domingo, noviembre 24, 2024

El caucaso en los tiempos líquidos

El Bósforo en primavera
(Estambul y Turquía)
parte III
por Rafael Serrano

 

[No hay forma de hacer a un lado a Turquía y su centro, Estambul, como protagonistas de la historia del Cáucaso y del Mar Negro. Nada que suceda en este enorme olla histórica (melting pot) pasa sin la mirada de los turcos. Ahora con la guerra en Ucrania tendrá un papel estratégico, crucial. No olvidar que la región Karadeniz (Mar Negro) cubre todo el norte de Turquía: desde el norte estambul hasta Georgia, una bella región verde y montañosa con una extensión de más mil kilómetros]

El Mediterráneo como crisol

En el imprescindible Mediterráneo, el mare nostrum, se forjó nuestro perfil “occidental”. Finalmente ahí se gestó parte de lo que somos, como dice José Emilio Pacheco: “somos de alguna manera mediterreaneos” y por tanto, diría: griegos, cristianos, musulmanes, judíos, romanos, genoveses, venecianos, mongoles, nómadas, partos, eslavos, egipcios ptolomeicos, arios, persas y babilónicos: ¿acaso los mexicanos no somos también unos “siete razas” que surgieron de “alguien” que cruzó navegando el Atlántico (¿qué es un extremeño, andaluz o un genovés sino un peninsular mediterráneo?); que se mezcló con “alguien” que cruzó a pie el estrecho de Bering (¿qué es un totonaca o un tolteca sino un asiático?). Asia-Europa como origen civilizatorio aunque África sea el reservorio original de los “homo sapiens”, el “focus of control”. Buena razón para encontrarse en un país y una ciudad que condensa tanta mezcla de tiempos y de estirpes, un milenario y gigantesco “melting pot”: la vieja Anatolia y la eterna Estambul.

Metáfora del fin de la historia que no termina


Aquí estuvo Troya
Turquía era una metáfora en algún lugar de mi universo referencial, una antípoda semántica. Recordaba a mi profesor de Historia Mundial en la Preparatoria: “la edad media termina con la caída de Constantinopla en poder de los turcos en 1453” o a mis profesores maristas que nos hablaban de la conversión de Saulo en el camino de Damasco y de cómo éste cruel depredador de cristianos se convirtió en padre de la iglesia y obispo de Antioquia; y de sus flamígeras epístolas dirigidas a ciudades enigmáticas como Efeso, Corintio, Nicea. Pero también supe que la hoy Turquía fue hitita, seylúcida, griega, babilónica, persa, turcomana y kurda y que ahí estuvo Troya, Pérgamo y Mileto nada más y nada menos. También fue romana. Sede de los grandes imperios de Alejandro, de Bizancio y de los sultanes otomanos. Lugar estratégico y de guerras sangrientas (desde Troya hasta Crimea, hasta las actuales guerras del Cáucaso pasando por el exterminio de los kurdos). Turquía es una “una encrucijada histórica entre las culturas y civilizaciones orientales y occidentales… El país influye en la zona comprendida entre la Unión Europea en el oeste y Asia Central en el este, Rusia en el norte y Oriente Próximo en el sur, por lo que ha adquirido cada vez más importancia estratégica.” Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Turqu%C3%ADa. Turquía gravita en Estambul aunque su capital moderna sea Ankara.

Estambul for ever

Estambul ha sido politeísta, monoteísta, cristiana y musulmana. Ha tenido tres nombres: Bizancio, Constantinopla y Estambul. También recuerdo que al pasar por el zócalo de la ciudad de México, leo en una pared de las ruinas del Templo Mayor las palabras de Bernal Díaz del Castillo cuando vio la Gran Tenochtitlán: … una ciudad tan grande y hermosa como Constantinopla…una ciudad entre Europa y Asia que une el Mar Negro con el Mar Mediterráneo, con dos estrechos míticos: el Bósforo y los Dardanelos con un mar interior hermoso, el Mármara. Un puente orográfico que han utilizado tanto Alejandro y Xerxes como las potencias occidentales y orientales para controlar los caminos para transportar “commodities” e imponer su hegemonía. Recordaba que en 1915, el ejército otomano contuvo una ofensiva europea encabezada por las tropas inglesas/francesas y que representó un fracaso que humilló/hundió a Wiston Churchill: Galípoli.

Esas eran mis referencias, míticas y antiguas de Anatolia. Un lugar donde más dos mil años se han acumulado o “donde el tiempo se ha yuxtapuesto”. Un tejido social que tiene capas sobrepuestas, un abrigo con varios forros culturales, en él se entretejen capas de vidas sociales densas, pasadas, que quedan resumidas en viviendas, palacios, calles, sepulturas, teatros, iglesias, mezquitas, palacios, reliquias y tesoros fabulosos que muestran el paso de hititas, frigios, lidios, licios, georgianos, armenios, azerbaijanos, ucranianos, árabes, persas. Seylúcidas, otomanos y turcomanos. Un barroco étnico que ahora le llaman rizoma.

