Pablo Cabañas Díaz.
El presidente Andrés Manuel López Obrador se refirió al exmandatario Felipe Calderón, al momento de señalar: “le pegó un garrotazo al avispero y nos heredó todo esto que estamos padeciendo. No había ni siquiera un plan y en vez de atender las causas, él quiso de manera espectacular resolver el problema solo con el uso de la fuerza”. “No olvidemos que cuando declara la guerra organizada, va a Michoacán, a Apatzingán (…) y va vestido de militar. Se pone un chaleco, que hasta le quedaba grande, parecía el comandante Borolas, y ahí declara la guerra”. La trayectoria política de más de tres décadas de López Obrador ha dejado registro de varios hechos que le permitieron estar vigente de manera sobresaliente durante todo este periodo. Una de esas prácticas recurrentes distintivas de López se relaciona con la construcción de una identidad a favor de los más pobres, o la realización de promesas de apoyos económicos a los más desprotegidos, el combate a la corrupción.
En las elecciones presidenciales del 2006 en México, se produjo un escenario crítico. No era el gobierno quien supuestamente perdió por un margen escaso de 0,58% de los votos válidos emitidos, sino el candidato opositor. Andrés Manuel López Obrador (AMLO)), terminó en segundo lugar y Felipe Calderón, del Partido Acción Nacional (PAN), con una diferencia que lo llevó a decir: “haiga sido, como haiga sido”.
Calderón desplegó una campaña de ataques personales contra López Obrador. Fue una «elección de Estado» orquestada por Vicente Fox, así como una «guerra sucia» emprendida por el PAN. Invocando motivos críticos de la lucha democratizadora del pasado, el candidato de la izquierda parecía estar preparando el terreno para impugnar los resultados en caso de sufrir una derrota. Luis Carlos Ugalde, consejero presidente del Instituto Federal Electoral, apareció ante las cámaras para explicar que, de acuerdo al conteo rápido de la misma institución, la distancia entre los dos candidatos punteros caía dentro de los márgenes de error estadístico. La elección era demasiado cerrada para anticipar resultados; todo el mundo tendría que ser paciente.
El máximo representante del instituto electoral llamó a la «prudencia» y pidió a los candidatos abstenerse de declarar su victoria públicamente. Estas declaraciones prematuras dieron inicio al drama postelectoral que se desarrolló después.
Ugalde abrió la caja de Pandora de la desconfianza. Durante los días que estaban por venir, López Obrador fue añadiendo acusaciones variadas de prácticas tramposas en la jornada electoral, mientras el discurso del fraude se extendía como un reguero de pólvora entre amplios sectores de la población. Una demanda central animaba estas inmensas y pacíficas movilizaciones de protesta: un recuento total. ¡Voto por voto! ¡Casilla por casilla! Sin un recuento completo, insistía López Obrador, la credibilidad de las elecciones presidenciales quedaría dañada irremediable como sucedió y llevó a Calderón una presidencia un mandato calificado de espurio, es decir, falso, ilegítimo o no auténtico.