sábado, abril 20, 2024

ESCARAMUZAS POLÍTICAS: El doble pecado de Sarkozy, detenido en Francia

Gloria Analco

La Francia de Sarkozy lideró y propició la caída de Muamar el Gadafi y el vacío de poder en Libia. Todo parece indicar que Nicolás Sarkozy cruzó la línea varias veces.

Primero, según pruebas que quiere exhibir la justicia francesa para meterlo en la cárcel, Sarkozy recibió dinero de Gadafi para financiar su campaña que lo llevó al poder entre 2007 y 2012. Y segundo, él traicionó a su benefactor, liderando la guerra que puso fin al régimen del líder libio y que terminó con su vida.

Se trata en realidad de la manera en que Occidente se ha conducido en el Medio Oriente en lo que va del presente siglo, dejando una estela de destrucción y muerte.

Sarkozy personifica al líder político occidental que llega al poder y decide qué intereses va a proteger sin oposición en su país. En este caso -el de Libia- estaba secundando los planes echados a andar por el multimillonario George Soros, considerado una de las “máquinas inversoras” más influyentes del mundo, y quien lleva tiempo organizando grupos rebeldes y grandes campañas mediáticas en países que Occidente busca desestabilizar con el concurso de los grandes consorcios financieros.

Por medio de la llamada “primavera árabe”, Soros propició el financiamiento de manifestaciones que disfrazó de carácter popular y político para derribar gobiernos aparentemente estables, como los de Hosni Mubarak en Egipto, Muamar Gadafi en Libia, y la intentona todavía con el de Bashar Al Assad en Siria, por incomodar los intereses de EE.UU., entre otros gobiernos que estuvieron o están actualmente en la mira.

La decisión de financiar grupos que crearan disturbios para remover líderes políticos no afines a sus intereses, a pesar que este siglo ya no admitía tales prácticas, surgió por lo acontecido en Túnez, en diciembre de 2010, cuando un vendedor ambulante se inmoló en protesta porque la policía lo despojó de sus mercancías y cuenta de ahorros. Mientras agonizaba, miles de tunecinos se rebelaron contra las autoridades de su país, hasta conseguir deponer al presidente Ben Ali, pocos días después.

Entonces, Occidente, por ejemplo, le generó un movimiento rebelde a Egipto y luego a Libia, contra el cual Gadafi, para hacerle frente, utilizó la fuerza aérea, lo que sirvió de pretexto para que la OTAN, liderada por Francia, interviniera ese país con la anuencia de la ONU.

Rusia y China deben estar todavía reprochándose no haber vetado la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que autorizó la adopción de “todas las medidas necesarias” para detener la supuesta represión que Gadafi estaba ejerciendo contra las fuerzas rebeldes de su país.

La prensa occidental sembró noticias falsas sobre supuestas oleadas de protestas en Libia, país donde la población disfrutaba de sanidad, educación y servicios gratuitos, y la banca no aplicaba intereses a los préstamos.

La imagen que Occidente proyectó de Gadafi, a quien acusó de cometer “crímenes brutales” contra su población, era falsa, como la que ha intentado proyectar de Bashar Al Assad, y con el mismo método mediático, la de Nicolás Maduro, en América Latina. Satanizar a los gobiernos que le incomodan es la receta que hasta el momento no le ha funcionado en Siria ni en Venezuela.

El pecado de Gadafi fue haber sido muy activo en tratar de influir a favor de un mundo árabe unificado en oposición del asedio estadounidense, enredándose muchas veces en conflictos derivados del mundo bipolar dominado por soviéticos y estadounidenses, jugando un papel en ocasiones contradictorio, pero más debido a la mano estratégica de Estados Unidos, que se le oponía permanentemente.

Harto de la participación de Libia en asuntos geopolíticos del mundo árabe, a pesar de que le correspondía por ser su entorno natural, Estados Unidos bombardeó Trípoli, en 1986, con Ronald Reagan en el poder, por estorbar a su objetivo de controlar el Medio Oriente, lo cual acusó un determinismo por acabar con el régimen de Gadafi por parte de los estadounidenses, y que pudo hacer realidad 25 años después, utilizando a la ONU y a la OTAN.

Gadafi, llamado el “Che Guevara árabe”, después de ser el hombre rechazado y denostado por Occidente, un buen día aceptó entrar en negociaciones con las transnacionales.

El líder libio invirtió mucho dinero en complacer a las poderosas empresas armamentistas y petroleras occidentales, que fue cuando tuvo un importante acercamiento con Nicolás Sarkozy que buscaba la presidencia de Francia, y a quien terminó financiándole su campaña.

Al momento de caerle la invasión armada extranjera encima, Gadafi con toda justicia se preguntó: “Pero, ¿y por qué a mí?”

La única razón plausible es que Estados Unidos temía que Gadafi pudiera resucitar como revolucionario y hacerle la contra, y sobre todo por los planes que traía entre manos para esa región. Conociendo el carácter del líder libio consideró que iba a terminar por rebelársele. Su apreciación parece que no andaba desacertada.

Muamar Gadafi, en 1965, entonces un joven oficial militar, observaba indignado cómo el Rey Idris, quitado de la pena, despilfarraba millones de dólares en apuestas que hacía en un casino de Londres.

Con el gesto adusto, la mandíbula apretada y la mirada dura puesta en aquel hombre monárquico, Gadafi se juró a sí mismo que lo derrocaría y llevaría prosperidad a su pueblo, cosa que cuatro años más tarde cumpliría.

La Policía Judicial francesa ha detenido a Sarkozy para que explique los fondos que supuestamente recibió de Gadafi para su campaña de 2007, algo prohibido en ese país a diferencia de Estados Unidos, cuyos candidatos presidenciales tienen carta abierta para recibirlos.

Quien ha capitalizado la experiencia de Gadafi, de no ser dadivoso con Occidente para luego ser traicionado, ha sido el sirio Bashar Al Assad, quien no ha cedido a la tentación de entrar en tratos con esos países, pues le ha quedado claro que no puede confiar en los carismáticos líderes políticos occidentales que ofrecen una solución “elegante y constructiva” en una mano, y otra “tramposa y fulminante”, en la otra.

gloriaanalco@gmail.com

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