La leyenda dice que la fundación de Estambul, antes Constantinopla y muy antes Bizancio se la debemos al oráculo de Delfos. Ahí la pitonisa instruyó a un líder dorio Byzas para que condujera a sus colonos y se asentaran entre el Cuerno de Oro, en el Bósforo (del lado europeo), en frente de una colonia de griegos, de dorios también, llamada Calcedonia, en el lado asiático. Obviamente el oráculo recomendó poner a la ciudad el nombre Bizancio. Eso ocurrió en el 680 antes de Cristo. O sea hace 2,700 años. Primero fueron los griegos y su federación de ciudades que en su expansión conquistaron no solo la entrada al Mar Negro sino a las ricas tierras agrícolas de Anatolia. Desde Megara establecieron posiciones y fundaron ciudades mercantiles que permitían sobre todo acceder a los recursos cerealeros de Anatolia. En 330 d.c. Constantino crea la “nueva Roma”, la “ciutá nuova”, siguiendo la traza romana y con un ejército de 40 mil albañiles construye Constantinopla que sobrevive hasta 1453: se funda la primera universidad del mundo; se construye y reconstruye la ciudad y como emblema, la impresionante iglesia/catedral de Santa Sofía; hasta que Memth II conquista la ciudad y le impone el nombre de Istanbul (“los que arriban a la ciudad”), convierte a Santa Sofía en Mezquita y se edifica esa maravilla que es la Mezquita azul. Se vuelve otomana.


La Mezquita Azul.
De Nserrano – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=61568255

Todo ha pasado por Bizancio-Constantinopla-Estambul; es decir, más de dos mil años nos contemplan: los baños turcos tienen 500 años de dar servicio sin ininterrupciones, la mezquita azul tiene otros 500 y Santa Sofía 1500; la esfinge egipcia más de dos mil años, y otras reliquias como el báculo de Moisés, el turbante de Abraham, la espada y el manto sagrado de Mahoma, la falange de San Juan Bautista, la espada del rey David que acumulan miles de años, como pisos de significados en el edificio de la historia, ahora confinada en los museos.

El museo del palacio de Topkapi no solo tiene un diamante gigantesco sino una montaña de tronos, coronas, espadas, collares que nos hablan de la ostentación de los diferentes empeños civilizatorios (lo mismo de los cristianos como de los musulmanes). Pero sin duda, lo más hermoso de este Palacio horizontal y hasta discreto, es la vista que tiene del Bósforo que servía de fondo, me imagino, para que los sultanes practicaran con desenfreno tanto el ejercicio del poder como del sexo. Lo mismo sucede con Santa Sofía: una catedral que se volvió mezquita en donde uno se hunde en la inmensidad de su espacio y ve como la guerra iconoclasta que se perdió en su momento, triunfó bajo el Islam, que solo tiene caligrafía y plantas para concebir a Dios-Alá. A veces piensa uno: nuestras ciudades e iglesias deberían volverse iconoclastas para limpiar tanta ideología religiosa y mercantil soportada en las parafernalias icónicas de los santos y dioses de nuestras parroquias, así como en los anuncios espectaculares y vallas móviles que depredan el sentido de ciudad, de “polis”. La verdad es que lo simple y lo sencillo ofrecen cierta paz que permite refugiarse del asedio de las “morales públicas” dominantes para concentrarse en la “civitas”, ¿no creen?

Estambul gravita

Sabemos que Estambul es la tierra de Pamuk, el premio Nobel de literatura y que habita uno de los barrios estelares de esta inmensa ciudad. Caminar por ella me recordó sus hermosos relatos y a la Ciudad de México; y lo que decía Fernando Benítez: “una ciudad de multitudes”. Multitudes en las calles, en el tren, en el metro, en los ferries, en los cafés, a toda hora. Multitudes en una ciudad vibrante que no ha hecho ninguna cosmética turística en su vida y que se desborda todos lo días en el ir y venir, en el trasiego. Por tanto abruma, como México-Tenochtitlan. Pero tiene un remanso, el Bósforo y el mar interior, el Mármara. El color de sus aguas es una mezcla del agua salada del mediterráneo y del agua poco salina del Mar Negro. Cuando cae el sol puede uno ver como las mezquitas se encienden en sus minaretes para señalar que hoy, esta tierra es del Islam. Pero los turcos no están cerrados al mundo; tienen mucha civilización acumulada, sabiduría resiliente y mucho orden, han padecido imperios, sultanatos y dictaduras militares, pero tienen vocación cosmopolita a pesar de sus contradicciones y asomos autoritarios. Es sin duda una gran ciudad y un gran pueblo.

