sábado, noviembre 23, 2024

CONCATENACIONES: Trenes rigurosamente vigilados

Fernando Irala

Luego del mortal accidente en la línea 3 del metro, la respuesta gubernamental ha sido suponer que el alcance de trenes y otros percances ocurridos por estos días muestran una situación anormal, la cual requiere una vigilancia militarizada.
En poco más de tres años se han acumulado varias desgracias, la más grave de ellas, el desplome de hace un par de años en la estructura elevada de la línea 12.
Pero nada de ello es anormal. Sí lo es, que a lo largo de más de un cuarto de siglo el sistema de transporte colectivo de la ciudad prácticamente no ha crecido, la única línea nueva se derrumbó, y a lo largo de todo ese periodo ni vías ni equipo rodante se han renovado ni han recibido el mantenimiento necesario.
Ya que la red sufre un deterioro acelerado y prematuro, la sucesión de averías menores y mayores no es vista como una consecuencia natural del abandono y la negligencia, sino con la sospecha de que hay sabotaje.
En el colmo, cuando el accidente en Tláhuac hubo quién se atrevió a preguntar si alguien no habría empujado las columnas para que se cayeran.
Ahora tenemos trenes rigurosamente vigilados, como en la película multipremiada de hace medio siglo.
Lamentablemente, el riesgo de que se repitan las tragedias no ha disminuido.
Por decenios, como parte de un populismo criminal, los sucesivos gobiernos han hecho alarde de las bajas tarifas del transporte público, que en el caso del metro son una cuarta o quinta parte del costo real del servicio.
Muy bien que se subsidie el precio, pero entonces tendría que haber una aportación gubernamental equivalente a lo que deja de percibirse todos los días.
Como no la hay, lo que se hace es parchar cables, reciclar partes, canibalizar equipos viejos.
El resultado está a la vista: un servicio lento y saturado, siniestros cada vez más frecuentes, incluso desgracias fatales.
Eso sí, con trenes, estaciones y pasajeros obsesivamente vigilados.
Como dicen los chavos, no manchen.

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