Luis Alberto García / Moscú
*En su interior están los secretos más protegidos de Rusia.
*Ahí se han tomado decisiones trascendentales para el mundo.
*Es la fortaleza en funcionamiento más grande de Europa.
*“En ella hay enigmas, mitos y leyendas” : Teodor Lavinski.
*Bernard Lecomte redescubrió a personajes históricos de diferentes épocas.
Además del Kremlin visible para todos, existe un Kremlin subterráneo al que pocos tienen acceso, con túneles secretos que datan del siglo XVI y unen diversos edificios; pero, además, existen pasadizos que permiten llegar a otras partes de la ciudad: “Este sitio posee un complicado sistema subterráneo que descansa bajo nuestra capital”, explica Teodor Lavinski.
Guía e historiador oficialmente certificado yreconocido, Lavinski dice que el complejo del Kremlin cuenta con veinte torres que, en conjunto, crean el increíble e imponente paisaje que se abre sobre el río Moskova, la más importante de ellas es la Spasskaya —torre del Salvador— que, sin embargo, históricamente no se consideraba como tal.
La primera construida en el complejo fue la Tainitskaya —la torre Secreta—, y la primera edificada con ladrillo en Rusia, cuyo nombre se debe al pasadizo secreto que la unía con el río y, desde el punto de vista religioso, es la más importante, ya que su fachada –señala Lavinski- está orientada hacia Jerusalén.
“Además –añade-, hasta 1674 las campanas de esta torre sonaban en caso de incendio, sin que se usaran cuando los moscovitas incendiaron la ciudad ante la presencia de las tropas invasoras de Napoleón Bonaparte en 1812”.
En la construcción del Kremlin actual, en los siglos XV y XVI, participaron arquitectos y artistas italianos, y uno de los más notables, Pietro Antonio Solari, trabajo en Milán con Leonardo da Vinci, sin que se excluya la posibilidad de que el propio genio haya participado en parte del diseño arquitectónico del Kremlin.
Teodor Lavinski argumenta que diversos bosquejos en los diarios del artista florentino concuerdan con elementos encontrados en las paredes del Kremlin, además de que algunos vacíos en la vida de Leonardo, entre 1499 y 1502, permiten imaginar un posible viaje del grandioso artista a tierras rusas y a su simbólica fortaleza: “En ella hay enigmas, mitos y leyendas”, subraya el especialista.
En sus inicios, el Kremlin era de un color rojo intenso; pero desde 1680 fue pintado de blanco, según la moda de la época, costumbre que duró hasta 1880, así que los invasores franceses –derrotados al final por el “General Invierno”- vieron el sitio de un imponente color claro, confundiéndose con la nieve que ya empezaba a caer en esos días.
Durante la II Guerra Mundial, el Kremlin se convirtió por un tiempo en una calle, como cualquier otra; pero con el fin de camuflarlo y evitar un ataque de los soldados de la Alemania nazi, la plaza Roja fue convertida en un conjunto de calles.
En tanto, las paredes del Kremlin fueron convertidas en casas, con ventanas y paredes dibujadas, protegiendo el mausoleo de Lenin, convertido por un tiempo en una mansión con tejado a dos aguas, y solamente después de la guerra, en 1947, el conjunto histórico recuperó su característico color rojo, sin que haya cambiado hasta la fecha.
De algo sí existe certeza absoluta: desde la revolución bolchevique de 1917, el Kremlin ha sido centro y símbolo, primero, de “El Imperio” soviético (Editorial Anagrama, Barcelona, 1994) –como llamó al territorio y al régimen soviético Ryszard Kapuscinski, periodista polaco, quien lo recorrió de lado a lado a fines del siglo anterior-, y después de la nueva Rusia, la gobernada con diferentes matices y estilos por Borís Yeltsin y Vladímir Putin.
Fundado por Vladimir Ilich Uliánov y Lev Trotski, consolidado por Iósif Stalin, administrado por Nikita Krushchov y Leonid Brazhnev, extinguido por Mijaíl Gorbachov, demolido por Borís Yeltsin, y de alguna manera restaurado por Vladímir Putin, habría que preguntarse cuántas conspiraciones, crímenes y traiciones, condenas a muerte y ejecuciones masivas e individuales se ordenaron y/o perpetraron desde el Kremlin, al menos en un siglo.
A estas y muchísimas más cuestiones responde Bernard Lecomte en su libro “Los secretos del Kremlin” (Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 2017) a través de investigaciones rigurosas y un estilo periodísticamente impecable en narraciones crudas, llenas de crueldad y cinismo por parte de la mayoría de sus protagonistas.
“Es un texto apasionante para conocer los secretos de uno de los edificios más representativos de la historia de la humanidad”, señala la crítica francesa en “L´Express” y “Figaro Magazine”al referirse a la obra de Lecomte, Caballero de la Legión de Honor y autor de una biografía de Gorbachov, en circulación desde 2014.
Familiarizado con los pasillos del Kremlin –aunque no tanto como Teodor Lavinski, quien es discreto y sigiloso a momentos-, de los actuales y anteriores periodos convulsos, mantuvo, además de la práctica y dominio del idioma ruso, un sólido conocimiento de la geografía y la historia soviéticas, elementos indispensables que, sin pretextos, deben ser requisitos indispensables para un buen periodista y corresponsal residente en el extranjero.
El libro no pretende todos los delitos que refiere, ni complots, golpes de Estado o las confabulaciones que hubo en la historia del comunismo soviético desde que apareció en escena hace más de un siglo; es decir, de la caída del decadente imperio zarista, hasta los tiempos de Gorbachov, Yeltsin y Putin, trilogía de personajes infaltables en magníficas crónicas como las de Lecomte.
Periodista especializado, al llegar a la madurez, con casi cincuenta años de ejercicio profesional, se sumergió en el amplio y apasionante estudio de la Unión Soviética y las naciones del bloque socialista que, después de 1945, dependieron del oro de Moscú -dirían los antagonistas-, hasta que llegó la “Primavera del Este”, como denominó el gran periodista español Manuel Leguineche al fenómeno que contemplamos a fines del siglo XX.
El potente símbolo de las epopeyas soviéticas y rusas, abarcando cientos de años, es ese cúmulo de edificaciones que dominan el río Moskova, convertidas, juntas, en un castillo de murallas infranqueables y palacios misteriosos.
Ni faltan ni sobran los templos magníficos y las torres almenadas vecinas de la Plaza Roja: es el “kreml” (fortaleza en ruso), teatro en el que, dicen los alucinados, han visto las sombras tenues de quienes guardan secretos insondables que jamás se conocerán.