Teresa Gil
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Atrás de la palabra democracia aparece en letras grandes la palabra seguridad como la segunda gran demanda que se exige al nuevo gobierno. Y es que desde que se nos echó encima como negro nublo el acompañamiento del crimen, los pueblos y las ciudades dejaron de ser para los mexicanos los apacibles rincones en los que nada pasaba o casi nada. El peligro se aposentó con nuevas necesidades que tenían que ser cubiertas y así se ramificó por todo el país la compra de seguridad. Los gobiernos no podían o no querían proporcionarla. O estaban aliados con los que nos hacían y hacen inseguros. Datos de INEGI de 2017 evidencian que 7 de cada diez empresas buscan seguridad privada. Si se extiende el dato a los conglomerados privados, esa demanda de seguridad es total. Hasta los condominios más pequeños tienen en sus entradas la figura uniformada de un policía privado. La vida nos ha obligado sobre todo en las grandes ciudades a compartir lo cotidiano con un policía o con varios en la alternancia diaria de sus turnos. Eso ha creado el fenómeno de la información compartida, de la falta de privacidad y de la idea no aceptada, de que nuestra vida está en manos ajenas. Datos hechos públicos por El Universal, hablan de un aumento de 49 por ciento en la demanda de seguridad y 76 por ciento en el aumento de personal. Hay un registro muy limitado de empresas que tienen ámbito de acción federal y local, porque el registro de muchas de ellas ante todo locales, es nulo. Algunas ni siquiera cumplen los requerimientos formales de una empresa de ese tipo, más en lo que se refiere curiosamente, a la propia seguridad social de sus empleados.
EL ABUSO OFICIAL EN INVERSIÓN DE SEGURIDAD Y LA DESVALIDEZ CIUDADANA
Los organismos empresariales como la Coparmex, gastan entre el 2 y 10 por ciento en seguridad privada; otras hablan del 20 por ciento. En el ciudadano común, las cuotas de mantenimiento por el pago de ese servicio han aumentado más del 20 por ciento y tiende a elevarse ante las necesidad perentoria de una presunta seguridad. Y digo presunta porque esos guardias no están armados, son simples vigilantes de la calle y muchos caen rendidos por las horas impuestas. Puede decirse que es una vigilancia de simple observación que no tendría ninguna eficacia en caso de peligro. Muy diferente es la seguridad que utilizan funcionarios públicos y sus familiares porque lo hacen con nuestros recursos y el personal que nosotros pagamos con nuestro dinero. En los últimos tiempos el problema ha acarreado múltiples suspicacias, enojos y denuncias, al ver a familiares paseando por el mundo con miembros del Estado Mayor Presidencial -hecho que no está normado-, y a ex presidentes y otros ex funcionarios disponiendo de grandes cantidades para pago de guardias ¿Los necesitará un tipo como Echeverría, por ejemplo, que dejó la presidencia hace 42 años o la señora Zavala que no tiene ningún derecho establecido o el señor Fox que es suficiente rico para pagarse seguridad de su bolsa?
EL IMPERIO DEL CRIMEN DE LOS QUE PRESUNTAMENTE NOS DABAN SEGURIDAD.
Veintinueve años se cumplen este mes de la conclusión – con escepticismos como se sostiene en el No epílogo-, del excelente libro testimonial del periodista Rogelio Hernández López, Zorrilla El imperio del crimen. El libro fue editado tres meses después y no he sabido de reediciones, las cuales deberían hacerse porque refleja claramente -y hay muchos otros testimonios-, la vinculación estrecha de los poderes con el esquema de inseguridad que se nos vino encima. El llamado narcoestado ha tenido muchos tentáculos desde hace décadas. Ni en la más oscura ficción se podría creer que fue el titular de la Dirección Federal de Seguridad, el supuesto encargado de enfrentar los peligros de la zozobra criminal José Antonio Zorrilla Pérez, el que mandó matar al columnista Manuel Buendía Tellezgirón el 30 de mayo de 1984, porque estorbaba esa vinculación. Libro que expone lo que es la realidad de México, de un suspenso que se prolonga según lo vaticina el autor porque fue envuelto en brumas y hay muchas preguntas que hay que responder. En él, Rogelio demuestra porque es uno de los mejores periodistas y reporteros, ámbito en el que se ha movido en muchos medios -Excélsior ante todo-, y que ha coordinado con su labor de defensa del periodista en la larga trayectoria de la Unión de Periodistas Democráticos (UPD) y en otros organismos posteriores. Acucioso, nos va internando a la vida promisoria que tuvo Zorrilla desde su juventud, sus ambiciones, sus padrinazgos y su relación en un tiempo estrecha, con Buendía. La trayectoria muestra al protegido del régimen viviendo en el lujo -con una gran fortuna acumulada en pocos años-, y en esa cotidianidad del poder de buenos manjares, buenas casas y carros, viajes, deportes de lujo, tiro al blanco, armas finas de colección. Todo con nuestro dinero y repercutido en miles como él, igual de privilegiados. Los capítulos van marcando el desenlace de esa vida y es en los últimos en donde el suspenso se avoraza, se exhibe ante un funcionario señalado con el dedo del crimen, acorralado como rata, pertrechado en una de sus lujosas casas en las Lomas, con armas preparadas para enfrentar a las autoridades que lo buscan y cheques, boletos de avión y todo lo necesario para huir. Rogelio nos menciona a los que dirigíamos la UPD y presentamos una denuncia contra Zorrilla. En ese tiempo el procurador Ignacio Morales Lechuga sobre el que el autor expresa dudas de negociación -sumado a otros personajes entre los que estaba la ex ministra Victoria Adato-, nos llamó para darnos la primicia de la detención del ex funcionario. Zorrilla, el que había llegado exaltado y lamentando el asesinato a la empresa Gayosso de defunción, fue detenido y enviado a una cárcel de las muchas que después recorrió . Y así, el nacido en Hidalgo tuvo un final de sobrevivencia que no le hubiera aplicado Shakespeare. Rogelio es escéptico al final del libro que escribió 5 años después del alevoso asesinato del gran columnista, porque dice que las cosas como ocurrieron y quedaron, no estuvieron completas. Flotan en el aire muchas dudas. El libro es un baluarte en la intención de descubrir la verdad en un México oscuro, lleno de trampas y sinuosidades, que por desgracia, en cierto aspecto se sigue ensañando con los periodistas.