Fernando Irala
La penuria que viven las instituciones públicas de salud han sido exhibidas por los medios de comunicación en los días pasados.
Seis meses de congelamiento de presupuestos, desabasto de medicamentos, atascamiento de licitaciones “para evitar la corrupción”, despido de personal médico y de enfermería, suspensión de nuevas contrataciones, han llevado a la parálisis a clínicas y hospitales.
La renuncia de Germán Martínez a la dirección del IMSS es el hecho más llamativo, pero no el más grave. Las denuncias de directores de nosocomios, las quejas de quienes tienen a su cargo la atención y los tratamientos, la impotencia de pacientes a quienes no se puede recibir, programarles operaciones o entregarles las medicinas que requieren, dan cuenta de los múltiples daños a un sistema que ya tenía graves fallas, pero al que se ha orillado a la crisis extrema.
Que antes la escasez era peor, dice el Presidente. Pero ya sabemos que él siempre tiene otros datos.
Por lo pronto, la realidad simple y dura golpea en la salud y amenaza la vida, su calidad y su expectativa, de millones de mexicanos. Los más débiles, los pobres, los enfermos, los ancianos.
Contrasta de manera lamentable la promesa de que en unos años tendremos un sistema de salud como el de Suecia.
Tal vez será así cuando quienes sobrevivan sean pocos y ya no atiborren las salas de espera.
De otra manera, no se ve cómo.