Miguel Tirado Rasso
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Si bien, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) no atraviesa por su mejor momento, las encuestas publicadas en los últimos meses lo llegan a colocar hasta en un tercer lugar entre las preferencias de los electores, y su líder nato, el Presidente Enrique Peña Nieto, tiene un muy bajo grado de aceptación entre la población del país (apenas un 20 por ciento aprueba su gestión), sería un error considerar al tricolor fuera de la competencia para la elección presidencial, tomando como base estos estudios de opinión. Y es que estas mediciones corresponden a fotografías de momentos en los que, salvo un contendiente, todos los demás probables participantes en la carrera hacia Los Pinos, apenas están calentando motores de su maquinaria electoral. Se entiende que quien aparece arriba en las encuestas, sea el que ha tenido la mayor exposición, cerca de cinco lustros en campaña a lo largo y ancho del país. Además de que, al no existir, todavía, otros contrincantes definidos con quien comparar al auto destapado, alplantear variables, la encuesta parte de un terreno especulativo,que aumenta su margen de error. Y si, como decíamos en un principio, estos no son los mejores tiempos del tricolor, habría que recordar que en los últimos 30 años, las cosas no le han sido fáciles a este partido. En 1987 sufrió su mayor fractura con el surgimiento de la Corriente Democrática, cuya principal demanda era la democratización de la elección interna del candidato presidencial.
Al no encontrar respuesta a sus reclamos, se produjo una grave escisión en sus filas. La Corriente se convertiría luego en el Frente Democrático Nacional, una coalición de diversas fuerzas políticas que apoyaría la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas en competencia contra el candidato del tricolor, Carlos Salinas de Gortari, quien saldría triunfante en una elección que hasta la fecha causa polémica.
Seis años después, en 1994, si bien el proceso de selección del candidato presidencial del PRI se resolvió sin incidentes mayores, el candidato sería asesinado en plena campaña electoral, por lo que este partido habría tenido que resolver una nueva candidatura al vapor, con resultados exitosos. En 2000, el Revolucionario Institucional enfrentaría su mayor fracaso. Después de más de 70 años en el poder y por primera vez, desde su fundación, perdería la elección presidencial frente al candidato del PAN, dando paso a la transición democrática.
En 2006, ya como oposición, diferencias internas en el seno del partido respecto a la selección de su candidato presidencial, aunque no llegarían a una fractura formal, lo debilitarían en su posicionamiento político al grado de que su candidato quedaría relegado hasta un tercer lugar, en la carrera hacia Los Pinos. En 2012, la historia fue muy diferente. Después de la tormenta desatada en la pugna interna por la candidatura presidencial de 2006, vino la calma con un proceso operado con eficiencia y habilidad política para la definición del candidato tricolor que se dio sin mayores altercados, con final feliz.
Desde su fundación, el primer mandatario tricolor ha sido factor fundamental en la determinación de su sucesor. A partir de Lázaro Cárdenas y hasta José López Portillo, el fiel de la balanza, en sus diversas etapas, resolvió el proceso de su sucesión sin problemas mayores. Después, el país y los tiempos cambiaron. Como hace 30 años, ahora un grupo de militantes priistas agrupados en la corriente Alianza Generacional, cuestionó, entre otros temas, el de la elección del candidato presidencial, con la propuesta de abrir el procedimiento a una consulta interna para determinar el mejor perfil y que deje de ser una decisión de las cúpulas.
Una fórmula democrática impecable, pero difícil de llevar a la práctica sin riesgos ni consecuencias. Y es que, en la experiencia histórica del tricolor, el liderazgo presidencial ha sido el factor de unidad del partido y respeto a la disciplina. Cuando se dio la sana distancia entre Los Pinos y el PRI, éste se derrumbó.
Posteriormente, en la orfandad presidencial, perdió la disciplina, cayó en la confusión y terminó divido y nuevamente derrotado. Ahora, una vez más en el poder, no se ve qué tan conveniente le resulte al tricolor un cambio de ritual en la definición del candidato. Un experimento democrático que le puede generar fracturas, más aún, cuando las circunstancias en que enfrenta Enrique Peña Nieto esta sucesión son completamente diferentes a las que vivieron sus antecesores.
Actualmente hay una auténtica competencia, por lo que el designado no tiene garantizado el triunfo. El PRI ha perdido competitividad, su voto duro se ha reducido considerablemente y no le es suficiente para ganar. Necesita la alianza con otros partidos, pero sus aliados tradicionales ya no le suman muchos puntos y algunos coquetean con el enemigo.
Ante este escenario, el tricolor requiere hacer gala de sus cualidades de unidad y disciplina y del toque mágico para elegir a un candidato que sume votos de propios y extraños, aunque la definición no provenga de una consulta a las bases.