MIGUEL ÁNGEL FERRER
La oferta electoral de la derecha mexicana es veneno para sí misma. Ofrece, en primer término, cancelar los programas sociales que benefician a muchos millones de personas, entre adultos mayores, jóvenes, madres solteras y discapacitados.
No se imagina uno a esos muchos millones de ciudadanos sufragando por quienes, de reconquistar el poder, eliminarían esos programas. Y si bien es cierto que no faltarán individuos que votarían por sus verdugos, también es verdad que no son mayoría.
Digamos que representan un tercio del padrón electoral. Se trata de personas de pensamiento conservador. Y también de ciudadanos llenos de prejuicios clasistas y raciales.
Como oferta electoral es equivalente a proponer la eliminación del Seguro Social. O el abandono de los programas de vacunación masiva y gratuita. O también de la gratuidad de la educación pública. O también, igualmente, del aumento en los impuestos y el incremento del precio de la gasolina y la luz eléctrica.
Nadie puede honradamente decir que estas son calumnias. Son los propios voceros y dirigentes de la derecha quienes lo hacen y hasta lo presumen. Y en el ámbito político y social la oferta de la derecha es asimismo irracional y contraproducente.
Y en materia de sus precandidatos o primeras figuras, el conservadurismo es igualmente muy pobre, como lo demuestra el caso de Xóchitl Gálvez. O los casos de Enrique de la Madrid y Santiago Creel.
De modo que, carente de programa y de figuras políticas, la derecha sólo cuenta con sus votantes históricos, es decir, personas de pensamiento conservador. Una clientela numerosa pero insuficiente para ganar elecciones.
Si a todos estos factores agregamos la fuerza política, social y popular de Morena, el panorama electoral no puede ser más negro para el conservadurismo.
Y más todavía si se observa la buena marcha de la economía mexicana sin devaluaciones y descontroles típicos de la economía del periodo neoliberal. Así, el horizonte no puede ser más negativo para la derecha.
Esta situación queda ilustrada con la candidatura de Xóchitl Gálvez. Apenas la destaparon empezó a cosechar burlas y a descubrir que no es una figura política de arrastre, sobre quien, además, pesan sospechas y hasta evidencias, sobre todo documentales, de corrupción.
A Xóchitl Gálvez habría que recordarle que el hábito no hace al monje. Y que con payasadas y vulgaridades no se ganan elecciones. Al contrario.