miércoles, abril 24, 2024

CABEZA DE PLAYA: Desolación

Carlos Galguera Roiz
El suceso de partida se desarrolló en Cangas de Onís, antiquísima población, capital del Reino de Asturias hasta el año 774; a pocos kilómetros Don Pelayo marcó, batalla de Covadonga, el inicio de la Reconquista. Hoy Cangas de Onís, alberga a poco menos de 7.000 habitantes…
Aquí, pasado 31 de octubre, martes, se escenificó un capítulo que me pareció verdaderamente escalofriante, una muestra palpitante de la desolación humana, en sus más crudas esencias…
Entran, media mañana, en una de las 4 sucursales bancarias existentes en el lugar, son dos individuos, se inicia el asalto; enorme revuelo en el pacífico poblado asturiano. Juan Carlos, 59 años, y su compinche, unos 40…
Mi “crónica”, invención posible:
Es un atraco rudimentario, sin preparación especial, ninguna sofisticación, logística precaria; Juan Carlos actúa rápido, determinación en sus ademanes, mirada enfebrecida, su compañero solo miedo…
Pistolas en mano, pánico entre empleados y clientes, rápida reacción de la policía, en pocos minutos el Banco está rodeado, altavoces inmediatamente en marcha, piden que se entreguen, de momento, sin demasiados matices…
El rostro de Juan Carlos refleja solo una enloquecida determinación, impasible, un tanto imponente, apuntando alternativamente a todo el mundo a su alcance…; el atracador, de Miranda de Ebro, Burgos, piensa, brevísimos trompicones, en su vida…
Empleados y clientes retenidos, miran la escena, ojos desorbitados, algunos gimen…
Toda su trayectoria humana, lo tiene asumido Juan Carlos en el subconsciente, ha sido un perdedor, abandonado por unos y por otros, sin oportunidades, encuentra a través de la violencia, riesgo, posible beneficio, algunas posibilidades para seguir viviendo…
Los altavoces de la policía, resuenan fuerte, mensajes ahora más amables, les aconsejan entregarse, su compañero de asalto sale del Banco, brazos en alto, llega a la calle y se tira al suelo, donde es arrastrado, lejos de posibles disparos…
Juan Carlos se guarda en el bolsillo un puñado de billetes, tiene la mirada perdida, una desolación interior profunda le ha invadido, pero no deja de apuntar al grupito de ciudadanos asustados que tiene delante…
El micrófono no para, van saliendo, infinitas precauciones, algunos clientes; Juan Carlos está desencajado, pocos días antes, le aparece en sus recuerdos como un fogonazo, su nieto Pablín le decía “No quiero que te vayas lejos otra vez”, fue una temporada en la cárcel, un atraco fallido en Palencia…
El negociador de la policía contacta por fin con Juan Carlos, persona amable, buen profesional, le parece al pobre infeliz un ser humano, incluso entrañable…, hablan.
Juan Carlos además sigue pensando, Pablín es todo lo que tiene, el pequeñín le había pedido un tren eléctrico, como el de sus amigos…, el negociador le sonríe, tiene que dejar marchar, hay dulzura en su voz, a las trabajadoras y al señor, parecen algo más tranquilos…
De pronto asoman por la puerta dos policías, Juan Carlos reacciona como un tigre, dispara…, hay sangre en el brazo de uno de ellos, todos vuelven a sus puestos, la tensión crece, las palabras se interrumpen, el altavoz calla…
Juan Carlos cierra de cuando en cuando sus ojos, sin soltar las pistolas, no teme ya nada, solo a su enorme, infinita, desolación interior, que le acompaña siempre y hoy aparece más potente que nunca, como si se hubiera escapado su última oportunidad…
No sabe que hacer, el intermediario le suplica ahora ¡¡Piedad!! ; por primera vez en toda la secuencia el pobre atracador sonríe y musita “¡¡¡Piedad!!! Piedad…jamás nadie la ha tenido conmigo”
De pronto, una voz lejana, queridísima, aparece en un rincón inesperado de su mente “Abuelito, déjalos…”. El tiempo transcurre con una espantosa lentitud, todos están como paralizados, el negociador le habla amistosamente, el está lejísimos…
Reaparece, una lágrima imperceptible resbala en su rostro envejecido, grito terrible: “Marchaos todos”, salen de puntillas, algunos musitan enternecidos, gracias, que Dios le ampare…
Juan Carlos habla al fin con el negociador, buscando algo, una promesa, un resquicio imposible…; la escena concluye, tono incomprensible para la laringe humana, angustia desde el fondo, desolación incontenible “No quiero ir a la cárcel, antes me pegaría un tiro…”
Una voz inocente aparece, abuelo…No, Noooo la pistola contra la cabeza, acaba la tortura, un lejano, incomprensible rastro de paz, me pareció ver en su rostro destrozado
Un pequeñín, muy lejos, en la escuela de Miranda de Ebro, siente un escalofrío, quiero irme a casa, le dice al maestro
FINAL
El que no haya cruzado escenarios de desolación profunda, alguna vez durante sus peregrinajes, no sabe lo que es vivir, en sus dimensiones más radicales…
Juan Carlos me lo ha recordado, ha sido un suceso real, recreado por mí, despertándome tantas cosas…
Conste

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