viernes, abril 26, 2024

Mijaíl Alexándrovich Romanov, zar por un día

Luis Alberto García / San Petersburgo, Rusia

* Pocos cortesanos y nobles sobrevivieron.
* El gran duque, fusilado, fue último de la dinastía.
* Parientes del zarismo ruso murieron en la hecatombe.
* Solamente unas decenas de ellos consiguieron huir.
* Viven fuera del país que fue de los sóviets hasta 1991.
* Muerte en los Urales y fosas comunes en Petrogrado.

En los debates políticos sobre la sucesión del zar Nicolás II, hay quienes dicen que no fue el último zar de Rusia, debido a que, cuando fue forzado a abdicar por la revolución triunfante de los bolcheviques, renunció a su trono y al de su heredero, su hijo hemofílico, el zarévich Alexéi, nacido en 1904.

De este modo, el 15 de marzo de 1917, su hermano, el gran duque Mijaíl Alexándrovich, se convirtió en el gobernante “legítimo”, aunque su “reinado” no reconocido, duró solamente un día, luego de que, 24 horas después, publicara un manifiesto que decía: “He tomado la firme decisión de asumir el poder supremo solamente si nuestro gran pueblo me concede tal poder”.

Sin embargo, su gran pueblo no se lo concedió y, en realidad, eso también significaba la abdicación, puesto que empujado por el gobierno provisional de Alexander Kérensky y viendo que la monarquía carecía de apoyos, acabó renunciando.

Aunque es bien sabido que Nicolás II no fue capaz de eludir un destino trágico que lo esperaba a pesar de abdicar, el hecho es que en nada ayudó a su hermano: el 13 de junio de 1918, los bolcheviques fusilaron en secreto a Mijaíl cerca de Perm, mil 400 kilómetros al este de Moscú, cuando -fue el pretexto- trataba de fugarse.

Ese acontecimiento sirvió de excusa para perseguir, detener y ejecutar a más familiares del último zar de Rusia, porque eso ocurrió de manera trágica ante la destitución y renuncia al trono de Nicolás II, otra víctima imperial.

En acciones de cobardía infinita y nada solidarios, en 1917 hasta los monárquicos habían abandonado al zar derrocado por los bolcheviques y tenían la esperanza de que su sustitución por Mijaíl pudiera servir para salvar a un imperio condenado a la derrota y a la muerte.

“Nuestro ejército vivió con relativa calma la abdicación del zar Nicolás; pero la abdicación de Mijaíl y el abandono de la monarquía, en general, aturdió a todos. La vida estatal rusa comenzó a desmoronarse por completo”, escribió en su diario el príncipe Serguéi Trubetskói.

El 15 de marzo de 1917 el gran duque Mijaíl Alexándrovich se convirtió en el zar ruso; pero como quedó evidenciado, su reinado duró un día, cuando la revolución bolchevique tomó el poder el 25 de octubre de 1917, decidiéndose el traslado de a Mijaíl a la región de los Urales.

Mientras tanto, la Primera Guerra Mundial seguía su curso y los alemanes se acercaban a Petrogrado –hoy San Petersburgo-; sin embargo, tras el estallido de la guerra civil en febrero de 1918 y de la ofensiva de las fuerzas antibolcheviques, los Urales tampoco eran un lugar seguro, así que los comunistas decidieron deshacerse de Mijaíl.

“Todavía no se han encontrado los restos de Mijaíl Alexándrovich ni los de su secretario y es algo que me duele mucho”, comentó un descendiente de los Romanov: “Hasta que no lo encuentren y lo entierren según la tradición cristiana, a él y al último miembro de la familia imperial, ese cruel capítulo de la historia de Rusia no se habrá cerrado”.

Además de Nicolás II y de Mijaíl Alexándrovich, hubo otros miembros de la familia Romanov que fueron capturados y ejecutados en los Urales en ese fatídico verano: el 18 de julio de 1918 le tocó morir a la gran duquesa Elizaveta Fiódorovna, llamada Ella por la familia.

Viuda del hermano de Nicolás II, durante doce años vivió como monja, había fundado un convento en Moscú y fue arrojada a una mina cerca de Alapáievsk –mil 900 kilómetros al este de Moscú-; pero, para asegurarse de que habían acabado con ella, los soldados lanzaron granadas al interior.

Iba acompañada de otros cinco miembros de la familia Romanov y con dos de sus sirvientes, como ocurrió a Nicolás y su esposa Alejandra –y sus cinco hijos-, cuya dama de compañía, el médico y el cocinero también murieron en la Casa Ipátiev de Ekaterinburgo.

“Según documentos disponibles, el sóviet bolchevique local decidió eliminar a la gran duquesa sin consultar a las autoridades centrales”, explica Natalia Zíkova, historiadora de los Urales:

“La situación en aquellos momentos era caótica”.

Después de asesinar a los Romanov, los bolcheviques del Comité de los Urales de Alapáievsk fingieron que los aristócratas habían huido y anunciaron oficialmente que el Ejército Blanco y los mercenarios checos los habían secuestrado usando un avión.

Mientras que algunos miembros de la familia Romanov murieron en el centro de Rusia, otros fueron asesinados en Petrogrado –que tuvo ese nombre e 1914 a 1924 sustituyendo al de San Petersburgo- por orden de los bolcheviques: en enero de 1919 fusilaron a cuatro príncipes, entre ellos el tío de Nicolás II, luego enterrados en una fosa común.

Julius Mártov, socialista no bolchevique, se enfureció después de la ejecución y escribió: “¡Qué vergüenza!: ¡Qué infamia! ¡Qué infamia tan innecesaria y violenta está golpeando a nuestra revolución!, son tiempos en los que no existen ni la compasión ni la piedad para nadie.”

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