jueves, marzo 28, 2024

EN REDONDO: Las traiciones presidenciales

Por: Mario Ruiz Redondo

La reunión ocurriría en La Paz, Baja California Sur, en una soleada y agradable tarde de agosto de 1998. Don Luis Colosio Fernández, padre de Luis Colosio Murrieta, había accedido a charlar conmigo en los jardines del hotel Los Arcos.

 

Puntual llegaría a la cita acompañado de su yerno Juan de Dios Soto, quien optaría por dejarnos solos para platicar con mayor confianza. La idea de reunirnos había surgido semanas antes cuando el esposo de su hija Laura Elena me había comentado que su suegro los visitaría. Le pedí su ayuda para conocer y tener el gusto de tratar al padre de quien fuera candidato del  Partido Revolucionario Institucional, a la Presidencia de la República, asesinado en la colonia popular Lomas Taurinas, de Tijuana, por la tarde del 23 de marzo de 1994, en condiciones por demás extrañas, que darían margen a todo tipo de sospechas en la opinión pública nacional, hasta llegar a la conclusión de que se había tratado de un complot para eliminarlo.

 

El tema del crimen de su hijo era obligado y sin ninguna prisa llegaríamos a él, después de que nos hablara de la niñez de Luis Donaldo, nacido el 10 de febrero de 1950, allá en su querido pueblo mágico de Magdalena de Kino, ubicado al norte del estado de Sonora, a 85 kilómetros al sur de la fronteriza Nogales, en la vecindad con Arizona, Estados Unidos, y a 183 kilómetros al norte de la capital Hermosillo.

 

Guía de una familia producto de la cultura del esfuerzo, en la que su hijo resultaría el más brillante de todos, hasta llegar a ser postulado como el abanderado del Partido Revolucionario Institucional, a la Presidencia de la República el 28 de noviembre de 1993, y que a partir de ese momento daría a conocer sus propósitos de gobierno, de ganar la contienda Presidencial.

 

Don Luis sabía por confidencias de su hijo, que había empezado a tener diferencias muy fuertes con el presidente Carlos Salinas de Gortari, por lo que empezaría en su campaña a enviar mensajes en el sentido de que en su sexenio 1994-2000, llevaría a cabo una reconsideración de la política neoliberal, considerándola responsable de los problemas de pobreza y atraso del país.

 

Franco en todo momento en sus expresiones, ubicaría en sus añoranzas, el discurso del 6 de marzo de 1994, con motivo de la fundación del PRI, al que definiría como un rompimiento con Salinas de Gortari, cuando Colosio Murrieta propondría la reforma del poder en México, para que “exista una nueva relación entre el ciudadano y el Estado”.

 

Por la noche anterior, el Primer Mandatario, asesorado por el hombre de toda su confianza, el franco español José María Córdoba Montoya, había prohibido a Luis Donaldo, que pronunciara el discurso programado para la ceremonia en la explanada del monumento a la Revolución, en la capital del país.

 

El político sonorense no obedeció y sí, en cambio, se comprometió ante el priísmo de México y los mexicanos, a “reformar el poder para democratizarlo y para acabar con cualquier vestigio de autoritarismo. Sabemos que el origen de muchos de nuestros males, se encuentra en una excesiva concentración del poder. Concentración del poder que da lugar a decisiones equivocadas; al monopolio de iniciativas; a los abusos, a los excesos. Reformar el poder significa un presidencialismo sujeto estrictamente a los límites constitucionales de su origen republicano y democrático”.

 

Un mensaje que por supuesto caló hondo en el ánimo de la ciudadanía a lo largo y ancho de la República, que por fin escuchaba a un candidato del eternizado PRI en el poder, decir lo que por mucho tiempo había esperado, en cuanto dar fin a la omnipotencia del Presidente de la República que había favorecido la corrupción y la impunidad.

 

Llegaría un momento en que don Luis Colosio Fernández haría un alto en la conversación, para expresarme con palabras entrecortadas y su rostro cubierto en llanto, que tenía la absoluta convicción de que a su hijo lo había mandado a matar el presidente Carlos Salinas de Gortari, por no estar de acuerdo con sus ideas, que darían marcha atrás a la doctrina económica neoliberal que tanto daño había hecho al país, al iniciar a un proceso de reformas constitucionales para entregar el patrimonio de todos los mexicanos al capital extranjero.

 

Carlos Salinas de Gortari, reafirmaría don Luis, en tono de impotencia absoluta y desesperación, es el responsable del asesinato de mi hijo Luis Donaldo, a quien traicionó y con su muerte también a México, porque él quería cambiar para bien de nuestro país.

 

Diana Laura Riojas, la viuda del candidato Presidencial, no ocultaría su rechazo hacia Carlos Salinas de Gortari, hasta el día de su muerte en noviembre de ese mismo año, víctima de cáncer a los 34 años de edad, dejando en la orfandad a Luis Donaldo y Mariana, de ocho años y 19 meses, respectivamente.

 

Para la gran mayoría de los mexicanos, el atentado a Colosio Murrieta mancharía por siempre la imagen del ahora ex presidente de la República, por la forma tan burda en que se realizó y en la que tuvieron mucho que ver “los errores” de los militares guardaespaldas del candidato priísta, que curiosamente esa tarde sugirieron a los reporteros que cubrían la gira proselitista que se fueran de “fayuca” a San Diego, como bien lo recuerda todavía el respetado colega y amigo Jaime Arizmendi, quien no hizo caso de la recomendación y estuvo presente en los momentos de la ejecución.