 


Turquía y su poderío

Desde un principio dominar los estrechos, el Bósforo y los Dardanelos, fue crucial. Por eso tanto Alejandro como Jerjes combatieron en ese “border line” que son los Dardanelos, iniciando una disputa que se ha prolongado durante miles de años. Las luchas han sido interminables y seguramente seguirán: hoy el gas y el petróleo más religión; ayer, la religión más los cereales y las rutas de comercio. No solo la frontera de occidente sino el principio de Asía, la menor, con toda la fuerza de sus civilizaciones y sus recursos. El mito dice que por aquí pasaron en busca del vellocino de oro los argonautas de Jasón con destino al Cáucaso. Siempre ha sido una tierra de conflictos por donde pasa todo, como un gran catalizador cultural. Las ojivas nucleares que apuntan hacia Rusia desde las bases turcas y los misiles rusos que apuntan hacia Europa desde suelos chechenos disuaden pero no ocultan que el Mar Negro ha sido y seguirá siendo una tierra fronteriza, lábil, habitando la paradoja razón/locura.

La invasión rusa a Ucrania no es una novedad “histórica” como tampoco lo es la diversidad cultural del Cáucaso y del Mar Negro; la cual está hegemonizada por lo que llaman el mundo “eslavo”; a pesar de las prédicas occidentales y sus letanías presuntamente democráticas topan con el muro de las tierras mestizas. Los discursos y proclamas anti-rusas son tan nacionalistas y “populistas” como las visiones etnocéntricas de Moscú. Eso nos explica porque la Unión Europea pone tantos obstáculos a la inserción de Turquía en la Comunidad Europea; tiene más de 15 años solicitando su entrada al paraíso libertario europeo y seguramente permancerá en el limbo; mientras, en contraste y en “fast track” se aceptan a los países escandinavos y los pequeños estados del Báltico (Estonia, Lituania y Letonia) y por supuesto a Ucrania. Más misiles para detener al ogro ruso y para contener la fuerza emergente del Islam, la prédica incita a los “occidentales” a ampliar la frontera de la “civilización” y “blindar Viena” para evitar que las “hordas asiáticas islamizadas” con los tanques, drones y MIGs rusos lleguen a sus santuarios sociales. El ayer se reconvierte en presente, la historia se recicla con novedades: ¿Le decimos adios a la globalización? Viene el invierno y el recuerdo de la campaña rusa de Napoleón revolotea: ¿el jardín europeo volverá a la energías sucias, comprará gas y petróleo de las reservas norteamericanas y sostendrá lo que queda del Estado de Bienestar mientras el invierno toca la puerta del racionamiento?; ¿dónde queda la autonomía de la Europa de De Gaulle, de Adenauer y de Brandt?

Turquía vende caro su amor al occidente libertario y próspero. No entra a la Unión Europea, su espera será larga y creo innecesaria, pero por lo pronto, usa con inteigencia su posición de enclave: contiene a los migrantes de la Asía menor, empobrecida y saqueada por Occidente y sostiene los caminos del gas y del petróleo y ahora de los cereales de Ucrania y Rusia. Los turcos son 80 millones, todos islámicos, con una sociedad secularizada gracias a las reformas de Ataturk; una economía potente y en auge que rompería la actual hegemonía franco-alemana; por eso Bruselas se detiene, desconfía y ahora tiembla ante el control ya casi total del Mar Negro por parte de la Federación Rusa y de Turquía. Los turcos son la onceava economía del mundo y una potencia regional con fuerte influencia en otros países, sobre todo en los llamados túrquicos: Azerbaiyán, Kazalistán. Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán, ahora en una alianza que incorpora a Irán, otra potencia que pone en riesgo la hegemonía norteamericana. El pasado otomano gravita sobre el presente, recuerden que Soleiman, el magnífico, llegó a tocar las puertas de Viena hace unos siglos.

Los futurólogos deberán incorporar a Turquía y su liga túrquica en el grupo BRIC (Brasil-Rusia-India-China). Lo túrquico refiere a una variedad lingüística, lenguas de la familia túrquica y no a una diferenciación étnica. No olvidar que estos paises son gigantescos oásis de gas y petróleo. Juegan en el tablero del mundo porque el fantasma que ahora recorre el mundo es la pobreza energética y alimentaria. Europa sometida a los intereses norteamericanos no podrá con el peso de la realidad: Rusia y Turquía son también Europa y su encaje implica una nueva hegemonía que no admiten las oligarquías inglesas, alemanas y francesas ni sus burocracias doradas. La Europa cristiana o la Europa romana siguen gravitando en el pensamiento “eurocéntrico” que revoltea en el “limes romanus” posmoderno.

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