Gregorio Ortega Molina
*La globalización contribuyó a destruir los fundamentos éticos y morales en los que la humanidad solía enmarcar su comportamiento, porque lo que ocurre no es privativo de políticos y sus corruptores, sino de todos aquellos que mueren por conseguir un poco más de riqueza, porque consideran que “merecen la abundancia”. No es el modelo, son las personas.
Es momento de buscar respuestas serias a una única pregunta: ¿Qué es lo que está en juego al ponerse en entredicho los beneficios reales de la globalización, del libre comercio, porque quieren imponer, otra vez, el proteccionismo industrial y el cobro de aranceles?
No es una nueva discusión, es la misma desde que los Estados nacionales cedieron vocación y hegemonía, con la idea de que así podría armonizarse económicamente y aprobarse –en sus naciones- socialmente el concepto de globalización nacido del Consenso de Washington.
El difunto Tony Judt, quien nunca fue un socialista rabioso ni un obseso comunista, advirtió reiteradamente sobre las consecuencias del anterior intento de globalización, que desembocó en la Primera Guerra Mundial, en la desaparición del Imperio Austro-Húngaro, el reordenamiento de los despojos del Imperio Británico y el surgimiento del estadounidense.
Lo cierto es que el Consenso de Washington debiera ser considerado como una declaración de guerra económica abierta, con la idea de disminuir la influencia y prestigio del exitoso regionalismo europeo acunado por la CEE, para reubicar en Medio Oriente y Oriente lo que quedaba del Imperio Británico, administrar las consecuencias de la caída del Muro de Berlín (que, en estricto sentido cronológico, sucedió un año después) y reforzar el poder de Estados Unidos con la integración de América del Norte (Canadá, EEUU y México) para hacer frente a China que, al parecer, será la triunfadora de esta guerra de usura económica, una de cuyas previsibles consecuencias es la aterrorizada migración, sin destino ni propósito, más allá de la sobrevivencia.
En medio de estas disputas por la masa monetaria que mueven los promotores de la globalización, resulta que lo que la mala prensa y pésima publicidad quiere convertir en un problema mexicano lo que es mundial, está en todos los gobiernos de todas las naciones, y a diversos niveles.
Elena Ferrante nos regala la siguiente reflexión de su protagonista: “Pero después la situación sufrió un vuelco. Una corrupción que venía de lejos -generalmente practicada y generalmente padecida a todos los niveles como una norma no escrita pero siempre vigente y de las más respetadas- salió a relucir gracias a un arrebato de la magistratura…”.
Lo cierto es que la globalización contribuyó a destruir los fundamentos éticos y morales en los que la humanidad solía enmarcar su comportamiento, porque lo que ocurre no es privativo de políticos y sus corruptores, sino de todos aquellos que mueren por conseguir un poco más de riqueza, porque consideran que “merecen la abundancia”, porque no es el modelo, son las personas.
La disputa entre el regreso a los aranceles y al proteccionismo contra la globalización, sólo fortalecerá la codicia y, sí, la denunciada y vituperada corrupción, pero tan gustosamente aceptada por casi todos.