 

Desde su salida del poder omnímodo desde Los Pinos y Palacio Nacional, Carlos Salinas se ha dedicado a escribir las historias de su paso por la Presidencia de México, en la que se ha dedicado a defenderse de los señalamientos en contra, sobre todo de su sucesor final, Ernesto Zedillo Ponce de León, quien después de la muerte de Luis Donaldo, del que era coordinador de campaña, asume su lugar como abanderado del tricolor y arriba sin problemas al mando principal del poder nacional.

 

A Ernesto le dedica toda su atención en su libro de memorias “México, un paso difícil a la modernidad”, publicado en octubre del año 2000, por la editorial Plaza&Janés, con mil 364 páginas, divididas en 14 partes y 40 capítulos, con una portada en la que aparece el rostro retador del ex mandatario.

 

En la página 1355, lo cuestiona: ¿Por qué apareció Zedillo en cadena nacional para reconocer la victoria del PAN antes de que lo hiciera el candidato del PRI? ¿Por qué impuso decisiones en el Partido después de haberlo conducido a la derrota electoral? ¿Por qué no se ofreció una explicación de la derrota a los miles de militantes priístas que trabajaron con dedicación y empeño?

 

Sin decirlo abiertamente, Salinas de Gortari señala en su texto a Zedillo Ponce de León como un presidente de la República traidor al PRI y a los mexicanos.

 

El odio a quien impusiera como su candidato, se manifiesta en la página 136, en la que relata que “después de la elección, un ex presidente del PRI me comentó: Zedillo te traicionó a ti en 1995 y al PRI en 2000. Le hice ver que a su afirmación le faltaban matices. Después del ‘error de diciembre’, Zedillo no sólo traicionó a una persona, sino ante todo a un ideario y a un programa”.

 

Lo que Carlos no publicaría en su macro libro, fue que en la traición de Zedillo al PRI y a los electores mexicanos, obedeció a las presiones de los poderosos intereses estadounidenses, interrelacionados con el mismo Salinas de Gortari a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica en el último año de su sexenio, los cuales serían dirigidos desde la Casa Blanca, para crear en México un sistema político de alternancia, con sentido bipartidista igual al de la Unión Americana.

 

Traición doble a México y al PRI, de los dos últimos presidentes de la República, por su entreguismo incondicional a la consigna de nuestros vecinos del norte.

 

La noche de la elección Presidencial, en julio del año 2000, sería la más triste en la vida Francisco Labastida Ochoa, el candidato “perdedor”, al arribar a su casa, acompañado de un reducido grupo de amigos, entre los que se encontraba Mario Vázquez Raña, presidente y director de Organización Editorial Mexicana, del cual fui director adjunto, quien me platicaría la anécdota tiempo después.

 

El político sinaloense estaba con el rostro rojo de coraje. En la casa de su casa, ya no pudo más y con lágrimas en los ojos, llorando, acusaría a Ernesto Zedillo Ponce de León de ser un traidor, al haber obsequiado la Presidencia de la República a Vicente Fox Quesada y al Partido Acción Nacional, traicionándolo no solamente a él y al PRI, sino también a México, al obedecer a los intereses de Estados Unidos.

 

A partir del sexenio 1988-1994, el país empezaría a saber lo que son las traiciones más graves que han cometido sus máximos gobernantes desde la cúpula del poder omnímodo, pues Carlos Salinas de Gortari no dudaría en ningún momento en reformar la Constitución General de México, para dar marcha atrás a la lucha revolucionaria de 1910, en la que murieron más de un millón de compatriotas, para cambiar el estado de cosas desventajosas entre la mayoría de la población.

 

Creación de una Carta Magna que hace justicia a la clase trabajadora y a los campesinos, estableciendo en la Carta Magna de 1917, una nueva estructura jurídica de protección a sus derechos. Continuación en 1938 con la expropiación petrolera del presidente Lázaro Cárdenas y la mexicanización de la industria eléctrica en el gobierno de Adolfo López Mateos, para generar un mayor beneficio social y económico a las mayorías.

 

Salinas de Gortari empezaría a dar marcha atrás a todos los avances, permitiendo mediante cambios al artículo 27 constitucional, no sólo el retorno al latifundismo, al permitirse la venta de las parcelas ejidales al capital privado, sino a la inversión extranjera en áreas consideradas como intocables al ser estratégicas para el interés de los mexicanos, como la industria petrolera y eléctrica,

 

además de la cancelación de derechos laborales consagrados por la Constitución.

 

En la secuencia histórica, pese a sus promesas “radicales” de cambio, ni Vicente Fox Quesada y tampoco Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, del PAN, no solamente no frenaron el retroceso constitucional, sino que lo reafirmaron, aterrizando legalmente en los días que vivimos, autorizadas por el Poder Legislativo Federal, como “Reformas Estructurales”, para beneficio del extranjero.

 

Vivimos tiempos de proselitismos de candidatos que tienen encima, sin ninguna diferencia, el estigma de la corrupción y la impunidad, la entrega al capital que no viene a beneficiar a México, sino a llevarse sin medida sus riquezas naturales, dejando migajas y empobreciendo más a una gran mayoría, que tal vez en el 2018 empiece a tomar conciencia de su situación y lo manifieste en las urnas, con su voto duro.

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