Teresa Gil
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Los estertores de un sistema se están acelerando. Los últimos acontecimientos, triviales algunos, evidencian que la vieja solidez que tuvieron algunos líderes políticos, se perdió en la bruma de los tiempos y el PRI de esta época resuma pequeñez. Las declaraciones de su dirigente Enrique Ochoa Reza como niño torpe y malcriado que saca la lengua, preocupan más a los militantes que a los foráneos. Estos se burlan y lo exhiben. Las nimiedades del señor José Antonio Meade -parece verso sin esfuerzo-, y las agresiones medievales de Mikel Arriola contra la comunidad gay, no podrían favorecer ningún aporte académico. Si a ello se suman las diatribas de la PGR -dependiente del ejecutivo priísta- calificadas por algunos medios como totalitarias, podría verse como el descenso en picada del sector que se enseñoreó del país. Pero la cosa no es tan sencilla. Los monstruos en sus estertores desesperados es cuando atacan más fuerte. Es cierto que se ven cosas risibles como parte del engranaje vital que dio fuerza al sistema. Es el caso de los legisladores que se apresuran a manifestar su lealtad y a desmentir que estén pidiendo la renuncia de Ochoa Reza, aunque la FSTSE diga lo contrario y el coordinador de los senadores priistas, Emilio Gamboa Patrón lo recalque: hay inconformidad dentro del partido en el poder. Y no solo por las baladronadas del titular, sino por la poca eficacia en el reparto de cuotas; todo se reduce a eso. Por su lado, el problema magisterial ya en plena efervescencia y retomando una lucha que no se aplaca en Michoacán ni en Oaxaca, obliga al régimen a jugar cartas peligrosas con la imposición del charro Juan Diaz de la Torre. Se llega a los viejos extremos de violar mandatos judiciales y de crear normas sindicales al vapor para justificar nombramientos. La PGR reafirma la situación cerrando todo contacto a la maestra Elba Esther Gordillo con órdenes judiciales adhoc, a quien independientemente de sus cuentas pasadas, es una anciana enferma contra la que se lanza el peso de las ley. En ese maremágnum de acontecimientos en los que el gobierno presiona para rescatar al líder priista confinado por presunto desfalco en Chihuahua, para entregarlo a las manos sedosas de la propia PGR, ¿que se piensa de la declaración del titular de la Secretaría de la Marina Armada de México, Vidal Francisco Soberón Sanz, de que respetará a quien resulte presidente electo? El anochecer está a la vista.
EL ANOCHECER EN LA POLÍTICA
Para algunos la Edad Media que en mil años pasó por distintas etapas, transcurrió en la noche de los tiempos. Si bien muchas ideas y conceptos quedaron estancados y anidan en personas de la época actual, en realidad es considerada un largo proceso que devino en algo luminoso como el Renacimiento. Pero en los muchos avatares que vivieron los pueblos, las ciudades recién creadas y los imperios en lo que se llama la Edad Media oscura para desbrozar algo que aún no cuadra muy bien, hubo guerras, violencia, oscurantismo, superstición y vasallaje. Todo esto continúa en nuestro tiempo y lo estamos viviendo en México. Cuando escribió Anochecer (Quinteto 2008, Barcelona), James Salter no pensaba en la política, si bien los entornos en que se mueven sus personajes reflejan la situación imperante en la sociedad y sus gobiernos. Ya en otra ocasión mencionamos a este gran escritor neoyorkino al que se compara con William Faulkner y al que el diario El país consideró a su muerte en 2015, como el mítico escritor de la luminosidad y la sensualidad. Salter es uno de esos casos de hiperactividad que navegan en muchas opciones y lo hizo como piloto de caza, como guionista de Hollywood, como director de cine -la famosa Three de fines de los sesenta fue dirigida por él en Inglaterra a partir de un guión suyo- y terminó dedicándose a la literatura en la que dejó novelas como Años luz, Juego y distracción y Todo lo que hay, entre varias obras. En su colección de cuentos Anochecer relata con gran sencillez y profundidad al mismo tiempo, la aparente trivialidad de la vida en los pueblos y el rasgo de desolación que trasmiten sus habitantes. Solía decir cuando escribía cuentos sensuales, que había que ser muy cuidadosos con el lenguaje, “porque siempre está el peligro de convertir a los personajes femeninos en objeto”. En esas concepciones residía parte de su grandeza y el hecho de que se le coloque en el pináculo de los grandes escritores de Norteamérica.