Federico Berrueto
Un poco de chauvinismo y otro tanto de realidad hacen pensar que México es único; pero el país, cada vez más, se enmarca en un entorno global. Las finanzas, el consumo y el comercio, la salud pública, el crimen y hasta el entretenimiento nos vuelven parte de una realidad compartida. AMLO en su singularidad tampoco es único. Las experiencias disruptivas de la institucionalidad democrática son el signo de nuestros tiempos.
Recientemente se publicó el reporte Latinobarómetro, que es la suma de estudios de opinión con una metodología única realizados en la región latinoamericana desde 1996. El estudio ha merecido reflexiones desde diversos ángulos. Con justa razón la atención se centra en la llamada recesión o regresión democrática de la región. Conclusión que se corrobora con otros indicadores comparativos en materia de legalidad, probidad o desarrollo político. En el reporte no se destacan la recurrente alternancia en el último lustro ni las llamadas presidencias interrumpidas que, con excepción de Paraguay, los diecinueve países bajo estudio la han experimentado. Dos razones abonan a esta situación, la crisis de las expectativas de bienestar y la pandemia.
¿Continuará el proceso de alternancia en la región? Al momento no parece ser el caso de México ni de El Salvador, aunque las variables de desempeño del gobierno de López Obrador, incluso las del bienestar, no registran éxito y sí un deterioro importante en materia de seguridad, corrupción, institucionalidad democrática y la red de protección social como educación y salud. Según Latinobarómetro, el tema nuevo y seguramente circunstancial son los personalismos, evidentes en ambos países y que implican una afectación de los derechos civiles, así como de las reglas y valores propias del juego democrático, proceso que se da en condiciones de apoyo mayoritario, abrumador en el país centroamericano y para el mexicano en las regiones con mayor rezago social.
Las condiciones para la continuidad del proyecto político han sido alteradas en las últimas semanas por dos acontecimientos entrelazados, aunque diferenciados: el proceso ciudadanizado para la selección del candidato opositor y la irrupción de Xóchitl Gálvez en la aspiración por la candidatura presidencial. Lo que parecía ser el triunfo cierto de Morena, ahora se vuelve incierto. La oposición ha ingresado a un nuevo momento y ganado credibilidad; llama la atención que suceda por la presencia ciudadana, por la dinámica de los mismos aspirantes y la casi nula presencia de las dirigencias partidistas.
Se ha dicho que en el embate del presidente y de los suyos contra Xóchitl se le ha visto sin el apoyo de los dirigentes. Es lo mejor que le puede suceder. La presencia de Alejandro Moreno y Marko Cortés en poco contribuye a construir una opción creíble al margen del desprestigio que acompaña a los partidos y a sus dirigencias. Será en otro momento, una vez se defina a quien habrá de encabezar la coordinación del Frente, cuando haya una expresión institucional partidista que permita a los partidos, a la representación ciudadana y a los aspirantes cerrar filas en torno al candidato(a).
Largo es el camino a la elección presidencial. El conocimiento del Frente Amplio por México es menor, al igual que el de los aspirantes opositores a pesar del entusiasmo despertado por Xóchitl Gálvez. Extender el conocimiento del proyecto, su oferta y particularmente, quien vaya a encabezarlo es el objetivo del proceso interno; sería un error la declinación de los aspirantes en favor de Xóchitl, como algunos sugieren. La contienda debe seguir y conforme más intensa sea la competencia, mayor será la atención pública y la legitimidad de quien resulte ganador.
La competencia por el poder se da en el marco de la polarización. Dos candidatos presidenciales, posiblemente, dos mujeres, plantean un escenario inédito en la historia política del país. De antemano se advierte no sólo ociosa la tercera vía, sino una forma mal disfrazada para favorecer a quien lleva ventaja por su condición de gobernante, de allí el beneplácito de López Obrador a que MC postule candidato propio. Finalmente, lo relevante está en los resultados no porque favorezcan a una determinada opción, sino porque sean expresión fidedigna de la voluntad mayoritaria, asunto complicado ante la parcialidad del árbitro electoral y la vacilante justicia electoral.