Víctor Corcoba Herrero/
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Somos gentes de palabra y de memoria, de historias y de caminos, de mirar hacia atrás y de vernos hacia adelante, como buscadores, en espera de llegar o encontrar algo, aunque sea a nosotros mismos para encarar un porvenir reencontrándonos. Esta es la cuestión, intentar crecer con la vida, dejándonos explorar por la liturgia de los acontecimientos, con el valor y la paciencia precisa, sin miedo, por muy pesada que sea la carga, o los aires atmosféricos de la incertidumbre. Quizás tengamos que pararnos, reflexionar sobre tantas divisiones, ya no sólo europeas, también americanas, donde faltan liderazgos que nos aglutinen y serenen. Sin embargo, nos sobran campañas difamatorias, especialmente en las redes sociales, que todo lo socavan y destruyen. Deberíamos, pues, adquirir todos una mayor responsabilidad conciliadora, de abrir caminos coherentes con nuestra propia identidad humanista.
El deterioro humano no puede seguir por más tiempo, es preciso activar el entorno y también a la persona en su integridad. El mundo ha entrado, a través de los discursos políticos cotidianos, en un periodo de profunda fluctuación, con numerosos actos de xenofobia, llamadas al racismo y a la discriminación religiosa, acaba de denunciar la oficina de Derechos Humanos de la ONU; solicitando 253 millones de dólares a la comunidad internacional de donantes, para defender las garantías básicas y evitar conflictos. Por consiguiente, más que avivar la vida económica-social de los privilegiados, hemos de activar derechos, comenzando ante todo por el derecho a una existencia armónica, donde unidad y diversidad sepan complementarse y confluirse. Los gobernantes, desde luego, tienen que pensar mucho más en ese bien colectivo que nos universaliza como especie, en la tutela de una verdadera justicia social y en la cimentación de menos muros y más abrazos de corazón, lejos de intereses respectivos y de egoísmos contrapuestos. Para desgracia nuestra, hemos perdido el desarrollo del propio deber de servicio y la moralidad en la gestión desinteresada y transparente del poder. Todo está más bien corrupto, por lo que es menester restaurar diálogos con fortaleza, paciencia y perseverancia. Lo que no podemos es guardar silencio. En las enseñanzas de búsqueda, ya sean vividas o sufridas, seguramente hallamos respuesta a muchos interrogantes.
Tampoco es fácil conversar en un mundo achicado por el tiempo, frecuentemente dominado por la técnica, en el que se multiplican los caudales del desconcierto, la tristeza y la soledad; máxime, cuando el futuro anda en manos de la inseguridad, que impide tener sosiego. De ahí surgen, con frecuencia, sentimientos melancólicos de congoja que lentamente pueden conducirnos a la impotencia. Ahora es el momento de tomar impulso, y es por eso, que se requiere altura de miras y análisis de caminos recorridos. Únicamente, desde la verdad, podemos conquistar el bien y reconciliar posturas. Personalmente, pienso además, que nunca es tarde para inquirir un mundo mejor y más habitable, si en el empeño ponemos esfuerzo y constancia.
En este sentido, la Agenda 2030 se centra, precisamente, en la educación de calidad y el aprendizaje permanente para todos con objeto de que cada mujer y cada hombre puedan adquirir las aptitudes, los conocimientos y los valores necesarios para llegar a ser todo lo que desean y participar plenamente en la sociedad. Esto es algo especialmente significativo para las niñas y las mujeres, así como para las minorías, los pueblos indígenas y las poblaciones rurales. Así se refleja en el Marco de Acción Educativa 2030 de la UNESCO, una hoja de ruta para la aplicación de la Agenda 2030 en la que se fomenta el pleno respeto hacia el uso de la lengua materna en la enseñanza y el aprendizaje y la promoción y preservación de la diversidad lingüística, puesto que si queremos asegurar que los principios de los derechos humanos tengan un impacto real en el espíritu de las personas, hemos de respetar sus auténticas raíces.
Sea como fuere estamos predestinados a entendernos y a aportar cada cual su impronta cultural, sin dejar a nadie rezagado, pues el futuro no se puede construir para unos pocos, sino para toda la humanidad que está llamada a coaligarse a ese orbe armónico que tanta placidez nos imprime. Lo que es evidente que nadie puede buscar por otro, cada uno ha de recorrer su itinerario, ascender por sí mismo, puesto que la senda existencial no admite intermediarios. Lo natural es explorar la paz dentro de uno, como esencia de vida. Y luego, después de hallar respuesta a lo que somos y a lo que queremos ser, al por qué vivimos y para quién vivimos, tal vez descubramos que los obstáculos son más fácil de vencerlos unidos. Al fin, la receta de San Agustín, de que “en las cosas necesarias, la unidad; en las dudosas, la libertad; y en todas, la caridad”, puede salvarnos el alma, que es aquello por lo que caminamos, sentimos y maduramos, nos enternecemos y nos eternizamos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
15 de febrero de 2017.-