Jorge Herrera Valenzuela
En mis días de reportero policíaco, en los años sesenta, conviví con los agentes del Servicio Secreto, los judiciales federales y locales, así como con los famosos “azules” y los no menos populares “tamarindos” que se encargaban de regular el tránsito de vehículos en el Distrito Federal. La relación profesional se extendía hasta los jefes que tenían nombramientos de directores generales, salvo el titular de la Policía Preventiva que era de Jefe, así con mayúscula.
Mi trabajo reporteril, durante casi diez años, me permitió conocer la estructura de las organizaciones policíacas, tratar a los jefes de las corporaciones, seguir los pasos a los detectives y tener diariamente copias de las actas iniciadas en las agencias del Ministerio Público, así como de los partes policíacos. Espero y deseo que no suene a presunción, pero eso me dio oportunidad de corroborar que la gente no le tenía miedo a la policía, al grado que a los policías de tránsito cada 22 de diciembre, en el crucero que tenían asignado, recibían regalos de los automovilistas, de choferes y de los mismos transeúntes.
Pues bien, de ninguna manera se trata de la nostalgia. Tampoco pretendo hacer comparaciones. Entiendo que todo cambia, se moderniza, se transforma. No siempre los cambios resultan favorables. En el Distrito Federal el hampa, la delincuencia no organizada, los rateros “especializados”, estaban ubicados por la policía. Había control sobre la delincuencia. Estaba en el despacho del mayor Rafael Rocha Cordero, primer comandante del Servicio Secreto (dependía del Jefe de la Policía Preventiva), cuando le avisaron que a la pasajera de un autobús le habían robado el monedero que llevaba en su bolso de mano.
Rocha Cordero llamó al comandante Samuel Mendoza, a uno de sus subordinados, y le ordenó: “En la esquina de Bolívar y Uruguay, al subir al camión le acaban de robar su dinero a una señora (plenamente identificada). A las seis de la tarde, hoy mismo, quiero aquí a “Las Paulas” y que traigan el dinero que robaron”. A la denunciante le fue enviado a su domicilio, con un agente, un fichero y la dama identificó a una de “Las Paulas”. A la hora indicada, las mujeres estaban en el despacho y una de ellas le dijo a Rocha: “Mi jefe, no eran mil pesos sino 860 los que me afané (robé) y las credenciales las eche a la coladera”.
En otra ocasión fui testigo de lo siguiente: Jorge Obregón Lima era el jefe del Servicio Secreto y directamente acudió un matrimonio a decirle que con muchos sacrificios habían juntado para comprarle a sus hijos “unas bicicletas” como regalo de Santos Reyes y se las robaron del patio de la casa. Obregón Lima le dijo tajante a uno de sus agentes: “Sergio (Mariscal), toma todos los datos que van a dar estos señores. Vas a San Andrés Tetepilco y buscas a fulano de tal (no recuerdo el nombre), quiero las bicicletas. Si las vendió, que me traiga el dinero”. El ladrón fue detenido y tuvo que pagar el costo de las bicis. Al igual que “Las Paulas”, el pillo fue consignado ante el Ministerio Público y trasladado después a la cárcel.
Durante “la inspección policíaca” del robo cometido el sábado 22 del pasado julio, en una casa habitación de la Colonia Marte, tres uniformados se apoderaron de un lote de 12 anillos que estaban sobre un mueble. Ahí mismo la víctima lo denunció. Los tres policías ladrones desaparecieron inmediatamente y más tarde su jefe pidió “disculpas, pero por tres malos elementos que se nos cuelan, no hay que pensar que todos los policías son así”. El Delegado Político en Iztacalco, Carlos Estrada Meraz, en su recorrido por la calle Playa Revolcadero, Colonia Reforma Iztlaccihuatl Norte, fue informado de los hechos y el jefe policíaco simplemente le comentó “ya estamos investigando”.
No faltó quien recomendara o sugiriera que fuese hecha la denuncia formal ante el Ministerio Público. La respuesta de la víctima fue precisa: “No, no lo haré. Le Tengo miedo a la policía. Temo las represalias de los tres que se llevaron los anillos”. Es cierto, hoy en día “por los malos elementos que se cuelan” los cuerpos policíacos tienen una imagen muy negativa y no es concebible ni aceptable eso de “ya estamos investigando”, manifestado por el mismo jefe que “disculpó” a los policías ladrones.
Pero, el pero que nunca falta, no solo da miedo la policía sino también desconfianza. Es algo que está ocurriendo en todo el país. En nuestro reporteo, nos enteramos que en junio pasado se consumó un atraco en la sucursal de Banorte, ubicada en Juan Palomar y Arias esquina con Justo Sierra, en Vallarta Norte, Guadalajara, Jalisco, El gerente de la sucursal no permitió la entrada de policías uniformados, porque esperaba el arribo del servicio de seguridad del banco. Fue por no confiar en la policía local. La represalia fue inmediata, se ordenó la clausura de la oficina y eso duró como un mes.
PREGUNTA PARA MEDITAR:
¿Volverán algún día los generales de nuestro Ejército a estar al frente de los organismos policíacos y de las cárceles, para recuperar el respeto y la confianza del pueblo?
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