miércoles, mayo 1, 2024

Los primeros dragones a los que se ‘enfrentó’ la humanidad no aparecieron durante la Edad Media

CIUDAD DE MÉXICO.- A veces, como reptiles alados. Algunas más como serpientes descomunales, enroscadas alrededor de tesoros invaluables. Otras, como animales gigantescos con corazas inquebrantables, que escupían fuego por las fauces. Los dragones han acompañado a la humanidad durante milenios, como centinelas de capitales imperiales o bestias escondidas en los mares todavía desconocidos, señala un artículo publicado por National Geographic.

Aunque la palabra ‘dragón’ apareció por primera vez en inglés hacia el siglo XIII, bien entrada la Edad Media, el origen de estas bestias mitológicas data de milenios antes de las historias de caballería. De hecho, los orígenes de los dragones se pueden rastrear hasta los primeros asientos de la civilización humana, hace al menos 5 mil años. Esto es lo que sabemos al respecto.

La etimología de ‘dragón’ viene del griego antiguo δράκων, explica Heritage Daily. Se traduce literalmente como víbora. Originalmente, este término se derivó del verbo δέρκομαι, que quiere decir «mirar fijamente«. Visto así, sólo por su raíz etimológica, los dragones son serpientes que clavan la mirada.

Los primeros indicios de estas criaturas mitológicas se remontan a Mesopotamia. Para entrar a Babilonia, la antigua capital imperial, los visitantes deberían de pasar por la mirada de los Lamassu: bestias aladas con cuerpo de león y cabeza de hombres barbados. La Puerta de Ishtar tenía grabados a estos centinelas míticos en oro, con la intención de purificar a quienes pasaran a través de su umbral.

Desde aquí se puede rastrear, según The Metropolitan Museum en Nueva York, los orígenes de estas criaturas de protección:

«[Los lamassu eran] enormes estatuas de piedra representando bestias aladas emplazadas en las jambas de las puertas del palacio para proteger al rey contra los maleficios y para impresionar a todos los que allí entraran», explica la institución en su portal oficial.

Paralelamente, los egipcios adoraban a Apophis (o Apep): una serpiente gigante que le había declarado la guerra al dios del Sol, Ra. Cada noche, su misión era perseguir al astro principal en el cielo para asesinarlo al atardecer, explica World History Encyclopedia. Así se explicaban los egipcios el nacimiento de un nuevo día.

Aunque, en principio, Apophis y los Lamassu cumplían funciones religiosas, políticas y sociales muy distintas, la relación iconográfica con los dragones es clara. Además, ambas figuras coincidían en representar seres sobrenaturales, contra los cuales los mortales realmente no tenían oportunidad alguna. En un desafío, una mirada era suficiente para exterminar a quien se les pusiera enfrente.

La tradición de representar serpientes como seres elevados —a veces de luz; otras, de sombra— se extendió a Occidente y Oriente por igual. De hecho, se extiende desde mucho tiempo antes del Medioevo. Para los griegos ya existían figuras de serpientes con forma de mujer, que escupían veneno y podían acabar con los mortales. Hércules mismo luchó contra la Hidra: el mítico dragón de cabezas múltiples.

En Oriente, este tipo de encuentros míticos también se repiten. Uno de los pasajes del Rigveda —uno de los libros sagrados del Hinduismo— narra la batalla milenaria entre la gran serpiente Vritra, demonio de las sequías, contra Indra, el dios del agua y el rayo.

Las culturas mesoamericanas también veneraron a figuras parecidas a la idea europea de los dragones. Kukulkán y quetzalcóatl, las figuras de la serpiente alada para los mexicas y mayas, son la más alta expresión de estas representaciones sagradas. Ambos acompañaron la creación del universo, y no eran considerados necesariamente como antagonistas de la luz.

Incluso en monedas romanas se han visto inscripciones de víboras que se comen a sí mismas, como un símbolo del ciclo perpetuo de la vida. En contraste, China utilizó las figuras de las serpientes que escupen fuego como símbolo de protección y buena fortuna para la realeza. Las representaciones tienden a estar inscritas en oro sobre fondos rojos, el color dedicado a la familia imperial de la dinastía Yinglong.

Las historias de caballerías heredaron la costumbre antigua de luchar contra dragones. Enmarcadas en la tradición judeocristiana, estos encuentros generalmente representaban la batalla del Bien contra el Mal, en el que el caballero salía siempre victorioso. Hasta el día de hoy, sin embargo, no existe evidencia concluyente que sustente la existencia de estas criaturas —en ninguno de los territorios en los que aparecen a nivel literario.

Se ha teorizado que, más allá de cristalizar los valores de cada cultura, la inspiración de los dragones surgió de otros lagartos grandes. Cocodrilos, caimanes y serpientes seguramente figuran entre ellos. Muchas de las descripciones, además, eran exageradas a propósito, con la única finalidad de infundir miedo en poblaciones específicas.

Incluso, se ha pensado que los pobladores antiguos de cada región seguramente se encontraron con restos fósiles de animales prehistóricos descomunales, que nunca habían visto en sus vidas. Desde la mirada de aquellas poblaciones, la explicación más lógica era pensar que los dinosaurios eran efectivamente dragones escupe-fuego.

Hoy sabemos que estos restos pertenecen a especies que dominaron el planeta en otra etapa de su historia natural. Sin embargo, el imaginario colectivo que civilizaciones pasadas entretejieron dejó a su paso algunas de las mejores batallas mitológicas en la literatura universal.
AM.MX/FM

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