Por: Mario Ruiz Redondo
Mientras en Estados Unidos, Europa, China y Japón, sus habitantes rechazan consumir maíz transgénico, en México, la mayoría de los más de 120 millones lo hacen, ignorando los daños a la salud, al comer tortillas hechas con harina del grano importado de la Unión Americana, que trae como agregado el herbicida Glifosato, considerado por la Organización Mundial de la Salud, como potencialmente cancerígeno.
En enero de 2007, la organización Greenpeace-México, denunciaría que las empresas Maseca y Minsa utilizaban en su producción de harina, maíz genéticamente modificado, cuyos efectos negativos en el ser humano no habían sido evaluados por las autoridades de salud a nivel internacional.
Por aquellos días, ambas empresas negarían el uso de esta variedad del grano alimenticio, sin dejar de reconocer que adquirían el insumo para sus harinas en los Estados Unidos, pero sin que se ubicaran en tal clasificación de “riesgosos” para la salud humana, lo cual sería oportunamente desmentido por Greenpeace, al demostrar con pruebas de laboratorio realizadas a las harinas comercializadas en distintas partes del país, que sí eran elaboradas con maíz transgénico.
Poco más de 11 años después, un nuevo estudio realizado por el laboratorio estadounidense Health Research Institute (Instituto de Investigación en Salud), revela que encontró en algunos de los productos elaborados por Maseca, la mayor empresa procesadora de harina y tortillas de maíz, de mayor consumo en México, con un control del 70 por ciento del mercado nacional, contienen rastros del pesticida Glifosato, fabricado por la transnacional norteamericana Monsanto.
Una investigación solicitada por la Asociación de Consumidores Orgánicos (ACO), creada en el país en 2015, a iniciativa de Organic Consumers Association (OCA), que lleva más de 10 años trabajando en la Unión Americana, en campañas por la salud, la justicia ambiental y la sostenibilidad, con el agregado en territorio mexicano de la promoción de campañas por la soberanía alimentaria, la agricultura orgánica, el comercio justo y el combate al cambio climático.
En las muestras de harina de maíz de Maseca, analizadas por los especialistas del vecino país, se encontraron contenidos del herbicida, con un máximo de 17.6 microgramos por kilo, cuyos niveles se incrementan conforme a mayor cantidad de maíz genéticamente modificado, utilizado para alimentar ganado, resistente a esta peligrosa substancia química.
John Fagan, investigador del Health Research Institute, doctor en bioquímica por la Universidad de Cornell, advierte que los niveles de Glifosato encontrados en las harinas de Maseca, son preocupantes, considerando que los mexicanos consumen más de medio kilo de maíz al día.
Reporte científico que precisa que se logró identificar productos que contienen un 95 por ciento de transgénicos y niveles de Glifosato entre 5.1 y 17.6 microgramos por kilo.
A diferencia de otros países que establecen un límite de ingesta diaria de Glifosato, en México se carece de esa regulación, como en la Unión Europea que se sitúa en 21 microgramos al día por adulto de 70 kilos, no así en Estados Unidos, donde se eleva a 122.5 microgramos.
Fagan ha señalado, que si bien los niveles del herbicida que fueron encontrados en los productos de Maseca, elaborado por la transnacional estadounidense Monsanto, no superan tales límites de referencia, dice que una reciente investigación llevada a cabo por la revista Scientific Reports, alerta que niveles mucho más bajos como los detectados en la harinera mexicana, podrían ocasionar síntomas prematuros de la enfermedad del hígado graso no alcohólico, que puede desencadenar finalmente cirrosis.
El reporte precisa que también se analizaron las harinas de maíz de la empresa Minsa, que domina el 20 por ciento del mercado mexicano, no encontrándose señales del pesticida, aunque sí del origen transgénico del grano, al igual que en la estadounidense Honeyville, con el adicional de una presencia de 30 microgramos de Glifosato, por kilo.
No deja de sorprender que las autoridades federales en la materia, hayan hecho caso omiso hasta ahora, de esta situación en la que está de por medio la salud de la mayoría de los mexicanos consumidores de este básico en la alimentación familiar.
Por supuesto que no es creíble que las empresas Maseca y Minsa, elaboren sus harinas para la elaboración de tortillas con maíz “100 por ciento natural”, como manejan en su publicidad engañosa, si se toma en cuenta que el 98 por ciento del maíz importado proviene de Estados Unidos, donde el fuerte es el grano modificado genéticamente para el consumo animal y de consumo humano en México.
Adquisición en la Unión Americana, de enero a mayo de 2018, de seis millones 169 mil toneladas de maíz transgénico, en tanto en ese mismo período se exportaron 429 mil toneladas del grano orgánico blanco, que representaría el 7 por ciento de lo comprado en el extranjero, incluyendo 107 mil toneladas de maíz amarillo a Brasil (dos por ciento), para consumo animal.
Dependencia alimentaria creciente de México, con todos los riesgos inherentes para la salud de su población, por el consumo de granos contaminados por agroquímicos potencialmente cancerígenos, como lo advierte la Organización Mundial de la Salud, que no va más allá por el riesgo de enfrentarse con los poderosos intereses en juego de los Corporativos estadounidense permanentemente inescrupulosos.
