Pablo Cabañas Díaz.
Emmanuel Carballo (1929- 2014), solía definirse a sí mismo en su tarea de crítico literario, con cierta ironía: “Soy una figura molesta pero necesaria. Mi papel se presta más a la censura que al elogio. Y es natural, el crítico es el aguafiestas, el villano de película del Oeste, el resentido, el amargado, el ogro y la bruja de los cuentos de niños…, el que exige a los demás que se arriesguen mientras él mira los toros desde la barrera”.
El escritor y amigo de Carballo, Juan Domingo Argüelles, comentaba: “Sabemos que un maestro no sólo enseña lo que sabe, sino que, por encima de todo, enseña lo que es. Nadie puede dar ejemplo de lo que no hace ni de lo que no es. Nadie puede conseguir que los demás crean en algo si el que ofrece las lecciones teóricas no cree en lo que enseña. “Las lecciones que me ha dado, y a las que ha sido fiel Emmanuel Carballo son sobre todo dos: decir lo que se piensa, y pensar lo que se dice. Contra toda consecuencia, pero siempre con honradez intelectual y con conocimiento de causa”.
Carballo anhelaba que llegará un joven que pusiera en tela de juicio todo lo que pensó y edificó y se pitorreará de él. Carballo recibió en vida numerosas distinciones por su labor en las letras mexicanas y en los medios de comunicación, entre ellos la Medalla José María Vigil (1956), los premios Jalisco de Literatura (1990), Arlequín (1999), Iberoamericano 2005 de las Jornadas por López Velarde, Mazatlán (2006), Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura (2006), Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez (2006), Medalla Alfonso Reyes 2008 y la Medalla de Oro de Bellas Artes en reconocimiento a su trayectoria, en 2009.