero de 1914, y en ese tiempo emitió 17 decretos en beneficio de la población del estado. Uno de ellos datado el 12 de diciembre y que Taibo llama “el golpe maestro”, fue para confiscar “los bienes de la oligarquía de Chihuahua”, es decir, de Luis Terrazas y sus hijos, los hermanos Creel y otros terratenientes, así como sus familiares “y demás cómplices” que controlaban dos terceras partes del territorio útil de la entidad y se exiliaron en Estados Unidos.
En el decreto, Villa los señaló como partícipes en complots, asonadas, cuartelazos, defraudación fiscal y dominadores de la sociedad. Dispuso que una parte de las tierras de esos oligarcas fuera para las viudas y huérfanos de la revolución, otra para los combatientes, y que se devolvieran sus parcelas a los campesinos que habían sido despojados de ellas.
Otras de sus medidas fueron nacionalizar los molinos de harina para bajar el precio del saco de 19 dólares a un dólar y medio; poner bajo la administración de la División del Norte los ferrocarriles y tranvías, las tiendas, una fábrica de ropa y la planta de energía eléctrica y decretó sanciones para los comerciantes que no aceptaran el papel moneda emitido por su gobierno. Además creó el Banco del Estado de Chihuahua “para administrar los bienes expropiados”.
Y como a su criterio “lo único que debe hacerse con los soldados en tiempo de paz es ponerlos a trabajar”, los dejó a cargo de la energía eléctrica, los transportes, el servicio telefónico, molinos y la administración de haciendas confiscadas, y habilitó como policías a un millar de ellos.
Dice Taibo II en su libo, que Villa se convirtió en ese tiempo en “la estrella de la prensa estadounidense”. En las páginas de los diarios del vecino país lo mismo fue elogiado que calumniado, lo llamaban socialista y bandolero, y se publicaban tanto historias de su singular estilo revolucionario de gobernar, como las denuncias de los oligarcas exiliados.
En esa época fue cuando el famoso periodista John Reed viajó a México para cubrir la revolución y se volvió “el gran cronista de esa etapa”. A él se debe la referencia mencionada sobre los trabajos asignados a la tropa villista.
Reed estuvo muy cerca de Francisco Villa quien, según su hermano Hipólito, pese a su carácter indómito tenía más temor a “un ataque de la prensa que a perder una batalla”. Veía con suspicacia a los periodistas, pero “tenía debilidad por los fotógrafos estadunidenses” y aceptó un contrato con una empresa cinematográfica que lo filmó.
Este es sólo uno de los infinitos episodios en la vida del Centauro del Norte, cuyos homenajes en su centenario luctuoso comenzaron días atrás e incluyen una cabalgata, conferencias, exposiciones, la entrega de la medalla ‘Muera Huerta’, y con toda seguridad una ceremonia en Palacio Nacional o en el Monumento a la Revolución, donde fueron depositados sus restos en 1976.
Personaje de leyenda como lo es Francisco Villa, no podía quedar exento de debates acerca de su papel histórico y su interesante personalidad. Al finalizar el más enconado de esos debates, los diputados aprobaron en 1966 colocar en su recinto legislativo el nombre de Villa en letras de oro.
En su libro La ciudad oculta 1 (Planeta, 2018), el periodista Héctor de Mauleón dice que “La vida de Francisco Villa fue un enredijo. Su muerte, también”. Y resume en tres páginas los episodios de cuando se robaron del panteón la cabeza del Centauro del Norte en 1926, y cuando fueron trasladados al Monumento a la Revolución los restos de una mujer y no los suyos.
Villa fue sepultado en la tumba 632 del panteón de Parral, Chihuahua, y según De Mauleón y también Taibo, hay versiones de que en 1931 una de sus viudas trasladó su cadáver a la tumba 10 para evitar nuevas profanaciones y en su lugar inhumó los de una mujer desconocida que acababa de morir en el Hospital Juárez de Parral.
“El más importante biógrafo de Pancho Villa, el historiador Friedrich Katz, en su obra ni siquiera presta atención a los rumores; da como un hecho que los restos de Villa sepultados en Parral son los mismos que luego serían trasladados a la ciudad de México”, dice por su parte el portal wikimexico.com, que concluye:
“Sean o no sean los restos de Villa los que descansan en el monumento a la Revolución, su idea de justicia y su lucha permanecen en la conciencia colectiva de la sociedad, lo cual, en todo caso es lo verdaderamente importante.”
En un comentario al libro La revolución interrumpida, de Adolfo Gilly (La Jornada, 5-VII-23), el historiador Pedro Salmerón Sanginés dice que, aunque Villa y Emiliano Zapata fueron derrotados, “la potencia de su movimiento obligó a la revolución burguesa a incorporar a su programa las demandas que le dieron (a ésta) un carácter popular”. Por eso este es el año del “revolucionario del pueblo”.