lunes, diciembre 2, 2024

El Síndrome de la Cabaña

POR REBECA CASTRO VILLALOBOS

Y pasó lo que tenía que suceder…

Mis amigas convocan a una comida en restaurante, con el argumento de que ya está permitido salir bajo las nuevas normas de las autoridades para reactivar la economía en la ciudad. En este caso, según tengo entendido, además de las medidas de sanidad, en el lugar se permite atender sólo 30 por ciento de la capacidad del sitio. Y eso es porque estamos aún en semáforo rojo y de acuerdo a información oficial la pandemia sigue en su punto más alto y no hay visos de que pronto se aplane la ya famosa curva.

En fin, eso se suma al temor de un posible contagio por estar en convivencia social, cuando he logrado sobrellevar el dizque aislamiento decretado. Y digo dizque, porque finalmente lograba ir a visitar a mi madre un día a la semana, ir al supermercado o tienda, a la farmacia, incluso, me daba el lujo de salir a caminar mis cinco o seis kilómetros cuando el encierro se volvía insoportable. Claro, todo lo anterior con la debida precaución…

Debo decir que para mí, el confinamiento no fue tan novedoso. Tengo más de dos años desempleada. Vivo sola y con una o dos visitas al mes de mi pareja, que reside a más de 400 kilómetros de aquí, y mi tiempo de búsqueda de chamba, llamadas y envío de CV, y promesas laborales incumplidas, el tiempo se convirtió en mi aliado. Podía dormir hasta el mediodía, no tenía obligaciones que cumplir y cuando el hartazgo me llegaba, hacía hasta lo imposible por no perder mi membresía del gimnasio para distraerme.

Eso sí, con el desempleo y el cero ingreso que representa, las visitas o convivios con amistades, incluso con la familia, se fueron reduciendo.

Así que cuando se decreta la pandemia y el aislamiento ya no era novedad para mí; el tiempo lo tenía domado y el quedarme en casa no era novedad, salvo por mis escapadas al gimnasio.

¿Por qué cuento todo esto, dirán? Pues bien, ahora resulta que no quiero salir. No quiero dejar mi rutina, mis hábitos buenos o malos, adquiridos durante estos meses; es más quisiera que la dizque nueva normalidad no exista.

Aunque aquí cabe mencionar que no soy egoísta, pienso en las personas que viven al día, que tuvieron que dejar o cerrar sus pequeños negocios, o en su caso salir arriesgando su vida para llevar el sustento a casa. Por ellos y otros que padecen penurias por esta situación, me doblego y rezo porque todo termine y para los demás, continúen sus vidas.

Este texto es por mí; a lo mejor no soy la única, de acuerdo al portal ITAE Psicología, estaría padeciendo el Síndrome de la Cabaña.

Dicho síndrome es cuando experimentamos miedo por salir a la calle. Miedo a contactar con otras personas fuera de las paredes de nuestra casa, temor a realizar actividades que antes eran cotidianas como trabajar fuera de casa, coger medios de transporte público, relacionarnos con otras personas conocidas, etcétera. Pero es importante remarcar que no se trata de un trastorno psicológico, por lo que no hay definición oficial sobre ello. Más bien hablamos de una consecuencia conocida, o incluso podría verse como “natural”, al hecho de pasar tanto tiempo confinados.

Se piensa que este síndrome viene derivado de lo que se conoce también como la “fiebre de la cabaña”, en inglés cabin fever. En este caso, hablaríamos de la experiencia opuesta. Se trata de la reacción de agitación, inquietud, desesperanza, dificultades en la concentración e incluso ira, ante la imposición externa de permanecer cerrado en un espacio sin libertad de movimiento. Es lo que posiblemente muchas personas comenzaron a experimentar e incluso a buscar ayuda profesional por estos síntomas.

En el mismo portal español, se precisan los pasos para lograr salir y dejar esos miedos atrás:

Lo primero, es importante tener claro que las salidas deben ser graduales, de manera que cada uno pueda ir regulando qué necesita y cómo. Especialmente desde que se permiten las salidas a pasear y hacer ejercicio, según horarios, es útil aprovecharlas para ir graduando nuestro contacto con el exterior. Ya sea por el mero hecho de exponernos a la calle, al ruido, a otras personas desconocidas, como así mismo a poder emplear esas salidas en realizar algo que nos agrada o que nos pueda aportar una leve sensación agradable, al menos al principio. Disfrutar del sol en la piel, facilitar el contacto con algo de naturaleza como un parque o el mar. Si asociamos la salida, que nos agobia, con una consecuencia de placer (dentro de las posibilidades existentes) es algo más fácil que repitamos la experiencia al día siguiente.

Lo segundo a tener en cuenta para aliviar los síntomas del “síndrome de la cabaña” es respetar y seguir los protocolos estipulados de seguridad. Frente al miedo al contagio, estas pautas de distanciamiento social, lavado de manos y uso de mascarilla (entre otras) nos puede proporcionar cierta sensación de seguridad.

En estos momentos, más que nunca, es importante escucharnos y atender a nuestras necesidades para que podamos salir adelante de la manera más respetuosa con nosotros mismos y con los demás. La situación es excepcional y no hay una única manera correcta de superarla. Es normal tener miedo como también es normal querer superarlo. Si sientes que te genera malestar la idea de salir al exterior es importante buscar ayuda. Dejarnos acompañar es un acto de generosidad con uno mismo.

Espero que este texto logré que personas en mi situación, incluso yo misma, puedan dejar atrás esos temores y retomar lo que se puede decir “normalidad”.

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