jueves, marzo 28, 2024

LIBROS DE AYER Y HOY: Acapulco y la distribución de la pobreza

Teresa Gil

laislaquebrillaba@yahoo.com.mx

 

De seis a siete propinas diarias, mínimo,  debe dar el turista nacional en México,  en esa desajustada vida en la que se distribuye desde hace décadas nuestra pobreza. En Acapulco, me encontré ya en  petición formal, recados de la camarista para dejar propina. Pero esa dádiva la esperan los que se llevan tus maletas o las suben,  el que arregla la televisor que estaba descuadrado, el que te da las toallas y el que te pone las sillas en las playa. Aparte los que te sirven las comidas o te llevan  un  recado, sin  incluir a los niños que cantan y esperan dádiva, el vendedor insistente que no se mueve aunque le digas muchas veces que no,  el que espera algo simplemente porque estas ahí y cree que puedes darlo, y el que te aborda en la calle. Si eso priva en las ciudades, con mas razón en las zonas turísticas en las que se cree que el que va a pasear lleva medios suficientes, es rico o puede utilizar recursos a su  antojo. El paseo, la diversión, las vacaciones de un ser humano no se consideran como algo necesario para equilibrar el cansancio y el estrés; lo ven como un  lujo y sobre él hay que hincar el diente. No siempre se reclama como un gesto de solidaridad, sino como una exigencia. Incorporada a la vida diaria ya como obligación en algunos casos -el que atiende ya se da por incorporado al pago normal del consumo, con diez, quince, o más del porcentaje de la cuenta- la llamada propina es la dádiva que sale del bolsillo del ciudadano, como aporte al salario  por lo general exiguo del trabajador. Pero el que la da, por lo general, es otro trabajador. Y esa propina se fue reincorporando a miles de cosas, de tal manera que la gran  población  mexicana- sucede lo  mismo en la mayor parte del mundo-, incluyendo la proletaria, redistribuye su ingreso en multitud de aportes. Lo solicitan hasta los organismos internacionales; algunos a los que pagamos como países miembros, piden cuotas y aportes periódicos. Ingresan libremente sus solicitudes a nuestras páginas, muros,  correos electrónicos, al teléfono. La gente da de acuerdo a sus ingresos, pero es un dinero que sale y se incorpora al ingreso de otros, por lo general desprotegidos, mientras las grandes riquezas acumuladas a partir de esos bajos salarios y la explotación en  horarios y labor, va estrechando la vida y los derechos  de quien trabaja. El caso del outsorcing era un ejemplo. Loa ricos cuando dan, lo hacen para descontar impuestos.

 

MÉXICO, Y SU RIQUEZA TURISTICA, ¿HAY CUIDADOS PARA EL TURISTA NACIONAL?

Las playas de Acapulco, nuestro famoso y gran  puerto, están desiertas en estos días de temporada baja. Hay algunas que no tienen a nadie. Eso convierte en un contrasentido la temporada. Por lógica debería de ser más barata, pero pasa lo contrario, los precios suben porque hay menos gente en demanda. Los trabajadores de las playas,  además, tienen pocos ingresos porque la mayoría vive de las propinas y se convierten para el  turista nacional, de ex tempo, en una presión que resulta peor que en la temporada alta. Hay situaciones que no se sabe si la Profeco o el Inapam  controlan o las empresas de las que dependen:  ejemplos son el tiempo de salida  en los hoteles, las cuotas de adultos mayores  para el descuento y las compras de boletos por internet. En estos casos hay posiciones negativas o perentorias de las empresas. Dan un tiempo, en  el caso de los hoteles para entregar la habitación,  de tal manera si el huésped llega unos minutos tarde, le cobran medio día de hospedaje, así se trate de poco tiempo. En el caso de las empresas de línea, te informan que no hay descuento para la tercera edad,  porque tienen un número determinado  -al parecer dos, en un  camión para 60 pasajeros- , pero jamás lo demuestran ante el solicitante con cifras en  la mano y en  el caso de la compra por internet, señalan  de manera perentoria, que si el viajero no llega en determinados momentos, ¡se pierde todo lo pagado!

 

LOS GRANDES GENIOS IBAN A LOS BALNEARIOS A CURAR SUS MALES

Las visitas a playas, a balnearios, lagunas, ríos, arroyos, cataratas, baños termales y todo lo que implique reunión a partir del milagro del agua, han sido no solo espacio de diversión sino atracción para la salud y en tiempos pasados centros de convivencia  cultural y de juego. La literatura reseña los espacios que fueron  famosos en el pasado por las visitas que hacían  los genios y los beneficios que recibían y también  los vicios que adquirían, a través del juego, sobre todo. Uno de esos casos es el del gran escritor Fedor Dostoiesvski que según  la historia de su vida, fue atraído por el juego en uno de esos balnearios Weisbaden, lo que lo indujo al vicio mientras intentaba curar su mal crónico,  y a la ruina. De esa experiencia escribió su obra El Jugador, (Alianza Editorial 2011). De Baden- Baden. son muchos los mencionados a menudo, en las novelas y cuentos. Se mencionan a Julio Verne, a Turguenev, a Wagner a Rossini, a Caruso, entre algunos de esos grandes.  En la novela Ana Karenina, Leon Tolstoi enviaba  a su personajes agobiados por amores despreciados, a curar su tristeza y nostalgia en un balneario. Y toda una pléyade que recaía para bien o para mal en esos sitios antes de que cayeran en desuso y surgieran otras formas de reunión  y curación. En relación a puertos y en concreto al de Guerrero, Ricardo Garibay agotó casi el tema en su narrativa  Acapulco,  publicado por  Grijalbo en 1979 y una edición mas cercana de la Editorial Oceano en 2002. En ese libro el escritor nacido en Hidalgo en 1923 y fallecido en Morelos en 1999, toca los más diversos temas de lo que ocurre en ese espacio y en la obra  trasciende precisamente esa distribución de la pobreza, frente al derroche que hacen los ricos en ese puerto, apoderados de los mejores espacios y abriendo nuevos cauces sospechosos en lugares como Punta Diamante y recluyendo al Acapulco pobre y trabajador en otro espacio en donde se evidencia la pobreza en la condición de sus habitantes, la mayoría solo para servir de vendedores, de sirvientes de los grandes hoteles, de niños de bailan para buscar dádivas y de personas que manejan lanchas. Garibay casi agota el tema  en ese libro, pero uno los ve más recientemente -apenas hace unos días-, como viven en el desierto de las playas, cuando trabajadores sin turistas y hotelería casi  sola, son enviados al desamparo  de los que ni siquiera tienen  quien comparta con ellos sus propinas.

 

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