jueves, abril 25, 2024

La “Euskadi Selekzioa” dejó huella profunda, disolviéndose en Moscú

Luis Alberto García / Moscú

 

*Ignacio Aguirre Ortiz rescató la épica historia de un combinado magnífico.

*La “Patria Peregrina” llegó hasta Praga, Tblisi, Kiev y la capital soviética.

*En México, vascos y catalanes crearon sus propios equipos de futbol.

 

 

Antes de emprender definitivamente el éxodo hacia América, vestida con los colores de la bandera del País Vasco -la querida “ikurriña”-, de camisa verde con ribetes rojos y pantaloncillo blanco-, la “Euskadi Selekzioa” disputó partidos en Francia, Checoslovaquia, Georgia, Bielorrusia y Rusia, prohibida su actuación en Bélgica, Holanda y Finlandia.

 

Este es uno de los recuerdos contenidos en las memorias de don Ignacio Aguirre Ortiz, quien recogió para la posteridad  los testimonios de los futbolistas vascos llegados a México para formar parte de lo que Isidro Lángara -natural de Guipúzcoa, futbolista de altos kilates, jugador del Oviedo hasta su salida de España a principios de 1937 debido a la guerra civil que empezó seis meses antes- llamó la “Patria Peregrina”.

Nacido en Oñate en 1887, Aguirre desempeñó los más variados oficios –comerciante, carpintero y encargado de un vasto cortijo en Logroño y de unos viñedos en La Rioja-, hasta que el conflicto civil estalló en julio de 1936 cuando, ya de vuelta a tierras vascongadas, conoció de cerca a Gregorio Blasco, Leonardo Cilaurren, Lángara y al resto de sus compañeros.

Como más de veinte mil españoles, Ignacio Aguirre encontró refugio en México, trajo a cada uno de sus ocho hijos por etapas y así, Ricardo, Clemencia, Esperanza, Héctor, Esther, Gustavo, Ignacio y Arturo Aguirre Linares fueron llegando para emprender sus vidas en una nueva patria, incorporados a la comunidad peninsular a la que también pertenecería el grupo de deportistas.

Euskadi, España y Asturias fueron los conjuntos que, inicialmente, jugaron en el campeonato de la ciudad de México, disueltos por decreto oficial cuando el futbol se convirtió al profesionalismo en 1943, ya asentados y maduros Fernando García, Martín Vantolrá, Luis y Pedro Regueiro, quienes, con otros igualmente brillantes, dejaron su sello inconfundible en el futbol mexicano.

¿En que acabó aquella gira de los españoles que se inició en París en abril de 1937, siguió por Europa occidental y oriental, continuó por el sur de la Unión Soviética y finalizar en Moscú, hasta que se tomó la decisión de buscar suerte en Argentina y Uruguay algunos, y en México otros?

Don Ignacio escribió en sus textos nostálgicos –conservados por su hija Clemencia, la Nena Aguirre-, que los jugadores vascos, catalanes, asturianos, madrileños y de otros orígenes ingresaron a la Unión Soviética, desconociéndose cuántos encuentros disputaron, contra qué rivales y con qué resultados.

Ésos y otros detalles  –recogidos fragmentadamente por José Gotzon  en su “Historia de la selección de Euskadi” (Ediciones Beltia, Bilbao, 1998)- se recobran al referirse a un equipo instalado en  escenarios mitológicos, epopéyicos, legendarios y misteriosos, en el marco de una realidad que llevaría a los desacuerdos, el extravío y la dispersión.

“Eran hombres condenados a una especie de odisea homérica, navegantes que no hallaban puerto, apátridas en un mundo ancho y ajeno”, refirió Ignacio Aguirre Ortiz, fallecido el 2 de junio de 1958, no sin antes narrar que sus compatriotas actuaron en la Unión Soviética ante multitudes superiores a los cincuenta mil personas, que deseaban ver a aquellas estrellas españolas.

Don Ignacio no tiene duda de que representaban a un pueblo amigo y a un gobierno legítimo, respaldados por la Unión Soviética hasta el final, cuando se conoció de la caída de Bilbao y la rendición de Vizcaya, convertidos los exiliados-futbolistas en un ejército fantasmal -aunque invencible- en tierra de nadie,

Los futbolistas vascos peregrinaron por Noruega, donde tuvieron dos choques victoriosas, por Dinamarca –ahí masacraron (11-1) a un combinado local, en tanto el gobierno de  Finlandia les impedía jugar por las consabidas razones ideológicas, despidiéndose en territorio soviético aplastando (6-1 ) al Dínamo de Minsk, campeón de la Republica Socialista de Bielorrusia, para luego emprender el regreso a Francia, desmoralizados, nerviosos, tristes y tensos.

En octubre de 1937 fueron notificados por el gobierno francés de que debían abandonar el país, al no poseer documentos de exiliados o refugiados españoles, y así, desprotegidos y cansados, recapitularon sobre su destino, volviendo a España algunos de los integrantes del equipo, sabedores de las consecuencias que ello conllevaba.

Convencidos por Luis Regueiro, el resto emprendió el camino a América: de El Havre a Nueva York, luego a La Habana y por último Veracruz y la ciudad de México, sucediéndose encuentros amistosos, sin que pudiesen defender la causa de una patria que habían perdido, peleando únicamente por la suya propia.

El grupo es admitido en el Campeonato del Distrito Federal bajo el nombre de Euskadi, -recuerda Ignacio Aguirre Ortiz, dos de cuyos primos, Tomás e Ignacio Aguirre (Chirri II)- se incorporan a él, sumados catalanes y madrileños que iban llegando a México por motivos políticos, por sus sólidas convicciones republicanas.

“En realidad, ese  equipo ya se había disuelto en la Unión Soviética, pues ya no era el mismo en los meses siguientes, de modo que el gobierno republicano en el exilio optó por dejar en libertad a los futbolistas, quienes –por decirlo de alguna manera- se despidieron de sí mismos el 19 de junio de 1939, tres meses después de la victoria franquista en España”, precisa Aguirre Ortiz.

Así se produjo la diáspora definitiva de un conjunto que, de haber ido a la Copa del Mundo de 1938 en Francia, fácilmente se hubiese coronado; pero entre México y Argentina toda ilusión se rompió, pues algunos de sus componentes optaron por irse a Buenos Aires y  Montevideo, como Cilaurren, Irraragori y Zubieta.

Blasco, Muguerza, Larrinaga, Lángara, Vantolrá, Luis y Pedro Regueiro prefirieron quedarse en México, donde tuvieron hijos y nietos, sin que faltaran –los menos- aquellos que, con los años, regresarían a España, otros nunca, porque sus vidas habían cambiado para siempre.

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