Miguel Tirado Rasso
mitirasso@yahoo.com.mx
Señalábamos en nuestro comentario de la semana pasada que, para los siete partidos con registro, Morena, PAN, PRI, PRD, MC, Verde Ecologista y PT, los comicios del año que entra significan un gran reto, para algunos hasta histórico. También lo será para aquéllos que obtengan su nuevo registro y participen por primera vez en una contienda electoral, pues su posibilidad de sobrevivencia en el escenario político nacional dependerá de que, por sí solos, porque la ley les impide formar alianzas en su debut electoral, obtengan un mínimo de 3 por ciento de votos sobre el total de sufragios emitidos el día de la elección.
Por lo que ha sido y significado para la historia política del país, podríamos afirmar que es el Partido Revolucionario Institucional (PRI),
quien enfrenta el mayor reto de todos los contendientes en las elecciones de 2021, pues, sin exagerar, se juega su futuro político. Su circunstancia actual es muy distinta a la que enfrentó, tras su derrota histórica en la que perdió, por primera vez, la Presidencia del país, en 2000. En aquella ocasión, desbancado de la silla presidencial, el tricolor habría conservado, todavía, una discreta mayoría simple en el Congreso general y los gobiernos, en 20 entidades de la Federación. Seguía teniendo un buen posicionamiento político nacional, que, aunque tardó 12 años, le permitió alcanzar la primera magistratura, una vez más (2012).
En su segunda gran derrota, ya no histórica sino previsible, en 2018, además de la presidencia del país, el tricolor perdió posicionamiento. Quedó relegado en las cámaras de senadores y diputados a una frágil tercera fuerza política y, a nivel local, gobernando únicamente, 12 estados de la República.
Si, en 2000, los errores, excesos, falta de sensibilidad para entender los cambios y ajustes necesarios e impostergables y el desgaste de 71 años en el poder, entre otras, llevaron el hartazgo popular a desbancarlo de la silla presidencial. En 2018, una vez más, la ceguera política de quienes ejercieron el poder con excesos y sin el menor pudor, hicieron que la historia se repitiera. Ante escándalos de corrupción denunciados durante el sexenio, nada se hizo ni hubo reacción. Un gobierno distante, soberbio y codicioso. El voto del hartazgo no se hizo esperar y, de nueva cuenta, le volvió a asestar una derrota, pero con mayor contundencia. El tricolor perdió su segunda oportunidad, prácticamente por las mismas causas de su primera gran derrota hostórica. En esa elección perdió, además, dos gubernaturas, Jalisco y Yucatán, así como la mayoría en varios congresos locales y numerosos ayuntamientos.
Para 2021, el Revolucionario Institucional pone en juego 8 de las 12 gubernaturas bajo sus colores (Campeche, Colima, Guerrero, San Luis Potosí, Sinaloa, Sonora Tlaxcala y Zacatecas). De acuerdo a las encuestas publicadas hasta la fecha, sus posibilidades de retener algunas de ellas son muy remotas. Su realidad polìtica a nivel nacional es un gran misterio, pues, aún, en los estados con gobernadores priistas, por alguna razón que sólo la entienden sus dirigentes y los mandatarios locales, la discresión ha sido su característica.
A dos años del descalabro electoral, el tricolor no se ve por ningún lugar. Como otros partidos registrados, el PRI perdió el 75 por ciento de su padrón electoral, al pasar de 6.5 a 1.5 millones de simpatizantes, de acuerdo con los registros entregados a la autoridad electoral. En el Congreso, su calidad de tercera fuerza política no le permite mucho margen de acción, sin embargo, sus posicionamientos como oposición, cuando los hace, dejan mucho que desear y pareciera que sólo actúa para cubrir el expediente. Oportunidades las ha habido para defender causas que en otros tiempos enarbolaban, pero que ahora han ignorado. Y no se trata de ser una oposición irracional y negativa, pero tampoco sumisa o inexistente.
La percepción es que este partido no está dispuesto a dar la batalla y prefiere actuar con sigilo. Los escándalos de corrupción, comienzan a detonar y las amenazas en contra de supuestos implicados priistas están resultando una gran estrategia para que al otrora partidazo no se le vaya a ocurrir convertirse en un competidor políticamente incómodo. Y por si algo faltare, resulta que su presidente nacional, Alejandro Moreno, Alito, parece decidido a darle la puntilla a su instituto político, imponiéndole una democracia campechana, esa, como panes que se deshacen a la primera mordida.
Resulta que, sin mayor advertencia, Alito, convocó a una sesión extraordinaria, vía remota, del Consejo Político Nacional, para imponer reformas a sus estatutos que centralizan decisiones y concentran el poder en su dirigencia. El paquete de propuestas, que no cayó nada bien a la militancia, supone que ahora el dirigente será quien registre toda clase de candidaturas a cargos de elección popular, incluyendo gubernaturas, (federales, estatales, municipales o de cualquier otra demarcación como en la CDMX); quien defina el procedimiento para la selección de candidatos; quien apruebe las convocatorias locales para postular candidatos; quien pueda cancelar los registros de precandidatos o candidatos, además de obligar a los legisladores priistas a consultar el sentido de su voto, en el Congreso, con su dirigente.
Toda una maniobra para restarle facultades a otras instancias y convertirlo, estatutariamente, en el partido de un solo hombre, aprovechando su orfandad presidencial y, quizás, para ofrecerlo en adopción. Se avisoran impugnaciones en contra de esta intentona de control, que va en camino a provocar una delicada división interna, pues a quien corresponde la aprobación de toda reforma, adición o derogación a los Documentos Básicos es a la Asamblea Nacional, no al Consejo Político. (Art. 21, Estatutos).
Pobre PRI y lo que queda de él.