Adrián García Aguirre / Ciudad de México
* El insecto de los nopales mexicanos fue descrito por Hernán Cortés.
* Fue en el siglo XVI, y décadas después la empleó Tintoretto.
* El rojo y el púrpura imperial llegaron a usarse en las cortes europeas.
* Se utilizó a partir de su exportación desde Venecia y Amberes
* El emperador Pedro el Grande la introdujo en Rusia.
Desde el pasado más remoto, el rojo fue uno de los colores más gustados y utilizados en el mundo. debido, seguramente y entre otras razones, a su asociación con el fuego y la sangre; sin embargo, antes de la invención de los tintes químicos, teñir algo en color carmín era complicado.
Para obtener ese rojo se usaba una técnica creada por los fenicios, que en la antigüedad habían descubierto un colorante que provenía de un caracol marino, tinte extremadamente costoso que se volvió común durante el imperio romano, cuyas élites lo usaban para teñir túnicas y se conocía como púrpura imperial.
No obstante esta historia cambió con la llegada de los españolas a México y con el descubrimiento de un parásito que vivía en los nopales, una cochinilla que involuntariamente tiñó el mundo de rojo.
Desde 1523, dos años después de la caída de Tenochtitlan, Hernán Cortés informó al emperador español Carlos V de la existencia de un insecto que se comerciaba en los territorios recién ocupados, utilizado para teñir los textiles usados por los indígenas.
Los mexicas la obtenían principalmente como tributo de los pueblos que dominaban en un enorme territorio que se extendía hasta la actual Centroamérica, y si bien se ha dicho que la cochinilla se producía en Oaxaca, también se criaba en Puebla y Tlaxcala, en localidades como Tepeaca, Cholula, Huejotzingo y Tecamachalco.
Esos textiles pintados se aprecian en los personajes que aparecen en el mercado de Tlatelolco -y en otros murales pintados por Diego Rivera-, único sitio de la capital mexica donde se practicaba el comercio.
Una vez consolidado el virreinato de la Nueva España, empezaron a crearse rutas comerciales entre España y el nuevo mundo que no termnaba de ser conquistado, y si la plata se convirtió rápidamente en el producto más codiciado por los europeos, también vieron el potencial de otros artículos americanos.
La grana cochinilla fue uno de ellos, originada en las pencas de nopal que, como un producto novohispano, su producción y comercio estuvo controlado por la corona española como un monopolio.
Los cargamentos salían de Veracruz y llegaban a Sevilla, el puerto de entrada para todas las mercancías procedentes de tierras americanas: el primer envío de grana llegó a Europa en 1526, según documentos depositados en la Casa de Contratación del puerto fluvial del Guadalquivir, aunque solamente se mandaban pequeñas cantidades para hacer experimentos.
La ciudad andaluza vivía un auge y una efervescencia comercial sin paralelo en el siglo XVI y el impacto y la efectividad del nuevo tinte americano detonó una enorme demanda en todo el viejo continente en sólo un par de décadas.
La grana llegó pronto a la corte real española, donde fue empleada por pintores de la talla de Diego Velázquez, en cuya obra predomina el rojo como en “Las Hilanderas”, en la que luce magníficamente el nuevo pigmento.
Este llegó a Venecia en la década de 1540 y, en ese momento, la ciudad de los canales era uno de los principales centros textiles de Europa, y la grana cochinilla causó una revolución en su industria, porque la cochinilla novohispana teñía mucho mejor que el carmín de quermes, y el rojo que producía era más intenso y duradero.
El insecto mexicano fue adoptado por los tintoreros venecianos y gracias al comercio, sus telas llegaron a todas las casas reales de Europa, luego de que fueran exhibidas y puestas a la vista en el mercado del puente de Rialto, orgullo de los comerciantes venecianos que tienen a San Juan Crisóstomo como su santo patrón.
Venecia, origen de Nicolás, Matteo y Marco Polo –quienes introdujeron las pastas y el papel de China a Europa a fines del siglo XIII- era además un gran centro artístico, de modo que el pigmento fue adoptado luego por los pintores de la ciudad.
Era de enorme prestigio ser utilizado para retratar fielmente las telas rojas que a su vez habían sido teñidas con la grana, a partir del insecto utilizado en sus lienzos por Il Veronese, Tiziano y Tintoretto.
En la actual Holanda, en la región de Flandes, que formaba parte del imperio español, el empresariado tenía una fuerte industria textil, y la grana llegó a colorear los terciopelos y la tapicería que se producían para la exportación desde Amberes, el puerto que albergaba una importante escuela de pintura.
Ahí fue donde Anton van Dyck empezó a usar cochinilla mexicana, haciendo que el tinte se expandiera de los Países Bajos a Europa, incluida Rusia, a donde fue llevado por el emperador Pedro el Grande luego de uno de sus viajes de aprendizaje de una cultura que llevó a su país.
Van Dyck se hizo un autorretrato que firmó en Amberes en el siglo XVI en el cual usó la
grana cochinilla que se convirtió en uno de los productos más costosos de Europa y del mundo, proporcionalmente más costoso aún que la seda, las especias y los metales preciosos.
Unos gramos llegaban a pagarse en oro, y durante los trescientos años que duró el virreinato novohispano, la grana cochinilla fue el segundo producto más exportado de todo el territorio mexicano, después de la plata, cuando galeones escoltados cruzaban el Atlántico para llevarla a Europa, y a Asia para venderla en Macao y Manila.
La grana cochinilla llegó a Japón, como se ve en un lienzo pintado en una obra de Utagawa Hiroshige; sin embargo, para el siglo XIX, el descubrimiento de nuevos tintes sintéticos hicieron que el color rojo se hiciera más accesible y perdiera entonces su asociación con el poder.
A pesar de esto, la grana cochinilla se sigue produciendo hasta la fecha, y su típico color rojo todavía adorna los óleos, los tapetes y cortinas de prácticamente todos los grandes museos y los recintos donde sobreviven las dinastías más rancias de la vieja Europa.