*Mónica Herranz
Usted ya me conoce doctora, y sabe que en términos generales soy una persona con tendencia a salir adelante, a luchar, particularmente en los momentos adversos, que al final, y aunque a veces me desanime, termino sacando ánimo de alguna parte y me repongo de la vicisitud en turno para seguir adelante. La cuestión es que últimamente hay una idea que me da vueltas en la cabeza y puedo decir que ya no es algo pasajero, porque la idea me visita cada vez con mayor frecuencia. Sé que no estoy en depresión, sin embargo, sé también que ya no es sólo un mal momento.
La idea que me da vueltas tiene que ver con un deseo en específico: quisiera que se detuviera el tiempo, que el mundo frenara un momento y me esperara. Últimamente siento que voy corriendo tras él y simplemente no lo alcanzo. Voy cubriendo mis compromisos a duras penas, tic – tac, tic – tac, tic – tac, el reloj no se detiene, y yo quisiera, realmente desearía, que el mundo entrara en pausa, tantito, en lo que me emparejo.
Al principio pensé que la idea venía de la necesidad de tener tiempo para pensar, para reflexionar o analizar ciertas cosas, pero luego me di cuenta de que no era así y entonces pensé que más bien necesitaba tiempo justo para no hacer lo que acabo de mencionar, y ahí la idea encajó mejor, y me explico, porque sé que suena un tanto confuso.
Quisiera parar y que el mundo parara un momento conmigo, dejando de hacer, dejando de pensar, de reflexionar y analizar y sólo parar, y que el tiempo parara también. No sé muy bien cómo explicarlo con más detalle para que sea más entendible.
Quisiera por ejemplo que cuando ya es domingo apenas fuera viernes, porque el descanso que tuve esos dos días no fue suficiente y en realidad ni si quiera descansé tanto porque estuve pensando en todos los pendientes que tenía por hacer y que no había hecho. El caso es que el tiempo se me va como agua entre las manos y el salto de viernes a domingo pasa en un abrir y cerrar de ojos y me veo el domingo apurada por el reloj realizando tareas, deseando que ojalá aun fuera viernes en la tarde y no por pensar que pudiera haberme organizado de forma diferente, sino por sentir en el fondo que no tuve tiempo para no hacer nada, aun cuando eso fue lo que hice.
Y eso me ha pasado últimamente de viernes a domingo, y de lunes a martes, o de martes a jueves o del día que sea al día que sea, ¡yo sólo quiero frenar, parar un momento y el mundo no me deja!
Se que suena absurdo, pero, ¿ve ese botón rojo que sale en un montón de películas que sirve para cualquier cantidad de cosas? Pues en este momento yo desearía tener mi propio botón rojo y poner todo en pausa hasta que sienta que me he emparejado y que estoy lista para continuar.
¿Qué por qué creo que me siento así? Algo he pensado al respecto, aunque hubiera preferido tener el botón rojo que le decía para no tenerlo que hacer, pero justo ese deseo tenga probablemente algo que ver con el motivo. Se que se avecinan tiempos difíciles, más complejos de los que atravieso en este momento, sé que la tristeza está a la vuelta de la esquina, sé que el llanto me ronda, que el desánimo comienza a hacerse presente y la idea de lidiar con todo ello, de ser fuerte una vez más, de reponerme, de luchar, de salir adelante…Tal vez por eso quiero parar el tiempo, si pudiera hacerlo, no tendría que atravesar por ahí de nuevo.
¿Sabe?, no sé por qué, pero mientras le cuento todo esto me viene a la mente el recuerdo de un libro de la infancia, digamos que infancia ya más bien entrando a la pubertad. Era una serie de libros y se llamaban, no recuerdo si cada uno tenía un título en particular, pero la serie completa era Elige tu propia aventura. En fin, en estos libros el lector era el protagonista y podía elegir entre múltiples posibilidades, algunas sencillas, otras sensatas, otras temerarias y algunas simplemente peligrosas. En la historia se planteaban las generalidades y luego el lector iba decidiendo hacia dónde quería ir, así por ejemplo, había elecciones como: si decides bajar por el acantilado y evitar el río salvaje, pasa a la página 7, o si decides atravesar el río salvaje y no cruzar el acantilado, pasa a la página 8. Y de acuerdo a la elección que se hiciera había consecuencias, y podía haber distintos tipos de finales, desde el más satisfactorio para el protagonista hasta el menos favorable en el que podía morir él o alguno de sus compañeros, y en el medio también había opciones, a lo mejor por ejemplo, lograbas salvar la vida, pero no encontrabas el tesoro.
¿Ya no hacen libros así hoy en día verdad?, deberían, eran instructivos y formativos, a veces un poco rudos, particularmente cuando te morías, pero también te daban en algún momento la posibilidad de ver que te habías equivocado y podías dar marcha atrás, y bueno, en el peor de los casos, si te morías, no dejaba de ser un libro, una aventura, no te estabas muriendo en realidad y podías aprender y ahora que lo pienso, tal vez ahí está el punto de porqué me vino este libro a la mente. Yo estoy así en este momento, en una encrucijada, sabiendo que tengo que decidir entre cruzar el río salvaje o atravesar el acantilado, cuando yo en realidad preferiría transitar por un sendero tranquilo por el bosque, pero esa opción no aparece en mi propia aventura, simplemente no está y aunque se cómo se cruza un río salvaje o cómo se atraviesa un acantilado porque ya lo he hecho, no puedo dejar de preguntarme, ¿por qué en mi historia no hay senderos tranquilos?. Mientras, la decisión apremia: ¿acantilado o río? y el tiempo no perdona, tic – tac, tic – tac, tic – tac.
*Mónica Herranz
Psicología Clínica – Psicoanálisis
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