jueves, diciembre 5, 2024

DE ENCANTOS Y DESENCANTOS: Justicia y verdad

*Mónica Herranz

Había cosas que no le contaba ni a su sombra, permanecían tan sólo en su mente, en sus recuerdos, y eran evocadas tan de tanto en tanto que en ocasiones incluso costaba trabajo obtener un recuerdo fidedigno de lo real. Innumberables veces se había contado una historia diferente para sí misma y para los demás, tantas, que hasta había terminado por creerla. Pero a veces, el peso de los real se hacia presente e innegable y entonces recordaba lo injusto de esa historia. Quizá por eso mentía, porque por ahí comenzó, por mentirle a los demás y al parecer encontró en aquel engaño una verdad para sí misma que resultaba más justa. Tal vez una justcia que no llegó en el momento pero que con el tiempo no pudo más que encontrar un sentido total.

 

Trás diez años de matrimonio, de desencuentros y desilusiones, a los que ella se había propuesto resistir dado que el amor todo lo puede, que el matrimonio es para siempre y que hay que hacer sacrificios en nombre del amor, llegó la separación;  amarga, porque aunque benéfica a largo plazo, en el momento hiere.

 

Hizo un esfuerzo y aunque le costó, terminó por recordar de manera clara lo sucedido. Por aquellos días  había ya una tensión manifiesta, y no, no es que la liga estuviera a punto de romperse, en realidad se había roto hace tiempo y al romperse generó el efecto de un arma que se dispara incesantemente sin control alguno, lastimando al azar por aqui y por alla, balas al aire que encontraban un destino final sin importar cuál.

 

Habían discutido por la tarde fuertemente y  él no llegó a domir, de sobra está decir que no tuvo ni la delicadeza ni la cortesía de hacérselo saber. Ella por su parte pasó la noche en vela, llena de angustia y nerviosismo, llena de incertudumbre por lo que ya sucedía y por el porvenir.

 

A la mañana muy temprano él apareció, la vio y ni la palabra le dirigió. Ella hizo el intento cinco mil trecientos veinte por entablar un diálogo, que obviamente no funcionó. Él se dirigió a la regadera y mientras tomaba un baño puso el seguro para que ella no pudiera entrar. Desde fuera, con lágrimas sollozantes ella insistía en que hablaran, pero era claro que él no quería hablar más. Finalmente ella se marchó, el trabajo la requería y suficiente era ya que su vida sentimental se estuviera desmoronando como para agregarle una debacle económica.

 

Antes de irse le dejó una nota que decía: “Te veo en la noche aquí a las ocho treinta, hablemos por favor, aun lo podemos lograr. Cuento con que estés aquí, confío en que estés aquí”, y se fue.

 

Y aunque realmente quería confiar en ello, sabía en el fondo que no iba a ser así, que él no iba a acudir a tal cita, pero lo deseaba tanto, tanto…que eligió creer que podía suceder y así en esa mentira transucrrió su día. Quería que diera la hora para llegar y arreglar y a la par quería, como dice aquella famosa canción, que el reloj no marcara las horas para así evitar la realidad.

 

Llegado el momento entró a su casa, la soledad era la de siempre, la de costumbre porque generalmente cuando ella llegaba de trabajar él no estaba, pero en esta ocasión algo había de diferente, era una soledad sombría, apabullante. Caminó por el pasillo obscuro, entró a la habitación e inmedietamente notó la ausencia de algunos objetos y así, como en cámara lenta, giró, y ante sus ojos se reveló un armario sí lleno pero de vacío.

 

Tardó incluso algunos días, días en los que esperó por si algo cambiaba y él regresaba, en aceptar que no sería así, que el derrumbamiento ya había sucedido y que se encontraba, abatida, entre los escombros. Una vez que pudo medianamente voler en sí, lo compartió con los suyos, con los más cercanos y fue entonces cuando por primera vez mintió. “le he dicho que se vaya, que esto no daba para más, y sí, es triste, pero estaré mejor sin él”. Tan sólo unos pocos supieron la verdad. Y a base de repetir ese discurso casi se volvió real, cada vez que alguien la cuestionaba decía que habia sido ella quien solicitó el divorcio, quien lo había hecho marchar.

 

Al paso del tiempo encontró, como decía al inicio, en la mentira una verdad. Ella no lo sabía entonces, llena de un amor ciego hubiera sido incapaz, y es que aunque fue él quien la dejó y eso resultaba un terrible golpe, entre otras muchas cosas directo al ego y al corazón, lo cierto es que sí ha estado mejor sin él, esa es la pequeña gran verdad y en esa verdad enconró la justicia anhelada.

 

Tiempo atrás sentía rabia y se cuestionaba ¡¿por qué aun con todo mi esfuerzo no funcionó?!, ¿por qué tenía que acabar así?, ¿por qué me eligió y luego se marchó?. Ahora la respuesta estaba clara, él no se había equivocado al elegirla a ella, él no la había dejado por cómo era ella, ¡no!. Había sido ella quien se había equivocado al elegirlo a él y en ese reconocimiento también había justicia, por que al fin podía quitarse de encima tanta culpa mal adjudicada, tanto pesar por lo hecho y lo no hecho, por lo dicho y no dicho. No por ello se quitaba toda responsabilidad en lo acontecido pero le quedaba claro que su principal error había sido elegirlo a él, haberlo llegado a considerar un caballero andante que resultó no ser más que un farsante truhán, y hasta en eso también había justicia y verdad.

 

*Mónica Herranz

 

Psicología Clínica – Psicoanálisis

 

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