*Mónica Herranz
Él la había acompañado en un día para ella tan feliz que hasta llegó a pensar que estarían juntos por siempre, así como en los cuentos de hadas. Podía aún evocar claramente cómo fue cuando lo vio por primera vez; estaba allí medio escondido, en un salón atiborrado de gente y lleno algarabía.
Lo vio primero de lejos y ya sonrió, pero entre la multitud no podía verlo tan bien como le hubiera gustado. Una vez que logró acercarse sonrió más, definitivamente era él, era el indicado y así fue como comenzó su historia.
Se vieron en distintas ocasiones antes de aquel gran día, juntos hacían una mancuerna increíble. Sí, definitivamente había armonía entre ellos, relucían juntos, brillaban a cada paso.
Despúes de arduos preparativos, llegó el momento en que habrían de irse de viaje para iniciar una nueva historia, una nueva etapa, una nueva vida, y así lo hicieron. Resultaba emocionante porque por donde pasaban no faltaba quien los quisiera felicitar; en el aeropuerto de partida, en el de destino, en la aduana, ¡bueno!, hasta alguna que otra azafata y es que ella no podía ocultar su felicidad y a decir verdad tampoco perdía oportunidad de presumirlo.
Por supuesto, su familia lo conoció antes del viaje y también le dio el visto bueno, ¡era estupendo!. Había tantas espectativas en ellos depositadas, tantos deseos de buenaventura que lo mismo sucedió con la otra parte de la familia, la que esperaba en el aeropuerto de destino, la que no fue sino llegar y querer verlo y conocerlo.
Y así fue como, con el beneplácito de todos, pero principalmente el de ella, llegaron a aquel gran día, ¡cómo disfrutaron!, pasearon juntos por toda la ciudad. Salieron de casa radiantes por la mañana y hasta la madrugada fue un sin parar.
Muchos días e historias han sucedido desde aquel entonces, desafortunadamente, las espectativas, incluso las de ella, se fueron derrumbando una trás otra, el desencanto se manifestó cada vez más, y lo que en su día fueron brillos y estrellas, habían quedado atrás.
Hoy, hoy la cosa es diferente, sus ojos ya no lo miraran como lo llegaron a mirar, ya no luce como antes, ahora parece triste, y lo que llegó a representar no lo representa más. Lo había querido tanto, tanto que, ¿qué iba a hacer ahora?, después de todo caminaron juntos hacia el altar.
-No te deshaces así como así de él, porque lo quieres, por lo que fue, por lo que significó, porque te acompañó en el que se supone sería el día más feliz de tu vida- pensaba ella, -ni modo que lo deje botado asi como así, pero no quiero que esté más en casa. Ya no duele, cierto es, pero no tiene caso que sigamos juntos, tal vez le pueda gustar a alguien más. Seguro no faltará alguna chica, alguna una mujer ilusionada que lo llegue a querer tanto como yo lo quise, que vea en él lo que ví y con la que quizá pueda tener una mejor suerte que la que tuve con él-.
Después de mucho meditar decició finalmente lo que habría de hacer, le tomó un tiempo, pero cuando llegó el momento esperó a que cayera la noche y sin vacilar lo subio al coche, su opinión no la pidió porque finalmente tampoco la podía dar. Condujo hasta el lugar elegido, se estacionó cerca, observó alrededor, vio la cámara de seguridad que había en la entrada y como no quería ser vista, regresó a casa por una gorra y unas gafas. Posteriormete se rio de sí misma al sentirse como aquellas personas que se tratan de camuflajear, pero que justo por el camuflaje terminan destacando más.
Al regresar de nuevo se estacionó un poco más lejos, nadie alrededor, antes de bajar del coche lo miró por última vez, pasó su mano con cariño sobre él, le agradeció lo vivido, lo bajó y subió por las escaleras para finalmente despedirse de él. Ahí terminaba su hisotria juntos, la de ellos; la de su ex es otro cantar. Lo dejó a las puertas de una iglesia, junto con una nota que decía, “espero que pueda hacer tan feliz a alguien como lo hizo conmigo en su día”.
Adios vestido de novia.
*Mónica Herranz
Psicología Clínica – Psicoanálisis
facebook.com/psiherranz psiherranz@hotmail.com