Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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No podemos seguir ahogando esperanzas, truncando ilusiones, ignorando los derechos humanos, aplastando aspiraciones armónicas, haciendo de la existencia una selva de privilegios para unos pocos, cuestión que alimenta la desesperación y conduce al extremismo. Tanto la violencia como el abuso de poder nos están triturando el corazón humano. Ya está bien de fragmentarnos, de injertarnos terror en vena, de activar los pensamientos perversos en nuestras propias familias. ¡Cuántas vidas destruidas! Los poderosos de la tierra, deberían hacer enmienda a sus deseos, y en todo caso, impulsar otras poéticas más humanas, empezando por un crecimiento económico que incluya a todos los sectores de la sociedad y sea sostenible. Se nos olvida que para combatir todas estas desilusiones necesitamos otra conciencia y otras actitudes menos egoístas, al menos para poder rediseñar otro sistema financiero mundial más equitativo. Nadie puede estar por debajo de nadie en ningún indicador de desarrollo sostenible. Para desgracia de la humanidad no estamos ofreciendo ejemplaridad desde las instituciones, tampoco un crecimiento inclusivo. En consecuencia, la ciudadanía permanece desorientada, confundida y desencantada.
Hay que volver a repensar nuevos sistemas de actuación. Quizás debamos sepultar cuanto antes viejos e inhumanos contextos injustos, como puede ser la falta de acceso a la educación o la pobreza que son factores que llevan a la radicalización, pero la gota que colma el vaso tal vez sea ceder al desaliento ante nuestras propias miserias humanas, pues lo importante es poner en activo la fuerza de la razón humana, ante un panorama mundial realmente sombrío. Son muchas las personas que los propios programas políticos marginan. Por tanto, pasemos de los buenos propósitos a las contundentes acciones. Salgamos de este feroz desorden. Pongamos el anhelo en la reconstrucción de un mundo verdaderamente civilizado, no desfallezcamos en el intento, y hagámoslo habitable para todos. Que cada cual logre realizarse a su modo y manera, siempre que respete a su semejante. Lo de vivir y dejar vivir puede ser buena receta para poder experimentar esa paz y ese consuelo que todos nos merecemos y ansiamos. Porque alimentar la desesperación de la gente, es una tremenda crueldad que más pronto que tarde nos pasará factura a todos, lo trascendente será encontrar un antídoto para este vacío existencial de veras deshumanizante.
Confieso que me aburre esta atmósfera tan vergonzosa como provocativa. Pongamos remedio. Bravo por esas Organizaciones que representan a más de siete mil universidades en los seis continentes, dispuestos a declarar colectivamente una emergencia climática en reconocimiento de la necesidad de una transformación social drástica para elevar el papel de la educación ambiental y también la sostenibilidad a través de programas de estudio y de divulgación en campus y comunidades, lo que exige movilizar más recursos para la investigación del cambio climático orientada a la acción y a la creación de habilidades, así como a comprometernos para trabajar unidos, al menos para nutrir el planeta de un nuevo aire más vivificante para todos. Desde luego, la expectativa es que más de diez mil instituciones de educación superior se incorporen al movimiento este año. Confiemos en que los gobiernos de todo el mundo inviten a apoyar la iniciativa con incentivos para el cumplimiento de los compromisos. Sin duda, a pesar de lo angustioso del momento, son estas reacciones las que nos reaniman con nuevas fuerzas, aparte del consuelo que nos transmiten, como señal de que seguimos vivos. Pongámonos todos entonces en la idea de despojarse de toda desesperación, pues tendremos el futuro que construyamos como humanidad. No nos dejemos degradar como seres pensantes ni contribuyamos tampoco a la degradación ambiental.
Alentemos la confianza en nosotros mismos, demos seguridad y oportunidades a la gente desde las instituciones, dejémonos de retóricas y vayamos a lo que en verdad nos preocupa y ocupa, respetando el recto orden de los valores, que no son otros que activar un horizonte en concordia, restando maniobra a los conflictos y a otras formas de violencia organizada que continua provocando el desplazamiento afligido de mucha gente. Ojalá cada día seamos más los que compartamos el sueño de unos moradores alegres, embellecidos por un mundo en paz, porque el ser humano se ha vuelto familia entre las familias, con una casa común (el planeta Tierra), tan respetada como abierta a toda vida.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor