“Déjennos soñar sin imperativos, amar sin imposiciones y cohabitar sin avasalladores”.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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Todos tenemos un horizonte que abrazar, un camino que recorrer, con una visión de unidad y de respeto entre todos. Para empezar, es difícil hacer el bien sin amarnos. Por desgracia, somos una sociedad contaminada por la mentira, que ha perdido el corazón y se ha deshumanizado. Los aires de la hipocresía nos han dejado sin alma. Así no podemos mejorar humanamente. Necesitamos reunirnos para relanzar el bien colectivo, también reanimarnos como especie dispuesta a fomentar modelos de crecimiento basados en la equidad social, que nos dignifiquen e ilusionen, además de liberarnos de estos ritmos frenéticos productivos, totalmente inhumanos que nos roban hasta nuestro privativo tiempo de descanso, para poder proseguir andares más solidarios, pues al fin todos hemos de contar en esas frías estadísticas de hoy, dependientes más de los índices poderosos bursátiles que de los latidos interiores del ser humano como tal. Déjennos soñar sin imperativos, amar sin imposiciones y cohabitar sin avasalladores.
Ciertamente, todo parece estar enfermo, mientras gran parte de la ciudadanía permanece callada, sin inmutarse, y esto no es bueno, nos hace falta como sociedad activar otros sueños más ambiciosos, capaces de rescatarnos de nuestras miserias. Nunca es tarde para modificar el rumbo. Sabemos que no podemos seguir destruyendo la biodiversidad. La responsabilidad es de todos. Nadie se libra de este compromiso. Hace unos días, precisamente, me hablaba un hombre sencillo, apicultor, de la Alpujarra granadina, sobre la necesidad de las abejas y de otros polinizadores como las mariposas, los murciélagos y los colibríes, cada vez más amenazados por nuestras propias actividades, y me trasladaba su anhelo para que escribiese sobre ello, pues con lágrimas en los ojos me participaba su desvelo de cómo la polinización es algo esencial para la supervivencia de los ecosistemas, y por consiguiente, algo imprescindible para la producción y reproducción de muchos cultivos y plantas silvestres.
No olvidemos que los sueños son posibles y que, tal vez soñar, sea la acción más sublime para llevar a efecto una realidad, la de transformar nuestra interacción con la naturaleza. Desde luego, hacen falta mejores prácticas agrícolas y agroecológicas junto a una gestión integrada intersectorial. De igual modo, hemos de proteger con mayor eficacia y gestionar más eficientemente aquellas áreas clave de biodiversidad marina, reduciendo por ende la contaminación, con una gobernanza más inclusiva en cuanto a los recursos hídricos, así como el acrecentar los espacios verdes en áreas urbanas. Podríamos seguir relatando nuevas tareas pendientes de realizar en el esplendido libro de la naturaleza, pero también pienso que el mundo es más que un problema a resolver, una apuesta responsable a vivir y dejar vivir, cada uno desde su cultura, su vivencia, sus fantasías y sus capacidades.
En efecto, creo que no podremos subsistir por mucho tiempo, como linaje, de proseguir con esta manera irresponsable de movernos por el planeta. Realmente la lucha contra el calentamiento global nos pide con urgencia una ruptura de costumbres en sectores tan vitales como el energético, el agrícola o la industria, el de transporte y tantos otros. Los riesgos ya están con nosotros, en nuestras existencias, personas enfermando de dolencias relacionadas con el clima, pueblos enteros reubicándose; y, por si fueran poco estas torturas atmosféricas, luego están los tormentos que nos lanzamos unos contra otros. Se comenta, por cierto, que las tres cuartas partes de los mayores conflictos tienen una dimensión cultural. Parece que tampoco tenemos buena disposición a la hora de aprender a obrar mejor, o sea, a coexistir más próximos con el prójimo.
Seguramente nos interese, romper cadenas, avivar lo creativo y compartir intelectos, para que sea un hecho, ese gran deseo de que todos seamos uno, porque esto nos hará bien a todos; opción totalmente contraria a lo que hoy prolifera de forma violenta, irrespetuosa con el análogo, generando un egocéntrico individualismo endiosado, con fuerte ansiedad nerviosa, que nos deja en permanente amargura. Por eso es bueno, desterrar este tipo de abecedarios negativos, aunque solo sea por fidelidad a uno mismo. Pensemos que el sueño de la paz será posible en la medida que cada cual ponga su semilla armónica entre los suyos más inmediatos y contribuya a expandirse. Al fin y al cabo, las riquezas no te aseguran nada, en cambio el corazón se siente sazonado por lo armónico, y por ende satisfecho, en la medida en que hagamos el bien soñando; o como diría el inolvidable poeta español, Antonio Machado (1875-1939): “si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar”. Despertemos, de una vez por todas, y pongámonos en faena, de ser más alma que cuerpo, más donación que pedestal, más espíritu que nada. A tomar este vivo movimiento se aprende andando.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor