“Un odio … siempre nos acompañará…”
Thiebaut
Por Rafael Serrano
Las comunidades del Gran Desierto de Altar llaman viento negro a las tormentas de arena que combinan cenizas y polvos del Volcán del Pinacate. Oscurecen el paisaje y enceguecen a los habitantes, son tiempos oscuros y convulsos, un tornado horizontal que a su paso destruye todo lo que tiene enfrente. Pero afortunadamente son breves. Así son las tormentas ideológicas de las derechas o de las izquierdas: breves, violentas pero afortunadamente virtuales. Aunque, como dice la filosofía, el odio siempre nos acompañará.
En el escenario coyuntural que vivimos (la lucha electoral), el viento negro está cubierto de cenizas discursivas preñadas de odio que impregna la batalla entre los adversarios políticos y se expresa violentamente en una opinión pública beligerante. De ahí la frase de que “la política es la continuación de la guerra por otros medios”. Refleja el sentir de la sociedad, siempre dividida y unida por el frágil hilo del respeto a las leyes y la construcción de consensos más o menos duraderos a partir de la victoria o la derrota en la urnas. Eso en las democracias maduras o inmaduras.
En este campo de batalla, cruento, duro y áspero, encontramos siempre posiciones ideológicas y discursos con sus narrativas que proponen y se oponen. En nuestro caso, en la actual contienda electoral, tenemos dos ideologías contrapuestas: una visión conservadora y una visión transformadora. Estas visiones, al radicalizarse/diferenciarse, se encuentran con los sentimientos enraizados en la naturaleza de las personas: odio vs amor; aversión vs conversión; antipatía vs simpatía, fobia vs filia; desprecio vs aprecio; rabia vs serenidad; animadversión vs empatía, etcétera. Veamos:
Identificamos una visión conservadora que promueve la restauración del orden neoliberal. Una postura que no está dispuesta a reconocer que ha sido derrotada en las urnas y que ha perdido su hegemonía, que sus abusos/privilegios están en jaque y los defiende con argumentos que envuelve en discursos de odio o aversión a lo opuesto, incluso una violencia verbal exacerbada. Por otra parte, encontramos una visión transformadora, de izquierda moderada, en el poder, que no termina por consolidar su hegemonía, que está aprendiendo a lidiar con lo que juzga un “capitalismo salvaje” enraizado en la sociedad mexicana; desde esta visión los conservadores son repudiados por violentos y autoritarios. Los discursos de la izquierda también llevan fobia, desprecio y aversión al pasado neoliberal que juzgan corrupto, cínico e hipócrita. Lo descalifican.
Mientras que las izquierdas quieren barrer con un pasado nefasto (“de arriba para abajo”) y han desmantelado los nichos “corruptos del mamut burocrático”, la derecha ha construido atalayas institucionales defensivas poderosas: redes que amalgaman los poderes tradicionalmente conservadores: los empresarios, los jueces, la iglesia católica, los medios de comunicación tradicionales y sus bustos parlantes (TV, radio y prensa escrita); las clases altas y segmentos de las clases medias cooptadas por la sociedad de consumo. Configuran un bloque opositor significativo y estridente pero minoritario cuyo estribillo es: “las instituciones no se tocan”.
Las nuevas mayorías, de izquierda, son diversas y plurales. En ello estriba su fuerza pero también su debilidad: son grandes sectores populares que habitan las zonas urbanas, campesinos, obreros, comerciantes, estudiantes, amas de casa, viejos, trabajadores autónomos; pueblos originarios y sectores amplios de las clases medias ofendidos y agraviados por la corrupción de los gobiernos del neoliberalismo; quieren el cambio o la transformación: “que le devuelvan al pueblo lo robado” y se eliminen los privilegios de clase: “eliminar la codicia de los de arriba”.
En esta olla social, diría radicalmente democrática, emergen las fobias y las filias, los odios y los amores, las confrontaciones entre posiciones que antes no se visibilizaban o se sometían al silencio o la represión. Esto escandaliza a las buenas conciencias conservadoras e inquieta a los intelectuales orgánicos del bloque conservador. No se percatan que ha surgido una opinión pública realmente existente que expresa lo que somos y lo que hay, el estado de la democracia mexicana como es. En el largo período del Priato y en los 36 años de neoliberalismo nunca existió una opinión pública diversa, plural y dividida: ¿de qué se escandalizan? Hay opinión pública. De eso va la democracia ¿no?
Los académicos Imaginan una opinión publica civilizada, racional y comprensiva que busca consensos. Ni en el jardín europeo, hoy en proceso de extinción, la encuentran. La tarea de civilizar la opinión pública va para largo, tal como escépticamente lo pronosticara Jack London en “El talón de hierro” y el mismo Habermas en “The crisis of European Union. A response”. Lo único posible es “amaestrarla” o contener la violencia simbólica y evitar la violencia física. Preferible oír las diatribas de los Alazraki, Rabadán, López Dóriga, Loret, Gómez Leyva, Castañeda o Aguilar Camín que la violencia en las calles o la guerra civil. Pero a pesar de los llamados al “debate de ideas” lo que se observa es una violencia verbal ruda donde afloran envidias y resentimientos más que los diálogos comprensivos. No importa la verdad ni la verificación/constatación de los datos o de las afirmaciones, lo importante/relevante es hacer o parecer “como si fuera cierto” lo que se dice, apoyados en dramaturgias incendiarias y estridentes.
En este escenario complejo y vibrante se vive una contienda electoral anidada en una confrontación añeja pero que ahora aflora. Los bustos parlantes de la mediocracia hablan de un país “dividido” por “el odio”, en “llamas”, que contradice lo que el gobierno promueve desde sus púlpitos (la mañanera y sus redes virtuales). Los medios tradicionales y sus mediadores exorcizan al gobierno “respondón” y sienten miedo, se victimizan. Desde sus monólogos, cargados de violencia, acusan la “perdida de la libertad de expresión” y todos los días, hacen una guerra informativa de desgaste caracterizada por fijar una agenda anclada en la restauración del neoliberalismo, su matriz ideológica. En el fondo quieren volver al pasado donde vendían lo mismo adulación que silencio.
Para las derechas no cabe, en su imaginario, una sociedad transformada. No aceptan la réplica. Sólo aceptan el eco de su pensamiento. Las derechas odian a AMLO, a la 4T y a los morenos. Este odio nace de la amenaza de perder los privilegios y sobre todo, de haber sido desnudados en su prepotencia, su doble discurso, su hipocresía. En cambio, para las izquierdas, la fobia/odio no nace del miedo a perder privilegios sino del malestar/indignación que provoca la desigualdad social: la impunidad/prepotencia con la que las oligarquías han ejercido el poder. En ambos casos hay atavismos ideológicos y discursos antagónicos irreconciliables.
Cabe recordar: en 200 años de independencia, la izquierda ha sido un suspiro; ha gobernado menos de 20 años en dos siglos. En México, en el siglo XIX, gobernó menos de 10 años (Juárez); en el siglo XX, un sexenio (Cárdenas: 1934-1940) y en el siglo XXI sólo 6 años en un cuarto de siglo (López Obrador). Los escasos triunfos de las izquierdas y su breve tiempo en el poder nos hacen mirar y preocuparnos más hacia quien ha perdurado en el poder: la derecha o las derechas. Habrá tiempo para hacer la crítica a la izquierda o las izquierdas. Veamos como la ira, la envidia, el resentimiento y el asco constituyen un viento negro (odio) en el paisaje democrático:
El odio ¿qué es?
Es un sentimiento humano que desea causarle un mal a una persona, a un conjunto de personas; a “un género de personas, animales u objetos” o a situaciones calamitosas. Tiene como fuente la ira, la envidia, el resentimiento y el asco. El odio es un elemento que construye identidad y es la matriz de la personalidad autoritaria o tolerante:
“los odios definen a los individuos, y los grupos en que se incluyen, al reflejar las marcas de pertenencia social, de establecimiento jerárquico de los mejores y de los peores por medio de los gustos y de los hábitos. Toda identidad tiene su alteridad y una de las posibles relaciones entre ambos conceptos es el odio, que a su vez ayudaría a marcar los contornos a la hora de definirlos… dime lo que odias, cabría pensar, y retratarás tus virtudes (o vicios), el mejor rostro de tu identidad”. Thiebaut, Carlos; Un odio que siempre nos acompañará.Ver en https://philpapers.org/rec/THIUOQ
El retrato de la personalidad autoritaria de la derecha
En su articulo “¿Qué es el odio? ¿Por qué está cerca de nosotros?” Oscar Pérez de la Fuente identifica estos componentes del odio (“The Conversation”; en: https://theconversation.com/global):
⦁ La ira es un tipo de venganza que intenta causar “pesar a alguien que se considera ha realizado una injusticia o un acto autoritario contra una persona”. Se expresa con desprecio dado que la injusticia se juzga inmerecida. La conducta iracunda es muy “acalorada” y “precipitada”; es una “locura transitoria” y es circunstancial. Es el caso mexicano, los ejemplos abundan tanto en las marchas rosas, el parlamento y en los medios de comunicación. Con ira habla Lilly Téllez, Salinas Pliego, Denise Dresser, López Rabadán, Aguilar Camín o López Dóriga, un largo etcétera. Están enojados porque el presidente y sus aliados los señala como sicarios informativos. Según ellos la presidencia, el “poder”, los victimiza y los coloca en un estado de “inermidad”. Su ira se expresa en epítetos como “pendejo”, “gobernícola” “pata rajada” y con insultos a los seguidores: “manadas que les lavaron el cerebro” y “resentidos, perdedores, en la vida”, “…a trabajar huevones…” o “morenacos…jijos”.
Ver: https://x.com/HernanGomezB/status/1792373197049864375
⦁ La envidia es un sentimiento muy negativo que nace de un “malestar y dolor por el bien ajeno o la felicidad de los otros y se alegra del mal de los demás”. Se envidia sobre todo, el prestigio, los logros ajenos que no se pudieron alcanzar, la estimación de la gente hacia una persona, un colectivo o una causa que esté teniendo éxito y ofrezca resultados tangibles. La envidia pervierte el juicio e inunda todas las pasiones. La derecha envidia los logros de la 4T, no solo los minimiza sino los anula o los ridiculiza. Baste con oír o leer, ya sea en un medio, en una tertulia o en las conversaciones familiares como se expresan del nuevo aeropuerto (“central camionera o avionera”); del tren maya (“obra faraónica inútil y anti-ecológica”); del corredor del istmo de Tehuantepec (“sueños guajiros”) o la refinería de Dos bocas (“un mamut costoso que no refina gasolina o no produce gasolina”) y un largo rosario de envidias.
⦁ El resentimiento nace de una debilidad y siempre es reactivo: “es una actitud o comportamiento que no nace de una propuesta propia sino de una defensa” que denota debilidad. Es una frustración “patógena y enferma de la propia voluntad de ser y de poder”. Algunos mediadores llamados “comunicadores” o intelectuales orgánicos, organizaciones civiles, zapatistas excéntricos, bandas anárquicas contra cultura y antisistema, feministas ideologizadas, defensores gratuitos de los LTGB+iq; burocracia dorada y mucha academia parasitaria, todos están resentidos. Dos casos son paradigmáticos del resentimiento contra la 4T y AMLO: Carmen Aristegui y Roger Bartra. Aristegui por apropiarse de la tea libertaria terminó creando un espacio informativo sesgado y faccioso, dejó de ser la “paladina de la libertad” para participar en las oleadas de odio de la derecha, su resentimiento se llenó de rencor porque AMLO le quitó su fuero y su liderazgo, nunca fue de izquierda, pertenece al limbo centrista. Roger Bartra es un converso a la ideología neoliberal y como tal un radical que abandona la razón y lo consume la pasión. Es un resentido porque “algo” (¿envidia o ira?) lo desencantó. Pasó de ser un comunista a un Vargas Llosa sin premio nobel ni cargo nobiliario. Suele suceder que al final del camino se suiciden mentalmente y echen por la borda un pasado digno; este emérito profesor ya “cascabeleó” y lo “aflojaron en terracería” (AMLO dixit); volvió a la jaula de la melancolía patéticamente y puede ahora ser un buen guionista de Vox o de los libertarios de Milei.
⦁ El asco. Es una versión que refuerza el odio. Según Miller en su “anatomía del asco”, “el asco aporta al odio su forma especial de manifestarse” como algo desagradable a los sentidos. Aparece y desaparece con rapidez y depende del odio que esta alimentado por una historia: “El odio desea el mal y la desgracia para aquello que lo suscita, pero resulta muy ambivalente en lo que respecta a desear que lo odiado desaparezca; el asco, por su parte, sólo quiere que la cosa se esfume y, cuanto antes, mejor”. Es notorio el asco que les genera a los odiadores de derecha las manifestaciones populares de los “grasientos, llenos de sudor mal oliente del pueblo” o de “la fealdad de la izquierda que es sucia, gorda y fea…” Las mareas rosas de la derecha son un ejemplo de sensualidad y estética “superior”: camisas de lino, sombreros de Panamá, lentes de marca, tenis Gucci que crean un “atmósfera” aspiracional, que huele y se siente “limpia”, como el México que todos queremos: “make Mexico fifí again”. Para los asqueados de la chusma popular lo importante es que se esfumen y “cuanto antes”. En este sentido, Xochitl es un ejemplo disonante: una “india/mestiza remediada” que les da asco pero no hay de otra: “ya se pulió”. Ver: https://x.com/Hans2412/status/1792333416756899958
En el estudio paradigmático sobre la personalidad autoritaria (Adorno) se propuso una escala para medir el fascismo: la “Fascist-Scale” (F) que evalúa la tendencia al estereotipo, al miedo, al odio a las diferencias y su sumisión al orden social autoritario (la restauración del orden conservador). Se manifiesta en sus narrativas y en una dramaturgia dura y cruel emboscada en una falsa equidad (filantropía de clase) hacia los débiles y vulnerables. En el pensamiento autoritario la racionalidad comprensiva está excluida y por tanto no son capaces de construir consensos racionales, su ADN no es democrático. Propongamos una escala O (de odio) con cuatro categorías a evaluar: ira, envidia, resentimiento y asco. Tienen el retrato de la personalidad de la derecha mexicana y su nivel de autoritarismo.