viernes, abril 26, 2024

Borís Pasternak recreó el Transibb en dos capítulos de su gran novela

Luis Alberto García / Vyazeminski, Rusia

Yuri Zhivago y Tonya Gromeko, en la estación moscovita de Yaroslavski.

Moscú y Siberia fueron dos locaciones para escenas memorables.

Su obra, galardonada con el Premio Nobel, explora el alma de los rusos.

Fue obtenido en 1958; pero el régimen soviético lo obligó a rechazarlo.

Reaccionario y antipatriota, calificativos del Kremlin en su contra.

Iván Búnin, Mijaíl Shojolov y Alexander Solzhenitsin, grandes escritores.

Jamás estuvo en Siberia, mucho menos en la región oriental de Rusia, ni siquiera en Kazajistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguistán y Tayikistán -ex repúblicas socialistas soviéticas del Asia central-; pero sí viajó a Alemania, Francia y otros países europeos en su condición de celebridad literaria y como representante de las letras rusas.

Borís Pasternak, exiliado en su propia patria después de ganar el Premio Nobel de Literatura de 1958, ya era un símbolo de un país, reconocido y querido por sus poesías antes de ese acontecimiento, quien, en 1945, concibió Doctor Zhivago, novela que explora el alma e identidad de los rusos, concluida diez años después.

Quienes la hayan leído o visto la versión cinematográfica dirigida por el británico David Lean, adaptada por John Bolt en un guión notablemente apegado a esa obra maestra que, según los críticos, “es la mejor escrita por un autor la Europa oriental”, seguramente recordarán los pasajes del recorrido de la familia Gromeko por la región de los montes Urales descritos por Pasternak.

Al pretender dejar atrás los conflictos propiciados por la caída del zarismo, Alexander, Ana y Tonya Gromeko –además del esposo de ésta, Yuri Zhivago- llegan presurosos y espantados a la estación ferroviaria de Moscú para emprender un viaje tortuoso de cuatro días hasta Varykino, pequeño pueblo alejado del caos revolucionario de la capital en sus primeros momentos.

En esa parte aparece la estación moscovita de Yaroslavski, de la que sale la ruta número 1 del Ferrocarril Transiberiano hacia el Este, con un ramal hacia el Sur, destino final del grupo familiar que padece lo indecible; pero que, para su fortuna, llega al sitio deseado.

En una entrevista con la periodista chilena Ximena Ortúzar en el semanario español Interviú a fines de 1978 con el título de “Simplemente, ella”, Geraldine Chaplin (Tonya Gromeko), al ser cuestionada sobre la más completa actuación de su vida, recordó gratamente su participación en esa cinta en 1965, trece años atrás.

“Doctor Zhivago ha sido mi mejor trabajo, y es de agradecerse lo que me apoyó David Lean al dirigirme no solamente a mí, sino a todo el elenco, mostrando además una enorme generosidad al permitir retornar a la filmación a la actriz húngara Lili Muriati, quien, cuando rodábamos en los campos de Salamanca, se cayó del tren lesionándose una pierna, descansó dos días y volvió”.

La ficha técnica de la película consigna que, cuando se filmaron en España y sin nieve algunas escenas, la empresa RENFE del gobierno franquista prestó una locomotora clase 240-1400 MZA, casi igual a la descrita en la novela, cuyo desarrollo transcurre entre 1906 y 1929

La supuesta estación de Moscú fue construida expresamente en las afueras de Madrid para la secuencia de la huída de Zhivago y los Gromeko, con decenas de extras que forman parte del tumulto en el que también aparece un jovencísimo Klaus Kinski en el papel del cooperativista bolchevique Kostoyed Amurski, otro personaje imprescindible de Borís Pasternak.

Primero la novela y después la película provocaron la furia del gobierno soviético, liderado entonces por Nikita Khrushchev, a quien el escritor envió una carta cuando se pretendió despojarlo de la nacionalidad y expulsarlo del país, acción secundada por la asociación de escritores soviéticos y otros organismos del régimen.

Nadie actuó así en los casos de los otros cuatro literatos rusos que lo ganaron antes y después de él: Iván Búnin, en 1933; Mijáil Sholojov, en 1965; Alexander Solzhenitsin, en 1970; y, aunque nacida en Bielorrusia –que fue parte de la Unión Soviética antes de 1991- Svetlana Alexeievich lo obtuvo en 2016.

Poesía y novela en prosa fueron los géneros que mejor cultivó Pasternak, incentivado por el ambiente intelectual en que creció como hermano mayor de cuatro hermanos, hijos de gran pintor Leonid Pasternak y la concertista Rosa Kaufmann, amigos de Lev Tolstoi y Antón Chéjov, dos de los mayores escritores de la Rusia prerrevolucionaria.

Con estudios filosóficos por la Universidad de Marburgo, Alemania, comenzó a adentrarse en el espíritu, pensamiento e historia de su antigua nación, escribiendo en 1922 su primer libro de poemas y viviendo de cerca la fase que consolidó a la Revolución después de la guerra civil, de donde extrajo a la mayoría de los hombres y mujeres que aparecen en Doctor Zhivago.

Pasternak tuvo elogios de Alberto Moravia y Francois Mauriac, quienes coincidieron en señalarlo, sin más, como “el más talentoso autor del más importante libro en medio siglo, enmarcado en las aventuras y desventuras de los héroes y canallas de siempre, en escenarios descritos con un lirismo sin paralelo”.

Con su violencia, sus obreros, militares y seres comunes, montañas, trenes y guerra, es la tragedia del protagonista –escribió el novelista francés-, la misma tragedia del intelectual revolucionario romántico golpeado por los acontecimientos, frente a los que nada puede un hombre en medio de su soledad y es, también, la historia de un gran amor desesperado.

“El valor de la vida humana no puede ser medido por teorías inflexibles e ideologías contrarias al espíritu, sino evaluarlo en las calles y los campos, en las nieves y en el viento de la estepa rusa”, escribió Borís Pasternak al defenderse de los denuestos e insultos que le lanzaron los dogmáticos del Kremlin y sus prosélitos encolerizados.

Esa inflexibilidad los llevó a decir que el escritor y poeta era “un propagandista del pasado, un reaccionario poco sincero, sin mayores méritos y antipatriota”; pero el tiempo lo reivindicó, y el valor de sus letras se eleva hoy como el humo del ferrocarril que, con maestría, describió recorriendo con banderas rojas la superficie blanca y helada de la Siberia de 1920.

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