Miguel Ángel Sánchez de Armas
Es posible que los calores y la contaminación me hayan reblandecido el seso, pero a mediados del quinto mes de la cuarta transformación siento la urgencia de confesarme en público: no entiendo a las mujeres.
Mi cuata G. tiene un doctorado, el respeto de sus colegas y un ángel de hijo, pero está en el ácido porque transita por el oscuro callejón que va de los 39 a los 40.
Otra chómpira, S., también con Ph.D., galardonada con una de las más prestigiadas becas estadounidenses y madre de una linda hija, lo único que quiere es que alguien le diga mamacita en su propio idioma. R., quien desde la preprimaria nunca ha tenido una calificación inferior a diez y se doctoró en la universidad europea de mayor prestigio y antigüedad, está inconsolable porque se le rompió una uña.
Cierto que tampoco me esforzado por entenderlas y más bien en su entorno siempre he ejercido una sana cautela desde que mi santa madre me puso una de perro bailarín por andar metiendo mano en su bolsa, pero mi realidad es que sencillamente no las comprendo.
Ah, ¡si yo tuviera la edad de cualquiera de ellas y la mitad de sus prendas académicas! Con esas dotes nada me detendría. Ahora mismo sería por lo menos subsecretario y no profesor en estado de shock porque mis alumnos creen que Alfonso Reyes es jugador de un equipo de futbol. O quizá ocupara una plaza de consejero áulico de políticos de oposición adinerados y catalépticos por lo que ven a su alrededor.
Tal vez fuera jefe de gabinete de una gran empresa como la de Slim, consultor favorito de la Arquidiócesis o consiglieri de la Embajada (you know which one).
Pero no. Soy apenas un profesor senescente que mira azorado a la otra mitad de la humanidad y se pregunta por qué la adorada A.R. no contesta sus llamadas o por qué dos sucedáneas de abuelitas insisten en torturar a sus camaradas en vez de prodigar cariño y protección a sus nietos.
¡Helas, convencido estoy de que la especie dominante es la femenina! Y más cierto tengo, conforme pasan los años, de que entre más pronto los varones aceptemos esa realidad, será mejor para todos.
Otro enigmático rasgo de ellas, un misterioso atributo que escapa a mi juicio, es la moda. Según mis modestas observaciones, en este terreno lo mismo da que tengan título de doctorado o primaria incompleta: el síndrome palacio corta horizontal y verticalmente la condición social y económica con una eficacia democrática que ya quisiera el IFE.
Y nosotros, el sexo hórrido (Borola dixit), mejor chitón. Cuando una mujer pregunta “¿cómo me queda?” en realidad no está consultando nada: se dirige a una arcana deidad con la que sólo ellas tienen interlocución. Los casados que se atrevan a opinar dormirán en la perrera; los solteros seguirán siéndolo. En estos casos lo mejor es fingir sordera o desmayarse.
Así pues, en este suplicio de verano ha sido refrescante conocer la respuesta de una anónima brasileira a la campaña de cierto gimnasio que al pie de la foto de una muy correteable joven en minitanga rezaba: “¿Este verano qué quieres ser: sirena o ballena?”:
“Señores: las ballenas están siempre rodeadas de amigos. Tienen una vida sexual activa, se embarazan y tienen ballenitas de lo más tiernas. Las ballenas amamantan. Son amigas de los delfines y se la pasan comiendo camarones, jugando en el agua y nadando por ahí, surcando los mares, conociendo lugares maravillosos, como los hielos de la Antártica y los arrecifes de coral de la Polinesia. Las ballenas cantan muy bien y hasta tienen CD grabados. Las ballenas son enormes y casi no tienen predadores naturales. Las ballenas tienen una vida bien resuelta, son lindas y amadas por todos.
“Las sirenas no existen. Si existieran, vivirían en permanente crisis existencial:
‘¿Soy un pez o soy un ser humano?’. No tienen hijos pues matan a los hombres que se encantan con su belleza. Son bonitas sí, pero tristes y siempre solitarias. (¿Quién quiere acercarse a una mujer que huele a pescado frito y que no tiene hoyito como salvavidas?). Prefiero ser ballena. ¡Si me quedaba alguna duda, ya quedó desterrada!
“P.D.: En estos tiempos de mujeres anoréxicas y bulímicas, en que la prensa, las revistas, el cine y la tele nos meten a la fuerza en la cabeza que sólo las flacas son bellas, este mensaje trae nuevas esperanzas a las ballenitas y, ¿por qué no?, a las sirenitas que no descansan un segundo pensando en su apariencia exterior. Yo prefiero disfrutar un helado junto a la sonrisa cómplice de mis hijos, una copa de vino con un hombre que me haga vibrar y una pizza exquisita con amigos que me quieren por lo que soy, no por cómo luzco.”
Y añado yo, el escribidor agobiado en este quinto mes de la cuarta transformación: quienes tengan oídos… etcétera, etcétera.