Miguel García Reyes*
En 1985, se comenzó a diluir el poder soviético cuando un joven abogado de la Universidad Estatal de Moscú, Mijail Gorbachov, inició la “modernización” de la entonces Unión Soviética alentado por los viejos aparachitks del Kremlin, introduciendo la Perestroika, la Glasnost y un nuevo pensamiento en la política exterior.
Como dirigente que recién llegaba al poder, Occidente aceptó sin inconvenientes a Mijaíl Gorbachov por tratarse de un político cómodo, pues cuestionaba al socialismo real y a la democracia popular, ya que deseaba que su país transitara hacia el capitalismo y a la democracia representativa.
Mijaíl Gorbachov se rodeó de geopolíticos de la Escuela Atlantista, que se distinguían por su deseo de abandonar al internacionalismo proletario; es decir, dejar a los países socialistas y dirigirse a los europeos y norteamericanos.
Esto contradecía la política exterior soviética de los años que van desde los primeros gobiernos revolucionarios que manejaron la escuela geopolítica euroasiática, y para mostrarle su apoyo a Gorbachov en su transición al libre mercado, los gobiernos de los países capitalistas y los organismos financieros internacionales le prometieron apoyos financieros por más de 20 mil millones de dólares y la posibilidad de ingresar al grupo de los siete países más desarrollados del mundo.
De inmediato Mijail Gorbachov se rodeó de burócratas que en ese país se llamaban tecnofísicos, cuyo equivalente en otros países subdesarrollados, se les llamó neoliberales; muchos de ellos preparados previamente en universidades occidentales.
Su esposa, Raissa Gorbachova, también egresada de la Estatal de Moscú, resultó ser la mujer óptima para un hombre de campo que había llegado al poder hasta la secretaria general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), el cargo más importante en la entonces Unión Soviética.
El error de Gorbachov fue abrir al mismo tiempo la economía y el sistema político de su país, es decir, impulsó la Perestroika y la Glasnost simultáneamente.
En este sentido hay que recordar que en un viaje que realizó el entonces presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, a la URSS, le recomendó a Gorbachov no seguir esa ruta y mejor abrir primero la economía y después la política, tal y como ocurrió en el país latinoamericano, razón por la cual, durante 36 años, gobernaron los neoliberales.
Gorbachov, a su vez, le sugirió a los cubanos y a los chinos aplicar sus propias Perestroikas e incluso sus propias Glasnost. Gracias a que no lo hicieron, en esos países siguen vigentes los gobiernos socialistas.
Debido a lo anterior, tenemos que la poderosa Unión Soviética acabó siendo balcanizada, pero antes acabó su imperio; es decir, que países europeos y en desarrollo, primero, por la geopolítica de Gorbachov y después por los nacionalismos locales, se preparó la desintegración del bloque socialista sin olvidar que en este proceso de balcanización, un papel importante lo jugaron las instituciones financieras de Europa y Estados Unidos.
De igual manera, como se acostumbra en el neoliberalismo, en donde primero, para lograr la desintegración de un país, se nombra a un gobernante en la capital que acepta los dogmas neoliberales, como ha ocurrido a nivel mundial con muchos alcaldes capitalinos en los países en transición.
Eso ocurrió con Boris Yeltsin, un ingeniero civil de origen obrero proveniente de los Urales, y que posteriormente gobernó con mano firme a Rusia, quien finalmente logró que el 1 de enero de 1992 desapareciera la URSS y en su lugar emergiera la Comunidad de Estados Independientes que agrupaba a sólo once de las quince ex Repúblicas de la Unión Soviética, y entonces sobrevino el caos.
El agobio económico que azotaba a Rusia, producto del desmoronamiento de su industria, y además de los frustrados préstamos monetarios de Occidente para que Rusia transitara al libre mercado, acabaron con el país eslavo, dirigido por un político alcohólico, quien propició que el modelo socialista llegara a su fin.
Esto permitió que Estados Unidos se erigiera como el policía del mundo. Impulsó la pax y el “nuevo siglo americano”: Rusia cedió todo a cambio de sólo promesas, convertido en un país paria en un mundo globalizado y neoliberal.
Es hasta 1999 cuando Rusia, al final de la errática gestión de Yeltsin, retorna al euroasianismo y se niega a seguir colaborando intensamente con Occidente. Esto ocurrió en el aeropuerto de Pristina, en Kosovo.
Eso lo instrumentó Vladimir Putin, un ex coronel de la hoy desaparecida KGB. De Boris Yeltsin, recibió la encomienda de que le cuidara las espaldas mientras dejaba el poder; sin embargo, la nueva clase empresarial rusa, le pidió al nuevo gobernante que trabajara por el reposicionamiento de su país en el escenario internacional,
Vladimir Putin, frío y talentoso, logró que el país compitiera de nuevo con Estados Unidos, instituyendo de nuevo, como en la guerra fría, la pax ruso-estadounidense. Los triunfos de Rusia en las guerras de Georgia en 2008, en Ucrania en marzo de 2014 y Siria en el 2018 demostraron que Moscú estaba de nuevo en el poder a nivel mundial.
Su actual alianza con China y su presencia internacional, en ocasiones militar, demuestran que Rusia ya comparte el poder con Estados Unidos, y finalmente podemos asegurar que la empatía y buena química entre Donald Trump y Vladimir Putin, muestran que los rusos han regresado al escenario internacional.
*Doctor en Geofísica por la Universidad Estatal Mijaíl Lomonosov de Moscú.
*Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.