Demasiadas presiones para la cancelación de apoyos financieros y subsidios gubernamentales a los productores agrícolas mexicanos, desde los tiempos de la Administración Miguel de la Madrid Hurtado, que encontrarían en Carlos Salinas de Gortari su mejor aliado con la firma del Tratado de Libre Comercio, que incluyó a Canadá, continuados por Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa y el saliente Enrique Peña Nieto, que finalmente han sometido a capricho la baja al mínimo de los cultivos de maíz.
Datos del Grupo Consultor de Mercados Agrícolas, indican que las importaciones de maíz, casi representaron la mitad (45.5 por ciento), respecto a los 13 millones 558 mil toneladas de todos los granos básico y oleaginosas que, en total, México adquirió del extranjero para abastecer el consumo nacional.
Informe que detalla que en los primeros 5 meses del año que concluye, el volumen de las importaciones de maíz se incrementó 3.9 por ciento respecto a igual periodo de 2017. Sin embargo, las compras del grano blanco, que son para consumo humano subieron 4 por ciento al llegar a 434 mil toneladas y las de maíz amarillo, el que más se importa, crecieron 2.1 por ciento al sumar 5 millones 440 mil toneladas, en ambos casos provinieron de Estados Unidos.
Las adquisiciones del maíz se incrementaron 4.7 por ciento, al pasar de mil 19 millones 900 mil dólares de enero a mayo de 2017, a mil 67millones 900 mil dólares de dólares en el mismo periodo de 2018. En este caso, las compras de maíz representaron sólo 29.2 por ciento respecto a los 3 mil 651 millones de dólares que México erogó en total por las importaciones de granos básicos y oleaginosas.
Y lo absurdo, no obstante ser México el país de origen del maíz, en ese mismo período únicamente recibió 103 millones de dólares por sus exportaciones, que equivale a menos de la décima parte de lo que pagó por las importaciones del grano.
Estudios oficiales de instituciones federales vinculadas con esta grave problemática de subordinación, reconocen que como resultado de la irracional apertura comercial de granos de Estados Unidos, dentro del pacto trilateral a partir de 1994, ha provocado la cancelación del cultivo principalmente de maíz, en más de 10 millones de hectáreas y el éxodo de por lo menos 15 millones de campesinos, dejando de producir también, frijol, cebada, trigo, arroz, soya, piña, caña de azúcar y café.
La consigna de los intereses estadounidenses sobre el gobierno mexicano para abandonar la actividad productiva agrícola, se ha cumplido con creces, de manera gradual, como consta en el comparativo del presupuesto asignado al campo en 1995, con 6.4 por ciento del total del presupuesto federal, con el del año 2000, reducido a 2.9 por ciento.
Cifras del Banco de México, de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación, de los informes de Gobierno y del TLCAN, que precisan que el crédito agrícola que se otorgaba a los propietarios de 6.5 millones de hectáreas en 1993, disminuyeron dramáticamente a 750 mil en el año 2000.
En los primeros cinco años de vigencia del Tratado, las importaciones de granos a Estados Unidos y Canadá, ascendieron a 58.8 millones de toneladas, equivalentes a dos años de producción nacional y a 757 millones de dólares, de esos años, así como al presupuesto de Procampo para 10 años. Tiempo fatídico para la economía rural, al perder el valor su producción, entre 45 y 55 por ciento.
Toda una tragedia, significada por una traición a la patria de malos gobiernos entreguistas al imperio del vecino del norte, una vez que igualmente los apoyos a la comercialización disminuyen de dos mil 700 millones de pesos en 1994, a 528 millones en 1999, al desaparecer en 1998 la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo), que adquiría sin intermediarios la producción de alimentos y los comercializaba en todo el territorio nacional.
Esta actividad por demás favorable para la economía de las familias campesinas, que incluso mantenía almacenes estratégicos para guardar los granos y luego ponerlos a la venta, fue delegada por el gobierno de Ernesto Zedillo Ponce de León, a compañías privadas como Cargill, propiedad de la transnacional Monsanto y la también norteamericana Archer daniells, a las que se aumaron Maseca, Minsa, Portimex y El Porvenir.
Los nuevos intermediarios fijarían los
precios a su capricho los precios de las cosechas y concentración de granos, en perjuicio de los productores nacionales, además de tener las concesiones de la importación masiva de maíz estadounidense transgénico a México.
Dejaría de igual forma el gobierno federal, hasta los tiempos actuales, de subsidiar la compra de agroquímicos, afectando severamente la economía campesina, al tener que pagar más del 63 por ciento del valor de las semillas y 57 por ciento más por los fertilizantes.
La puntilla la daría el gobierno mexicano, para complacer todavía más a sus “socios” comerciales, al incumplir con el plazo pactado de 15 años para levantar las barreras arancelarias, que deberían proteger a los agricultores mexicanos, mientras se organizaban y preparaban para competir en el “libre mercado internacional”.
México mantiene abiertas, sin restricciones, las puertas a la importación de maíz transgénico estadounidense para consumo animal y aquí destinado para la producción de tortillas que alimentan al grueso del pueblo mexicano.
Es la historia del enésimo avasallamiento del imperio a su traspatio del sur, reforzado con creces a su favor, en la última revisión de un convenio comercial que ha cambiado de nombre, más no de intenciones de afectar a los mexicanos en todos sentidos.
Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013. Club de Periodistas de México.
Premio al Mérito Periodístico 2015 y 2017 del Senado de la República y de Comunicadores por la Unidad A.C.